Daba cabezadas sentada en aquel incómodo y frío asiento de aeropuerto, no paraba de pensar en la vuelta a casa, en volver a reencontrarme con la familia, en los prejuicios a los que me enfrentaba tan a menudo, las caras conocidas y sus miraditas insinuantes y recriminatorias... uf qué mala gana.
Sabía que era irremediable volver a la rutina, aunque mi vida no se asemejara a la de mucha gente de mi círculo tenía que admitir que nadie, ni siquiera yo podía escapar de las responsabilidades. Al menos de algunas.
No me quedaría demasiado tiempo, solo un verano es lo que me separaba de un nuevo rumbo, otro viaje que prepararía tomando el sol en las divinas playas de mi isla. Serían mis vacaciones de verano, las que siempre me ayudaban a reponer fuerzas, tomar algo de vitamina D, ponerme morenita y buscar nuevos proyectos.
Mi actitud siempre me había llevado por caminos insospechados y la mar de interesantes, pero ahora me pesaba. En esta ocasión, venía de varias ciudades del norte de Europa, donde el clima invernal me había conquistado por completo. Durante todo un mes, conocí nuevas culturas, otros dialectos, paisajes inspiradores, personas entrañables que me ayudan a seguir adelante con mi camino. ¡Cómo les extraño ahora justito!
Me pongo en marcha, hora de subirse al avión. En esta ocasión tocaba viajar en modo "low cost", justita e incómoda, haciéndome a la idea de que no podría descansar ni un ratito durante el vuelo. Lo intento igualmente, moviéndome nerviosamente y sin pensar en nadie. Ni siquiera en el joven que acababa de sentarse a mi lado.
—Ups, lo siento —me disculpé avergonzada al percatarme de su presencia. Sin buscarlo se había llevado un codazo en mi intento de buscar una posición ligeramente más llevadera. Él me miró con atención, notando mi malestar, pero su amable respuesta me cogió por sorpresa.
—Puedes apoyarte en mí si te resulta más cómodo.
“¿Perdona?” Contesté solo con la mirada alzando las cejas. Mantuve la mirada en su expresión durante unos segundos intentando captar su verdadera intención, pero no pude evitar tranquilizarme al no ver atisbo de depravación en su invitación. "Va a ser que no" pensé todavía insegura. Nunca me fio de las primeras impresiones.
—Te lo agradezco, pero me doy por vencida —resoplé dramáticamente —. Aquí va a ser imposible pegar ojo.
—Yo me rendí hace mucho. Soy incapaz de dormir en un avión.
Le miré de soslayo un par de veces, disimulando mi lado curioso. Le noté una media sonrisa, como queriendo disimular que aquella respuesta contenía una historia más extensa. Bueno, quizás era incluso interesante, y aún quedaban varias horas de vuelo que tendría que pasar de alguna manera.
—¿Alguna fobia? —pregunté sin rodeos. Él me miró pensativo. Quizás simplemente se estaba haciendo el interesante.
—No, en verdad es que siempre tengo la esperanza que si esto —señaló al techo, dando a entender que hablaba del avión en general —se fuera a pique, no me gustaría estar dormido.
Hice un silencio intentando entender.
— ¿Entonces, crees que habrá alguna diferencia si nos estrellamos contigo bien despierto?
—No sé por qué, pero guardo la esperanza de poder hacer cualquier cosa antes de llegar al suelo.
Volví a quedarme pensativa y contesté sin rodeos la primera estupidez que se me cruzó por la cabeza.
—Entonces, eres algo así como un súper héroe frustrado.
Su carcajada me cogió por sorpresa, pues, aunque estaba siendo irónica incluso podría parecer que me estaba burlando de su ego. Eso se me daba bastante bien. Le miré al ver que intentaba disimular la pegadiza risa que le había entrado y no pude evitar sonreír en respuesta.
— ¿He acertado verdad?
—Sí, por supuesto. Creo que el ego masculino tiene la culpa.
—Qué gran problema tienen ustedes con eso. Debería estudiarse y buscar alguna cura, o podría acabar dando verdaderos problemas —¡Ahora vas y lo coges! Eso sí que lo pensaba en verdad.
El silencio volvió durante unos minutos. Ambos nos preparábamos para ascender y atarnos bien los cinturones de seguridad, apagar dispositivos y por supuesto, recoger nuestras bandejas, las cuales se extendían con dificultad dado al escaso espacio entre los asientos. Me puse recta y respiré profundamente, cerré los ojos preparándome para el momento que más pavor me daba, ese en que los pies se alejaban demasiado de tierra firme y el vuelo podría ser un viaje de no retorno. Dramático, sí, pero realista, a fin de cuentas. Me sobresalté y abrí los ojos de inmediato cuando una mano cubrió la mía con un apretón casi de pánico. Miré a mi lado derecho y para mi sorpresa, el aspirante de súper héroe imitaba el gesto que yo misma tenía hacía tan solo unos segundos. ¡Menudo valiente! Esperé mirándole con la esperanza de que me soltara con la excusa de no haberse dado cuenta, pero hasta que no llegamos a una altura considerable en la que el avión se enderezó, no lo hizo.
