El tic-tac del reloj colgado sobre la estantería parecía más ruidoso que nunca. Adrian permanecía en silencio, y sentado en una posición irregular en él, sus codos apoyados sobre el escritorio, los dedos entrelazados frente a su boca, y los ojos fijos en la mujer sentada frente a él. —Te pregunté en qué área vas a ubicarme —repitió ella, sin alterar el tono de su voz. El volumen sonaba firme, el de una mujer decidida, fría. Adrian no contestó. Solo la observó, como si estuviera viendo a una extraña ocupando el cuerpo de su esposa, la mujer que hacía meses atrás era tan sumisa con temerosa de hablarle con la seguridad que le estaba hablando en ese instante. Esa no era Elise. No podía serlo. El cambio que estaba dando era tan radical que pensaba que la mujer que tenía delante mostraba e

