—¿Elise, está en casa? Buenos días, Max —saludó Lena con voz firme, mientras le entregaba las llaves del auto—. Estaciónalo por mí, por favor. El hombre, un cincuentón de figura delgada y rostro amable, le dedicó una sonrisa servicial. —Sí, señorita. Aún no ha salido de casa. Lena le dedicó una leve inclinación de cabeza antes de cruzar el umbral de la casa. No necesitaba que la anunciaran. Esa era su casa también, aunque hacía años que no se sentía así. El aire dentro era cálido, olor a café recién colado, madera envejecida por el tiempo, flores frescas en un jarrón sobre la consola del recibidor. Un hogar. Muy distinto al mausoleo gélido y silencioso de los Maddox, donde incluso el silencio pesaba. Dejó su bolso de cuero sobre el sillón de la entrada. Caminó despacio, escuchando sus

