Mi mamá sonrió con esa naturalidad desconcertante, mientras yo intentaba mantener la compostura en medio de mi crisis existencial.
—Hay una reunión de la manada —explicó con calma— es tradición presentar a los nuevos miembros cuando alcanzan la mayoría de edad, cuando dejan atrás la adolescencia. Esperaban tu transformación.
Mi estómago dio un vuelco, ¿Enfrentarme a un grupo de hombres lobo? ¿Y algunos que supuestamente conocía? El pánico empezó a trepar por mi garganta.
—No estoy preparada —mi voz tembló— ni siquiera puedo controlarme, ¿Y si me transformo frente a todos? Sería humillante.
—No sucederá —la seguridad en la voz de mi madre me sorprendió— tienes más control del que crees. Además, estarás con personas que entienden perfectamente tu situación.
Tragué saliva, intentando controlar mi respiración agitada.
—¿Dónde será? —Mi cerebro trabajaba a tope.
—En el claro del bosque —respondió— dónde te encontramos anoche.
Un escalofrío recorrió mi columna ante el recuerdo…
—¿Y si... prefiero no ir? —pregunté.
La expresión de mi madre se tornó seria.
—Luna, entiendo tu miedo, pero la manada es fundamental, son nuestra protección, nuestro apoyo. Necesitas conocerlos, y ellos a ti.
Asentí mecánicamente. No tenía muchas opciones, ¿Verdad?
—De acuerdo... —cedí finalmente— iré.
Mi mamá sonrió y besó mi frente.
—Todo saldrá bien, ya verás. Ahora, ¿por qué no comes algo? Necesitas recuperar energías después de anoche.
Cuando salió, me desplomé en la cama, intentando asimilar todo. En menos de un día, mi vida se había convertido en algo salido de una novela fantástica.
Era una mujer loba, parte de una manada secreta, a punto de ser presentada a un grupo de criaturas sobrenaturales.
Suspiré profundamente y me arrastré hacia el baño, necesitaba una ducha urgente, y quizás el agua pudiera llevarse toda esta locura.
El agua caliente fue un bálsamo para mis músculos tensos. Cerré los ojos, dejando que el sonido del agua acallara mis pensamientos por un momento.
Pero era imposible escapar de mi nueva realidad. Mis sentidos estaban hipersensibles, percibía cada gota de agua, cada variación de temperatura. Incluso el aroma familiar de mi jabón parecía nuevo y más intenso.
Salí y me enfrenté a mi reflejo en el espejo empañado. Externamente parecía la misma Luna... pero mis ojos... ese destello dorado se intensificaba cada vez más.
—Sigues siendo tú —murmuré a mi reflejo— sigues siendo Luna, solo que... con algunas características adicionales.
En la cocina, mis padres preparaban el almuerzo. El aroma de la comida despertó un hambre primitiva en mí.
—Alguien tiene apetito —bromeó mi padre, colocando un plato generoso frente a mí.
Devoré cada bocado con intensidad nueva, saboreando los sabores amplificados por mis sentidos.
Al terminar, noté las miradas comprensivas de mis padres.
—La primera transformación consume mucha energía —explicó mi madre— Es natural que tu apetito aumente.
—¿Hay algo más que deba saber? —pregunté, medio en broma, medio aterrada.
Mis padres intercambiaron otra de sus miradas cómplices.
—Hay mucho por aprender —respondió mi padre— pero lo descubrirás gradualmente. Por ahora, lo esencial es aprender a manejar tus emociones, son el gatillo de las transformaciones involuntarias.
Perfecto, como si la adolescencia con sus hormonas revolucionadas no fuera ya bastante complicada.
—¿Y cómo se supone que haga eso?
—Con práctica —el optimismo de mi madre era contagioso— Y meditación. ¿Quieres comenzar ahora?
Pasamos la siguiente hora en el patio, mis padres guiándome a través de ejercicios de respiración y técnicas de control mental.
Y... funcionó. Podía sentir esa energía salvaje en mi interior, pero también sentía que podía domarla... Al menos un poco.
Cuando el sol comenzó a descender, la ansiedad por la reunión de la manada regresó.
—¿Qué debería ponerme? —pregunté, porque... ¿Existe una etiqueta para reuniones de hombres lobo?
Mi madre sonrió.
—Algo cómodo, y que no te importe si se daña... por si acaso.
No fue precisamente tranquilizador.
Mientras elegía mi ropa, Selene apareció recargada en el marco de la puerta, con su eterna expresión de suficiencia.
—¿Así que hoy es tu gran noche? —dijo con ese tono ácido que dominaba tan bien.
—No empieces —respondí, buscando una camiseta.
—Solo digo —continuó ella— supongo que a algunas les toca la suerte y a otras... la genética equivocada.
—¿Otra vez con eso? —suspiré— Selene, nadie tiene la culpa de que…
—De que no sea como ustedes, lo sé —me interrumpió— pero no me digas que no es injusto.
No supe qué responder, ella tenía razón, en parte. Mamá lo transformó todo con su linaje, y Selene, siendo hija del primer matrimonio de papá, quedó fuera.
—No necesito una manada para valer algo —añadió, encogiéndose de hombros— pero... si ves a ese tal Derek Vane, mándale saludos de mi parte. Dicen que está... interesante.
—¿Tú sabes que él es el alfa, no? —pregunté arqueando una ceja.
—Aún mejor —respondió con una sonrisa provocadora— tal vez pueda conseguir lo que mamá nunca me dio: un poco de poder.
