—¿A qué te refieres con aprovecharte de ti? —preguntó Camila, sintiendo un escalofrío recorrerle la columna. Algo dentro de mí me dice que no debo recordar lo que pasó anoche, pensó, intentando calmar la tormenta que se desataba en su mente. O terminaré arrepintiéndome para siempre. Aun así, la duda seguía latiendo. —Eres Dylan Reed, ¿verdad? —Las palabras salieron de su boca casi como un susurro, incrédula.
Dylan asintió con la cabeza como si fuera un niño inocente, una imagen extrañamente contradictoria con lo que siempre había escuchado de él. Tomó suavemente la mano de Camila y la besó en la parte posterior. ¡Dios mío! ¿Cómo podía alguien parecer tan inocente y al mismo tiempo tan... sexy? Una mezcla peligrosa, una combinación que hacía que sus pensamientos se nublaran. Coqueto, también. Pero, espera, esto no podía estar pasando.
—¡Mierda! ¿De verdad eres Dylan Reed? —preguntó de nuevo, su mente luchando por aceptar la realidad frente a ella.
No podía ser él. Sería más fácil aceptar que era solo alguien con la misma cara, aunque dudaba que hubiera otro hombre en el mundo que pudiera verse exactamente como este hermoso monstruo.
Monstruo... Esa palabra resonó en su mente, trayendo consigo los rumores oscuros que había escuchado en la universidad. Las historias sobre él, sobre cómo era capaz de torcer el cuello de alguien sin pensarlo dos veces, los susurros de su crueldad... ¿Qué estoy haciendo aquí con él?
Sin embargo, algo dentro de ella se resistía a creerlo por completo. ¿Podía ser solo otro hombre con una historia no contada? Además, parecía... agradable. O al menos, eso quería creer.
—Sí —respondió Dylan, sonriendo.
¿Cómo demonios puede sonreír tan dulcemente en una situación como esta? —se preguntó Camila, observando esa expresión serena y casi cálida en su rostro. ¿Qué estará pensando? ¿Estará considerando cómo deshacerse de mí ahora que todo terminó?, pensó con nerviosismo. Espero que los rumores no sean ciertos.
Después de todo, habían pasado dos años desde la universidad. Tal vez él había cambiado.
Pero los recuerdos de aquellos estudiantes temblando de miedo ante su mera mención seguían frescos. ¿Por qué, de todas las personas, tenía que ser Dylan Reed? Mis años de esfuerzo para evitarlo terminan hoy.
Camila se golpeó las mejillas ligeramente, intentando despertarse de lo que esperaba que fuera una pesadilla inducida por el alcohol. Esto no puede ser real. Tenía que despertar.
—No te lastimes —dijo Dylan de repente, tomándole las manos con una mirada preocupada. —No te hagas daño, Camila.
¿Camila? La mención de su nombre la hizo parpadear repetidamente. ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Era esto realmente la realidad? No estaba soñando.
Esto es real.
Dios, ¿qué hago ahora? Su mente estaba en caos, buscando una salida. ¡Ya sé! La respuesta llegó de golpe.
—¡Dylan, olvidemos lo que pasó entre nosotros anoche! —exclamó, decidida. Era la única forma de salir de este lío. Sabía que los hombres odiaban que las mujeres usaran lo que había pasado en su contra, y si eso significaba liberarse de cualquier atención que él pudiera dirigirle, ella estaría más que feliz de olvidar todo lo que había ocurrido.
—No —respondió Dylan, su tono firme.
Camila lo miró, perpleja. ¿Eh? ¿Acaba de decir que no?
—Te lo dije anoche, Camila. —La miró directamente a los ojos, su voz llena de convicción—. No dejaré que esto sea solo una aventura de una noche.
¿Qué...? La mente de Camila se quedó en blanco. ¿No una aventura de una noche? ¿Qué estaba diciendo?
—Tú y yo... esto no termina aquí —continuó Dylan, dando un paso hacia ella. Sus palabras eran una promesa, pero también un desafío. Y Camila no sabía cómo procesarlo.
