Cap 1. Asia Dellacosta.
ASIA
—Asia, ya es hora —murmura Victoria, mi mejor amiga, con esa mezcla de resignación y cariño que solo ella domina.
Me giro hacia ella y sonrío. El vestido blanco me abraza como si hubiera sido cosido directamente sobre mi piel; mi cabello n***o, corto y rebelde, contrasta con mis labios rojos que llaman más atención de la que debería permitir en un día como hoy.
Pero, siendo honestas… soy la novia más hermosa de Calabria. Y lo disfruto.
—¿Estás segura? Esto es una locura, Asia —insiste Victoria, con los ojos muy abiertos.
—Totalmente, Vic —sonrió complacida—. Jaxon Tejada es mi victoria.
Ella suspira, me retoca un mechón que ni falta hacía y niega con la cabeza.
—Eres imposible. ¿Cómo se te ocurre casarte por la iglesia, Asia? ¡Ya estás casada!
Sonrío, tranquila.
—Sí. ¿Y cuál es el problema?
Pero no alcanza a responder porque la marcha nupcial empieza a retumbar en la catedral.
Esben avanza hacia mí. Me ofrece su brazo, aunque su mandíbula tensa dice todo lo que calla.
Caminamos juntos por el pasillo.
—No puedo creer que nos hagas esto, Isy… —susurra, indignado.
Lo sé. Él y Cassiano están que explotan. Y con razón. Pero aquí, la que manda soy yo.
—Por favor, Esben —respondo en voz baja—, ya hablamos de esto. Es una boda por conveniencia.
Él niega, pero igual me acompaña al altar. Jaxon está ahí, serio, como si no fuera él que se casa conmigo.
“Típico”. Pero qué más da.
Soy yo quien decide.
De pronto, alguien se interpone entre Jaxon y yo. Cassiano. Por supuesto.
—Esto es una locura, Asia. Detén esta mierda. Te olvidas que ya te casaste conmigo.
—Sí. Y… —alzo una ceja.
—Maldita sea, Asia. Fue por la iglesia. Yo soy tu legítimo esposo —reclama Cassiano, molesto.
—También lo es Esben, y no lo veo discutiendo, histério, y celoso.—disparo, fría.
Lo sostengo con la mirada que mi padre me enseñó, esa que corta el aire y no necesita palabras.
Soy Asia Dellacosta, líder del Clan. Su señora. Y no hablo del título de esposa: ese me lo doy yo misma. Yo soy su mejor jugada.
Dirijo una de las organizaciones más grandes del continente. Y siempre consigo lo que quiero.
El sacerdote, habla y las nupcias inician…
Jaxon me mira de reojo, molesto.
Y lo admito, no estoy usando la forma más convencional para volverlo mi esposo.
Tengo un As bajo mi manga y Jaxon lo sabe.
Sonrió, le pico un ojo y la ceremonia continua.
Pero no escucho el sermón del sacerdote, mi mente va a mucho tiempo atrás.
A mis inicios a cuando solo era Asia su niña consentida.
Si de mi padre, el Don de este Clan. Renzo Dellacosta.
FLASHBACK
.. Años atrás…
Papá se inclina frente a mí y acomoda el broche dorado en mi abrigo.
—Te portas bien, Strellita—me dice con esa voz grave que siempre me calma—. Y cuidas a tu mamá, ¿sí?
—Sí, papá —respondo, orgullosa, aunque mi barriga esté llena de mariposas. Voy a Valek por primera vez, a una presentación importante de la empresa de mamá.
Me siento grande. Importante.
Mamá aparece, hermosa como siempre, con su abrigo largo y su perfume de jazmín.
—Renzo, deja a la niña respirar. No es una reunión de capos —le reclama con media sonrisa.
Papá la mira como si ya supiera que discutirá con él cuando yo no esté.
Nos besa la frente a ambas, despacio, como si presintiera algo.
—Las veo en la noche.
Salimos del edificio por la puerta trasera, con dos guardias acompañándonos. La empresa queda a veinte minutos.
Yo voy saltando el primer tramo, feliz. Mamá habla por teléfono mientras revisa papeles.
Todo va bien.
Hasta que deja de irlo.
A mitad de camino, el auto frena de golpe.
—¿Qué…? —murmura mamá, mirando al conductor.
Los guardias sacan sus armas, pero no alcanzan ni a abrir la puerta. Los vidrios explotan.
Dos hombres encapuchados rompen la ventana a mi lado y me sacan del asiento como si fuera un saco de papas.
Grito.
Chillo.
