Matrimonio

1225 Palabras
—Dylan, vamos a calmarnos —dijo Camila, su mente corriendo a toda velocidad mientras intentaba encontrar una salida. ¡Este hombre está loco! Las palabras que Dylan pronunciaba, con toda su tranquilidad aparente, la sumían en un caos interno. Tengo que irme tan pronto como pueda. —Estoy tranquilo, Camila. —La voz de Dylan resonaba suave pero firme, como si no viera la situación con la misma urgencia que ella. —No, no lo estás. —Camila negó con la cabeza, desesperada—. Si lo estuvieras, no estarías diciendo cosas como matrimonio o citas. No conmigo, a quien acabas de conocer. —Cada palabra era un intento por salvarse, por ayudarle a ver la lógica que parecía ignorar. Esta es mi última oportunidad de escapar. Era lo único en lo que podía pensar mientras lo miraba. Tiene que darse cuenta de que no soy yo quien es adecuada para él. De alguna manera, necesitaba convencerlo de que merecía a otra persona, alguien que no fuera una mujer que chocó con él en un bar y terminó compartiendo su cama por error, impulsada por el alcohol. Pero Dylan no parecía inclinado a ceder. —Si no eres tú, ¿quién más? —preguntó, sus ojos clavados en los de ella, desafiándola. Las palabras de Dylan la tomaron por sorpresa. ¿Qué está diciendo? El Dylan que ella tenía en su mente, el que había oído en rumores, era alguien frío, temido y distante. Pero ahora, frente a ella, ese hombre no era el que había imaginado. —Te pregunté dos veces cuando viniste a mí, —continuó él, sus palabras resonando con una mezcla de dolor y confusión—, y tu respuesta nunca cambió. Ahora que se trata de esto, ¿por qué siento que estás tratando de deshacerte de mí? —Hizo una pausa, sus cejas fruncidas con una leve angustia—. ¿No soy lo suficientemente bueno para ti? ¿Lo suficientemente bueno para mí? Camila apenas podía creer lo que escuchaba. ¿Cómo había llegado a esta situación? Lo que había comenzado como una noche de borrachera se estaba convirtiendo en algo mucho más complicado. Las palabras de Dylan sonaban como las de alguien que temía ser rechazado, como si estuviera en una posición vulnerable. Pero eso era lo opuesto a lo que ella quería. No lo amaba, y él no la amaba a ella. Eso debía quedar claro. Lo que ocurrió entre ellos debe quedarse en esa noche, en el pasado. Incluso la promesa que había hecho en medio del alcohol no debía tener peso ahora. ¿Por qué lo había creído siquiera? Camila sintió un nudo en la garganta. Tsk. Es mi culpa. Si tan solo no se hubiera acercado a él esa noche, si solo hubiera bebido menos... todo esto se habría evitado. Pero la realidad era que se había acercado, y ahora estaba aquí, enfrentando las consecuencias de esa decisión. Camila cerró los ojos por un momento, tratando de enfocarse, y entonces, más recuerdos de esa noche comenzaron a brotar en su mente como una película difusa que poco a poco se iba aclarando. Sí, lo recordaba. Había estado en el bar, ahogando sus penas en la enésima copa de vino, desesperada por acallar el eco doloroso que resonaba en su corazón. El motivo de ese dolor tenía nombre: Andréi. Sumida en la marea de alcohol y emociones revueltas, sus ojos se posaron en alguien entre la multitud. Era un hombre, alto, hermoso de una forma distinta, casi etérea. Su rostro, a pesar de estar rodeado de personas borrachas y voces altas, parecía ajeno a todo. ¿Cómo podía alguien brillar tan intensamente en un lugar tan oscuro? Pensó que estaba soñando, pero algo en su interior le dijo que debía acercarse. —Eres hermoso. —Había dicho sin dudarlo, apenas consciente de lo que hacía mientras sus manos se deslizaban con desvergüenza por sus hombros—. Eres exquisito. —Sonrió, sentándose aún más cerca, arrastrada por una energía desconocida. Camila observó con deleite cómo sus labios se curvaban apenas en una sonrisa, y eso bastó para encender algo dentro de ella. Su belleza era diferente a la de Andréi, su primer amor, aquel que había marcado sus años de juventud. Pero en ese momento, el atractivo de este extraño era magnético, irresistible. —Debe ser bueno si eres tú, —murmuró, levantando la copa vacía y bajándola con torpeza. La bebida comenzaba a nublar sus pensamientos, pero no le importaba. —Si tan solo fueras tú... —su voz apenas era audible entre la música y las risas del bar—. No él... Solo tú. ¿Por qué dije eso? En ese momento, no lo entendía. Tal vez era la soledad, o el dolor acumulado por años, pero de alguna manera, estar abrazada a este extraño era más reconfortante que todas las conversaciones vacías que había tenido con Andréi. Este hombre le ofrecía algo diferente. Era calidez, una especie de seguridad en medio de su caos emocional. Y él, para su sorpresa, le devolvió el abrazo, un gesto que calmó momentáneamente el dolor punzante que sentía en el pecho. Su cuerpo, cálido contra el suyo, parecía prometer consuelo donde antes solo había angustia. —¿Por qué? —preguntó él suavemente, su voz baja pero penetrante, cuando escuchó sus palabras. Camila, sin reservas, respondió. ¿Por qué no debería hacerlo? Tal vez hablar de su dolor con un extraño le parecía lo más fácil en ese momento, cuando las barreras estaban derribadas por el alcohol. Y así, sin filtro, le contó todo sobre Andréi, su primer amor, y los seis largos años que había pasado amándolo en secreto, soportando un sufrimiento silencioso. Un dolor que ni siquiera Andréi sabía que existía, porque nunca tuvo el valor de confesarle sus sentimientos. Le explicó cómo había intentado engañarse, diciéndose a sí misma que Andréi simplemente no sabía nada de su amor, para así proteger su orgullo. Pero todo cambió cuando él, con una expresión seria y desapasionada, le confesó que tenía una prometida. Esa revelación lo cambió todo. De repente, se dio cuenta de que Andréi siempre había sido consciente de sus sentimientos, y que, desde el principio, había trazado una línea clara entre ellos. Camila no podía culparlo, pero eso no hacía el dolor menos profundo. Era su culpa por no haber hablado antes, por haber dejado que los sentimientos se acumularan en silencio. —Entonces, olvídalo. —dijo Dylan mientras la miraba con intensidad. Su voz era tranquila, pero había algo en sus palabras que la sacudió—. Si amarlo te duele tanto, creo que deberías olvidarlo. Esa vez fue Camila quien preguntó: —¿Por qué? Él sonrió, una sonrisa que parecía esconder más de lo que revelaba. —Porque mereces ser amada. Todo el mundo lo merece. —dijo con una sinceridad que la dejó sin aliento—. Y quién sabe, tal vez alguien por ahí te ame como tú amas a ese hombre... sin que lo sepas. Camila se quedó en silencio, incapaz de responder. ¿Cómo alguien podía entender su dolor tan profundamente, sin conocerla? Pero en ese momento, esa persona parecía ofrecerle una salida a su sufrimiento, un nuevo camino que no había considerado. Y ahora lo recordaba todo. Ese hombre era Dylan Reed.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR