UNO
Estar casada con el ex prometido de su mejor amiga claramente que no estaba en los planes de Sara Serrano, pero el destino prefirió jugarle una mala broma exactamente un mes atrás cuando su hermano sentencia a quiebre total la Empresa familiar, no había nada que pudiera hacerse para levantar la deuda, la destrucción de la familia Serrano era inminente, no tenían acceso a créditos, pero entonces Rolando Serrano tuvo una gran idea y fue la de ofrecer en matrimonio a su hermana a uno de los 3 hombres más poderosos de la Región B.
Al principio sus padres se habían opuesto rotundamente, pero Rolando los había persuadido hasta que al final Rolando Serrano y Marlene Serrano, padres de Sara y Rolando Jr., aceptaron la propuesta de su hijo Mayor.
Joaquín Santander es un hombre misterioso, poderoso, su vida privada era un enigma, no todos tenían acceso a él, 1 año atrás estuvo comprometido con Elizabeth Cartes, en ese entonces mejor amiga de Sara, con 24 años de edad Joaquín maneja el negocio Familiar, al principio el hombre no había aceptado la propuesta de matrimonio, aquel ofrecimiento inusual, pero al final Rolando había salido con la suya nuevamente, mientras que Sara no tenía ni voz ni voto, lo único que debía de hacer era aceptar convertirse en una esposa de contrato del ex prometido de su amiga por el bienestar de la familia.
Aquella mañana en la Región B, el sol estaba brillando intensamente, su rubio cabello estaba alzado en una coleta, Sara traía puesto un vestido corto, el verano estaba azotando con fuerza y ella amaba vestir con vestidos cómodos, en la Villa siempre eran los del personal de limpieza, ella y Joaquín, pero este último solo pasaba la noche allí en algunas ocasiones, ya que sus negocios exigía mucho de él, lo mucho que Sara hace es saludarlo en las ocasiones que lo ve que puede contarse con una sola mano, posteriormente ella ya se adentraba en su habitación y Joaquín en el despacho, cabe recalcar que duermen en habitaciones separadas, de vez en cuando venía Sandra Santander, una de las hermanas de su marido.
— Mi señora, debe de alimentarse más, está muy delgada — el Ama de llaves se acerca a Sara.
— Irma, soy de contextura delgada, además no tienes que preocuparte por mí estoy bien he estado más delgada en otras ocasiones — responde con mucha dulzura Sara, pero toda dulzura desaparece cuando su esposo se adentra en el mismo lugar que ellas, Sara contuvo la respiración.
Joaquín Santander era un hombre que parecía haberse forjado en la oscuridad misma, como si cada facción de su rostro hubiera sido esculpida por manos de hierro y tiempo. Su presencia era tan imponente que la habitación parecía encogerse al instante de su entrada, como si el aire mismo se viera obligado a ceder ante él. Alto y de hombros anchos, su figura era la de un guerrero curtido, alguien que conocía el peso del silencio y el filo de la espada. Cada movimiento suyo exudaba poder, pero no era la fuerza física la que lo hacía tan fascinante. Era algo mucho más profundo, algo intangible que arrastraba a quien se cruzaba en su camino.
Su rostro, de rasgos marcados y casi esculpidos, parecía hecho para intimidar. La mandíbula fuerte, el mentón recto y la línea de su rostro tan precisa como un cuchillo afilado, daban la sensación de que no había un solo rincón de su ser dispuesto a ceder a la debilidad. Pero en su mirada, allí residía su verdadero poder. Ojos oscuros como la noche más cerrada, tan profundos que cualquiera podría perderse en ellos, pero al mismo tiempo tan fríos y calculadores que nadie podría acercarse demasiado. Aquellos ojos tenían un brillo letal, una promesa silenciosa de que, a su lado, la vida o la muerte dependían únicamente de su voluntad. Su mirada era como un cuchillo en la piel, hiriente, mortal, pero tan magnética que cualquiera que osara desafiarla quedaba atrapado en su juego peligroso.
A su alrededor, siempre había una atmósfera densa, pesada, que hacía difícil respirar. Era como si Joaquín no necesitara hablar para que el mundo a su alrededor supiera quién mandaba, quién estaba al control de todo. Su voz, cuando decidía usarla, era baja y grave, pero con un tono tan firme que no dejaba espacio para la duda. Cada palabra que pronunciaba parecía cargada de una intención oculta, de una amenaza sutil que nunca dejaba de estar presente, aunque se ocultara detrás de una fachada de cortesía.