Pataleo.
Intento recordar lo que papá me dijo una vez, pero el miedo es más rápido que mis pensamientos.
—¡Suéltenla! ¡Es una niña! —grita mamá detrás de mí.
La sujetan también. La empujan contra un segundo vehículo. Uno me tapa la boca con una mano enorme, huele a gasolina y metal.
—Muévete y te rompo el cuello —susurra en mi oído.
Me quedo dura.
Me llevan a rastras.
Aunque yo aún grito.
El motor arranca.
Los gritos de mamá se escuchan, pero no puedo verla.
Todo ocurre tan rápido que no sé cuándo pasamos las calles, cuándo nos metemos por caminos que no conozco, cuándo la ciudad desaparece.
El auto se detiene.
Me bajan de un tirón.
Un sótano. Un muelle. Un olor a óxido. No sé dónde estamos.
Me tiran al suelo. Me atan pies y manos con sogas ásperas que queman.
Me sientan en una silla rota, demasiado grande para mí. Aprieto los dientes para no llorar, pero no puedo hacerlo y termino llorando.
Traen a mamá. También la amarran, pero ella no llora.
Ella jamás llora.
—Asia, mírame —ordena.
Levanto la cara empapada. Sus ojos arden como brasas.
—Respira. No les des lo que quieren.
Los hombres se ríen mientras caminan alrededor de nosotras.
—La hija del Don… mírala, Pavel. Parece un gatito mojado.
—Tranquila, muñeca. Pronto tu papá vendrá por ti… y entonces lo vamos a partir en pedazos.
Me encierro en mí misma. Mi pecho duele. Cada palabra me raspa.
Mamá endereza la espalda.
—No les escuches, y deja de llorar, Asia —susurra mamá, con una voz firme que no combina con el miedo que sé que está sintiendo—. Los Dellacosta no lloran. Piensa. Observa. Respira.
Pero yo sollozo igual.
No por mí, sino porque esos hombres llevan horas diciendo cosas horribles, como si querer quebrarme fuese un deporte. “La hija del Don”, repiten. “La joya”. “La mercancía más cara”.
Odio cómo suena.
Odio sentirme asi.
La puerta del sótano se abre y escuchamos gritos arriba. Disparos. Muchos. El aire se vuelve más frío. Más pesado.
—Mamá… —murmuro, entre jadeos.
—Cálmate. Usa tu mente, Asia. Haz lo que te enseño papá .—me ordena ella, con esa mirada severa que siempre me hace portarme bien.
Respiro hondo.
Miro mis manos atadas.
Me acuerdo de papá enseñándome, un mes atrás, cómo zafarme si alguien alguna vez me atrapaba. “Siempre habrá un hueco, Asia. Siempre. Solo tienes que buscarlo.”
Lo encuentro.
Tuerzo la muñeca.
Aprieta.
Duele.
Y… se suelta.
Mis ojos se abren como si descubriera fuego.
—¡Mamá, puedo! —susurro emocionada mientras corro hacia ella, con las manos aún adoloridas.
La libero torpemente. Ella me abraza un segundo, pero su cuerpo está en tensión pura.
El ruido arriba se vuelve una tormenta de balas.
—Tenemos que salir —dice ella.
Subimos las escaleras despacio, pero cuando empujo la puerta… alguien nos espera del otro lado.
Un hombre enorme.
Con una pistola.
Sonríe como si ya hubiera ganado.
—No van a ninguna parte —gruñe.
Mi madre me empuja detrás de ella. Se lanza sobre él sin pensarlo.
Lucha. Muerde. Araña. Es más feroz de lo que jamás la vi.
Pero un disparo corta el aire.
Y el mundo.
Mamá cae.
Yo quedo paralizada. No entiendo nada. Solo siento un nudo gigante cortándome el pecho.
—No te muevas, niña —escupe el hombre.
Pero yo no escucho.
No puedo escuchar.
Mis ojos se fijan en el charco que empieza a crecer alrededor de mi madre.
En su mano extendida hacia mí.
En su boca que intenta decir algo que ya no logra.
Y entonces lo veo.
El arma que se le cayó al hombre cuando mi madre lo atacó.
Mi mano se mueve sola.
La agarro. Es pesada. Fría. Gigante para mis dedos pequeños.
El hombre se ríe.
—¿Vas a disparar, muñequita?
No sé cómo sostenerla bien.
No sé cómo apuntar.
No sé si tengo suficiente fuerza.
Pero sé que mamá ya no responde.
Y aprieto el gatillo.
─────────────────