Esto no puede estar pasando, pensó, sintiendo su corazón acelerarse.
¿De qué está hablando ahora?, pensaba Camila, intentando procesar lo que Dylan acababa de decir. ¿Por qué no puede simplemente decir que sí y dejarla en paz?
—También me lo prometiste. —Las palabras de Dylan resonaban en la habitación, trayendo consigo una inesperada culpa que empezó a carcomer la mente de Camila—. Dijiste que asumirías la responsabilidad. Si no fuera por lo que prometiste, no te habría llevado... No me habría ofrecido.
¡Espera! Esto no suena nada bien. ¿Yo dije eso? La confusión se mezclaba con el creciente pánico. ¡Estaba borracha! ¡No puedo haber dicho semejante cosa!
—Está bien si lo olvidaste. —Dylan le lanzó una mirada que la atrapó en su sitio—. Tendré que dejarte recordar todo, ¿verdad? —Sus dedos se entrelazaron con los de ella, y su toque parecía quemar, aunque no de la manera que Camila hubiera esperado. —Yo me encargaré de ello. —Dylan sonrió, peligrosamente cerca—. ¿Qué opinas de repetir lo que hicimos anoche?
¡Maldición! ¡Es un monstruo! Camila luchaba contra el caos que se desataba dentro de ella. No debería estar aquí, teniendo sexo con Dylan de nueva cuenta. La angustia de los últimos días se desbordaba como un torrente imparable, y los recuerdos dolorosos se arremolinaban en su mente. Seis años... Seis años de silencio, de guardar un amor no correspondido por alguien que nunca la había mirado como algo más que su secretaria. Andréi...
Había tardado seis años en darse cuenta de que su amor siempre sería ignorado. Había sido su sombra, siempre en segundo plano, soportando sus miradas indiferentes, los gestos vacíos, y las palabras frías que le dejaban un hueco en el pecho. No importaba cuántos indicios de interés mostrara, él nunca los veía. Su presencia se sentía como un mero accesorio en la vida de Andréi, una herramienta que solo necesitaba para seguir escalando en su carrera. Y ella, en su torpeza, seguía aferrándose a la ilusión de que algún día, cuando todo estuviera en calma, él la vería de verdad.
Pero ayer, esa fantasía se rompió para siempre.
—No tienes que venir conmigo al baile de esta noche. Esta vez tengo una compañera —le había dicho Andréi al final del día, cuando ya estaba guardando sus cosas. Su tono era casual, como si no supiera que cada palabra era como una puñalada—. Si te preguntas quién es, bueno, ella es mi prometida.
¿Prometida?
Camila sintió cómo su mundo se desplomaba en ese momento. No era solo una acompañante cualquiera, ni una socia de negocios. Era su prometida, alguien con quien se casaría, la mujer que estaría a su lado para siempre. La esposa que nunca sería ella.
Por años, había vivido en esa pequeña burbuja de fantasías, engañándose a sí misma con la idea de que Andréi aún no había entregado su corazón a nadie. Pero ahora todo estaba claro. No solo había alguien a su lado, sino que esa persona era su futura esposa, su compañera de vida. ¿Qué quedaba para ella?
Nada.
Su único propósito en la vida de Andréi era ser su apoyo, un peldaño más en la escalera que él ascendía. Y con cada paso que él daba hacia arriba, ella se quedaba más y más abajo, hasta volverse completamente invisible.
Esa noche, las palabras "prometida" se sintieron como una losa de concreto aplastando su corazón. No pudo decir nada en respuesta, porque las palabras se negaron a salir de su boca. Y la verdad era que no había nada que decir, porque no importaba lo que sintiera, Andréi no estaba esperando una reacción de su parte.
Así que se dirigió a su lugar seguro, su pequeño paraíso: el bar. Y allí, entre tragos, se ahogó en alcohol. Su fiel acompañante, el único amigo de los corazones rotos.
Pero ahora, en la fría luz de la mañana siguiente, no estaba sola en su derrota.