Rodé los ojos.
—Suerte con eso, hermana.
—Y tú —dijo ella saliendo del cuarto— trata de no hacer el ridículo.
Genial, amor fraternal en su máxima expresión.
Me decidí por unos jeans gastados y una camiseta holgada, mientras mi mente seguía divagando: ¿Quiénes serían los otros lobos jóvenes? ¿Cómo sería la manada? ¿Me aceptarían?
Mis padres ya esperaban en la puerta cuando bajé.
—¿Lista? —preguntó mi padre.
No, para nada, pero asentí de todas formas.
Caminamos hacia el bosque, mis sentidos estaban en máxima alerta, captando cada detalle.
Al acercarnos al claro, empecé a escuchar voces y risas. Mi pulso se aceleró.
—Respira, Luna —susurró mi madre— recuerda lo que practicamos.
Inhalé profundamente, luchando contra el pánico creciente.
Finalmente llegamos al claro, me quedé paralizada porque allí en medio de un circulo, entre rostros familiares y desconocidos, estaba Mia mi mejor amiga, y Alex.
Alex... el chico que hace que mi corazón se acelere desde hace un año... y sus ojos, al encontrarse con los míos, brillaron con el mismo dorado que los míos.
La ceremonia comenzó.
El alfa en formación, Derek, se colocó en el centro del círculo.
—Hoy damos la bienvenida a los nuevos —anunció— que la luna sea testigo de su unión con la manada.
Nos pidieron que formáramos un círculo dentro del principal, sentía cada respiración a mi alrededor, cada latido, cada emoción.
Cuando Derek nos ordenó colocar la mano sobre la piedra central, lo hice.
Un canto bajo comenzó entre los adultos, un ritmo que parecía hablarle directamente a mi sangre.
La energía creció, se expandió. Mis sentidos se saturaron con el olor de la tierra, el del fuego, del sudor y del bosque... y, entre todo eso, el olor de Alex.
Mis pupilas se dilataron, mis músculos se tensaron.
El canto se elevó, y una vibración recorrió el suelo. La piedra se calentó bajo mi mano.
Derek levantó la cabeza y aulló.
Los demás lo siguieron, yo también. Sin pensarlo.
El aullido salió de mi pecho como si siempre hubiera estado ahí, entonces todo se encendió dentro de mí: el calor, la energía, el deseo.
Cuando abrí los ojos, Alex me miraba fijamente, de manera intensa. Y el mundo entero pareció detenerse.
Han transcurrido dos semanas desde esa reunión de la manada, desde mi transformación, desde que me presentaron entre rituales y miradas curiosas.
Todo ha sido un torbellino de descubrimientos, mis hormonas en ebullición... Ser adolescente ya era complejo, pero ser mujer loba es como atravesar la pubertad nuevamente, con cada sensación multiplicada por mil.
Esta mañana desperté bañada en sudor, fue otro de esos sueños, ya sabes... Esos. Pero este fue distinto, más visceral, más... animal.
Me levanté temblorosa y me enfrenté al espejo. Mis ojos resplandecían completamente dorados, respiré hondo intentando recuperar el control.
—Tranquila, Luna —susurré a mi reflejo— es solo la fase lunar, puedes controlarlo.
Por supuesto, era más fácil decirlo que hacerlo. Todo mi cuerpo ardía, y mis sentidos exacerbados.
Bajé a desayunar esperando que la comida me distrajera, mis padres ya estaban en la cocina.
—Buenos días, mi amor —saludó mi madre— ¿Cómo te sientes?
—Bien —mentí, evitando su mirada— Solo un poco... inquieta.
Mi padre bajó su periódico y me miró con comprensión.
—Es normal, Luna, las fases lunares nos afectan a todos, especialmente a los jóvenes.
Maravilloso, justo lo que necesitaba escuchar.
—¿Y cómo se supone que lo maneje? —pregunté, intentando ocultar mi desesperación.
Mi madre se sentó junto a mí y tomó mi mano.
—Con el tiempo aprenderás a canalizar esa energía —dijo con dulzura— mientras tanto, el ejercicio ayuda. ¿Por qué no sales a correr después de desayunar?
Acepté agradecida, cualquier cosa era mejor que permanecer en casa sintiéndome como una bomba de tiempo.
Después del desayuno me puse mi ropa deportiva y salí, el aire fresco fue un alivio para mi piel ardiente. Comencé a trotar hacia el bosque.
Corría más veloz que nunca, sorteando raíces y árboles con una agilidad que no sabía que poseía.
Por un momento me sentí libre, poderosa, quizás esta naturaleza lobuna no era una maldición después todo.
Pero entonces su aroma me golpeó, me detuve en seco, mi corazón se aceleró por motivos que nada tenían que ver con el ejercicio.
Alex.
Allí estaba, a unos metros, también en ropa deportiva.
—Hey, Luna —me saludó con esa voz ronca que envió escalofríos por mi columna.
—Hey —respondí, súper consciente de mi aspecto desaliñado —¿También te has sentido inquieto? —pregunté, rompiendo la tensión.
Asintió, pasando su mano por ese cabello rubio que me fascinaba.
—Sí, es... difícil de controlar a veces.
—Ni que lo digas —murmuré, todavía adaptándome a estas nuevas sensaciones.
Otro silencio... podía sentir la electricidad entre nosotros, casi palpable.
—Luna, yo... —Alex dio un paso hacia mí.
Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura que él podía escucharlo. ¿Iba a besarme?