6. Permanecimos en silencio durante lo que me parecía siglos y para rematar la incomodidad del momento, ni siquiera que habitualmente había en la calle a esa hora se escuchaba. Me clavaba nerviosamente la uña en el dedo índice. No deberíamos estar tan incómodos. —¿A qué te refieres con que quieres mucho más que eso? —le pregunté, para romper el silencio. ¿Qué más podía querer si ya estamos hablando? Finalmente, Simón se incorporó y se fue arrastrando hasta el otro extremo de la cama, hasta que se apoyó con sutileza en la pared. —Bueno, pues que quiero que seamos hermanos —dijo—. Pero de verdad. Nunca hemos dejado de ser gemelos pero en algún momento dejamos de ser amigos —su tono era de pesar y me llegó al alma. Me lastimaba con la uña tanto que me costó reaccionar. —Yo también quie

