4.
En ese momento me daba cuenta que Brad era el ancla que me mantenía firme en un momento como ese.
—No puedes estar siempre a la altura de la vara que te has impuesto —me decía con los ojos sobre los míos—. Eres humano…
Tenía mucha razón, yo luchaba constantemente por alcanzar la perfección, me esforzaba por sacar las mejores notas, ser el mejor velocista del equipo y tener un círculo sólido de amistades y relaciones reales. Pero también era consciente de que si seguía cayendo en ese abismo de dolor, lo único que conseguiría era fracasar y simplemente dejaría de exigirme tanto.
Me giré para verle mejor. Él seguía de pie.
—Es como si un primo lejano estuviera de visita —dije—. Pero es mi hermano y llevamos seis años sin vivir juntos. ¡Seis malditos años! Todos los días lo echaba de menos y ahora que está en casa yo…
Brad me acariciaba los mechones del pelo oscuro y desordenado con las yemas de los dedos.
—Ya verás cómo te acabas acostumbrando. Te lo prometo.
Sí, pero yo seguía en el lodo de la auto compasión, pensaba que no tendríamos que pasar por nada de eso. Mi mamá había muerto demasiado joven. Simón y yo éramos demasiado jóvenes para habernos quedado sin ella.
Suspiré.
—Quiero que todo vuelva a ser como antes —le dije como pidiéndole un deseo a las estrellas.
—¿No quieres que Simón viva con ustedes dos? —me preguntó en voz baja.
—No, no es eso. —Negué con la cabeza—. Claro que quiero que Simón esté con nosotros. Pero ojalá no fuera de esta forma… ¿Me entiendes? Han cambiado muchísimas cosas… ¿Ahora quién va a ser la primera persona que llore de alegría cuando gane la maldita carrera de noviembre? ¿Quién va a llamarme cada feriado para preguntarme si puedo ir a verla? Ya no escucharé nunca más su voz… eso me parece tan injusto…. ¿Por qué me tuvo que pasar todo esto a mí?
Brad me miraba a los ojos. Mi piel se estremecía con su cercanía.
—Martín —pronunciaba mi nombre mientras me acariciaba las mejillas—. Tu madre estará contigo siempre… En tu corazón.
Sí, eso lo sabía pero no era como yo lo esperaba. Ni como debería de ser.
—He visto a Simón en mi habitación —lo mencionaba cambiando de tema antes de perder de nuevo el control que apenas acababa de recuperar.
—¿Y?
—Me estaba mirando desde mi ventana cuando venía para acá.
—¿Le has dicho que te ibas?
—No.
—A lo mejor sentía curiosidad.
Me mordí el labio inferior. Sí, me dije por dentro, puede ser, ¿pero qué demonios hacía en mi cuarto? El de él estaba justo al lado del mío así que podría haber sacado la cabeza también por su ventana.
—Pues… —respondí, sin tener del todo claro hacia dónde iba la conversación. Yo también había estado muchas veces en su cuarto, así que no era para tanto—. Sí, tal vez. Es que me ha parecido raro, nada más…
Hubo un silencio en el que Brad se tumbó a mi lado.
—¿Sabes amor? A mí no me parece raro que quiera tenerte cerca. Está viviendo todo un maldito cambio; él es el que ha tenido que mudarse y dejar atrás a todos sus amigos…
Esbocé una mueca al pensarlo.
—Es verdad…
Brad me ayudaba a abrir los ojos y me daba cuenta que Simón había perdido tantísimo. Quizás estar cerca de mí y de mis cosas lo ayudaban, por poco que fuera, yo estaría encantado. ¡Santo cielo! Me dije por dentro. ¡Y yo estaba ahí! Ya lo tenía todo en claro. Estaba seguro que si estaba en mi habitación era porque quería estar conmigo, y yo me había ido. ¡Lo había dejado solo! Era un pésimo hermano.
Al darme cuenta de todo se me estrujó el maldito corazón.
—Tengo que irme —dije de repente.
Brad se quedó paralizado mientras me acariciaba la barbilla.
—¿Ya, tan pronto? —me preguntó mostrándose triste.
Estaba claro que no era eso lo que esperaba escuchar. Seguro y quería que hiciéramos “cosas” entre los dos, pero en ese momento me era imposible.
—Mi padre me ha dado una hora, pero… —me excusé.
Era un pésimo hermano y un pésimo novio, pero no pude terminar la frase. Brad asintió con una leve sonrisa en los labios.
—Deberías estar en casa con tu padre y con Simón —dijo.
—Gracias por comprenderme, Brad. Te amo.
En ese corto tiempo su compañía me había hecho tantísimo bien, sabía que valía la pena haber ido a verle.
Cuando íbamos de camino a la planta baja pasamos por delante de la pila de cuadros que retrataban su infancia. En la última foto estaba rodeado por su equipo en el campeonato del año pasado.
Estaba tan agradecido con él, me ayudaba a verlo todo con otra perspectiva. Días antes me había visto recluido en una burbuja en la que solo estábamos mi padre, Simón, mi familia materna y yo, y no había podido distanciarme lo suficiente como para ver las cosas con mayor claridad.
—Oye… —me dijo Brad apoyado en el marco de la puerta—. Llámame si necesitas algo, lo que sea, ahí estaré para vos.
Me incliné hacia él, era unos centímetros más bajo pero eso no impedía que pudiera darle un pico en los labios.
—Claro. Gracias —me di media vuelta y eché a correr por la acera en dirección a casa.
Dejaba atrás su casa junto a él sin dejar de morderme el labio. Me había centrado tantísimo en mí mismo y en cómo me sentía que apenas había pensado en mi hermano Simón.
Comencé a tener esperanzas de que si estrechábamos nuestros lazos podríamos llegar a ser tan cercanos como lo éramos antes. Quizás sería lo único bueno que sacaríamos de toda esa maldita tragedia.
Iba pisando con tantísima fuerza por el asfalto, que a cada paso sentía unas punzadas de dolor en el vientre, era flato. No había corrido desde que nos dieron la mala noticia, pero en ese momento no pensaba bajar el ritmo.
Atravesaba como un rayo por delante de los jardines de los vecinos con sus flores y arbustos bien podados de camino a casa.
Cada bocanada de aire me hacía arder la garganta hasta que alargué el brazo y casi me fui de bruces con la puerta de entrada. Agaché la cabeza y tomé el pomo de la puerta, con los malditos pulmones exigiéndome el oxígeno del que los había privado durante la carrera.