Sin embargo, no todo en él era amenaza. A pesar de su mirada asesina y su actitud distante, había algo en su porte que lo convertía en un caballero noble e inalcanzable. Su elegancia no era solo externa, sino también interna. Había en él una distinción, una refinada nobleza que no se podía imitar ni aprender. A veces, su rostro mostraba un atisbo de una suavidad inesperada, una expresión fugaz de humanidad que solo se revelaba a aquellos lo suficientemente cerca para ver más allá de la coraza de hierro que había construido a lo largo de los años.
Era un hombre que no necesitaba demostrar nada, pues su presencia era suficiente para que los demás supieran que estaba por encima de ellos, que no se podía tocar su mundo sin pagar un precio. Su nobleza era inalcanzable, como un rey que, por derecho de nacimiento, dominaba los reinos de los mortales sin levantar un dedo.
Sin embargo, esa misma distancia, ese muro impenetrable que lo rodeaba, era lo que lo hacía aún más irresistible. Su misterio, su inaccesibilidad, despertaban una fascinación peligrosa, una necesidad en los demás de acercarse a lo imposible, de intentar tocar lo inalcanzable. Pero al hacerlo, corrían el riesgo de quedar atrapados en su red, de enfrentarse a la dureza de su carácter, a la frialdad de su alma.
Joaquín era la definición misma del peligro disfrazado de caballero. Un hombre que no temía ser deseado, pero que se aseguraba de que nadie pudiera alcanzarlo. Un hombre cuyo encanto radicaba no solo en lo que mostraba, sino en lo que se negaba a revelar, en la amenaza constante de que quien se atreviera a desafiar su muro podría terminar destruido por su propia ambición. Un hombre que caminaba entre las sombras, pero cuyo brillo era tan intenso que nadie podía evitar mirarlo, aunque supieran que acercarse podría significar perderse en la oscuridad.
— Irma, puedes retirarte — La voz de Joaquín era fría.
— Permiso — El ama de Llaves se aleja dejando a Joaquín y a Sara a solas.
Sara se ve diminuta al lado de Joaquín, como una niña que no podría defenderse ni del viento. Su figura, delicada y frágil, contrasta con la imponente presencia de él, que parece envolverlo todo con su peligrosa aura. Mientras él se mantiene erguido, confiado y distante, ella parece casi perdida, como una muñeca que en cualquier momento podría quebrarse con un solo roce. En su rostro, la inocencia y la vulnerabilidad se reflejan con claridad, una imagen de fragilidad que se despliega al lado de su esposo, un hombre cuya fuerza y misterio la hacen parecer aún más pequeña, más etérea, como si fuera un accesorio de porcelana en su presencia, a punto de romperse.
— Mañana por la noche nos han invitado en la celebración de una bienvenida, por supuesto tendrás que asistir conmigo y no quiero verte con tus vestidos de princesita dulzura — expuso Joaquín logrando que Sara sienta escalofríos, de hecho este era su estilo, pero sabe perfectamente que no todos tienen los mismos gustos que ella, ella agacha la cabeza, acto que fastidia a Joaquín, entonces el hombre la toma de la barbilla.
Sara sintió un pequeño escalofrío recorrer su cuello cuando Joaquín le tomó la barbilla con suavidad. Su piel se erizó ligeramente, como si su cuerpo reconociera el contacto antes de que su mente pudiera reaccionar. El gesto, delicado, pero firme, hizo que su respiración se volviera un poco más profunda, mientras sus ojos se encontraban con los de él, buscando una respuesta en su mirada. Todo a su alrededor pareció desvanecerse, y en ese instante, solo quedaba el roce de sus dedos y el latido acelerado en su pecho, ante el primer contacto directo que tuvo con su esposo.
— ¿No tienes dinero para comprar otra ropa, la crisis familiar es tanta? — Pero quizás Joaquín solo debía mantenerse callado. Pero fue Sara la que se queda completamente callada, de hecho ella no acostumbra a comprar ropa cara, aunque su padre siempre le daba todo el dinero que ella quisiera, pero su sencillez era más fuerte.
— Te dejaré mi tarjeta para que vayas de compras y elige un detalle especial, tengo entendido que es la hija de una familia rica la que regresa y como no puedo negarme de la solicitud de mi hermana he aceptado, es más creo que te vendría bien ir de compras con Sandra — Después de decir aquello Joaquín se alejó de Sara, unos minutos después ella observa el gran movimiento de vehículos aventurándose en la avenida, su esposo volvía a la empresa.