Elise se había marchado hacía más de una hora, pero Adrian seguía sentado en su oficina, con la mirada perdida en la puerta por la que la había visto salir. Después de girar las instrucciones para hacer lo que ella exigió, su mirada se clavó en esa dirección. Algo estaba mal. Se pasó la mano por el rostro, exhalando con fuerza. Había tenido mil conversaciones tensas con su esposa antes, algunas incluso cargadas de resentimiento o indiferencia… pero esto era distinto. Esto era una provocación elegante. Un juego frío que no parecía venir de una mujer rota. Sino de una mujer perfectamente armada. Elise, su esposa, la mujer que tanto había despreciado. Y sin embargo… No podía dejar de recordar sus ojos. Siempre le gustaron. Pero los de hoy le parecieron más grandes, más brillantes, como s