—Lo siento, esta vez sí que he notado el ascenso —se disculpó soltando el aire. Se desabrochó el primer botón de su camisa ligera y se acomodó nuevamente mirando al pequeño ventilador de techo.
No quise ser borde, eran muchas horas las que tenía que pasar a su lado y se me tornaba copioso el pasarlas enfurruñada.
—No pasa nada. A veces es bueno rezar un poco en estos momentos.
Su respuesta fue simplemente una sonrisa forzada, no parecía que lo estuviera pasando bien así que no dije nada más.
Creí que la conversación había acabado y me sentía tranquila al no notar que como en tantas otras ocasiones me habían sentado junto a algún pervertido. De esos que se ponen pesaditos haciendo preguntas trampa, tontas y sin sentido con intenciones ocultas, o de los que intentan excusarse de salir y entrar una y otra vez con el simple fin de gozar de un leve rozamiento. De los que te miran sin disimular, esos eran los que peor llevaba. Aliviada, ahora que estábamos en las alturas, me puse los cascos de mi mp3 con la intensión de evadirme. Cerré los ojos y disfruté solo de la música folk que tanto me gustaba, tarareando incluso en alguna canción que me inspiraba.
No sé si habían pasado segundos, minutos u horas cuando un zarandeo me despertó. ¡Mierda! ¿Qué es lo que ha pasado? Mi asombro fue en aumento cuando me vi casi refugiada en los brazos de mi aprensivo vecino de vuelo. Levanté la mirada buscando su expresión que era casi tan expectante como la mía. - ¿Qué ha pasado? - le pregunté confundida.
—No te preocupes, creo que han sido las turbulencias.
—Sí, pero, ¿por qué me he caído casi encima de ti? —mi pregunta le dejó desconcertado por instantes.
—Pues estabas K.O.…, yo solo te sostuve cuando caíste a mi lado.
Tenía lógica lo que decía así que no le hice más preguntas al respecto. Ya estaba bastante avergonzada por haberme dormido e inconscientemente haber aceptado su primera invitación de apoyarme en él.
—Lo siento —me disculpé yo ahora —. No creía que estaba tan cansada, pero veo que me equivocaba.
—No pasa nada. Puedes seguir durmiendo si quieres. Yo te avisaré en el caso de tener que saltar del avión.
¡Anda, qué gracioso el muchacho! Le miré un segundo para reírle su gracia y pensé que sin duda tenía una sonrisa ideal para ser uno de esos súper héroes de Marvel. Era normalito, la clase de chico que atraía solo si buscabas su puntito. Y anda si lo tenía, de eso no tenía dudas ahora que llevaba una hora a su lado. Le veía algo más maduro que yo, su acento y su cabello con destellos dorados me sugerían que no era español, ni mucho menos canario. Quizás viajaba por negocios, como la mayoría de los ingleses que van a las islas.
Siempre atraíamos al turista proveniente de países gélidos, pero me sorprendía que su sentido del humor no combinara con mis cavilaciones. Eso era sin duda un punto a su favor.
—De acuerdo. ¡Qué afortunada me siento en estos momentos! —Sacando mi lado atrevido recosté mi cabeza en su hombro, usándole como almohada y notando que se movía para ponérmelo más fácil.
Mm, qué olor. Ese aroma masculino no hacía otra cosa que despertar mi sed de aventuras. El calor de su piel traspasaba la suave camisa haciéndome sentir una atracción casi inaguantable. ¿De verdad no podría resistirme una vez más? Miré con atención lo suave que parecían sus manos, enmarcadas por unas ligeras líneas azules que resaltaban en su clara piel y las imaginé acariciando mis pechos... ¿De verdad me lo estaba tan siquiera replanteando? Mi lado travieso despertaba y yo quería dejarla salir, ¿por qué no?
—Y digo yo —añadí alzándome en mi asiento — ¿De verdad fueron las turbulencias las que me sobresaltaron? Porque yo juraría que es una excusa para deshacerte de la pesada acompañante que se duerme incluso sin querer encima tuya. No me habrás despertado a conciencia para que dejara de babearte la camisa, ¿verdad?
Volvió a reír negando con la cabeza dejándome claro que aquel coqueteo de tira y afloja le gustaba tanto como a mí.
—Me has calado, me gusta demasiado esta camisa.
—Menudo caballero que estás hecho —quise sonar dolida.
—Me da que tú tampoco eres una damisela en apuros.
Esa afirmación me había dejado pensativa... ¿de verdad? ¿tanto se me notaba? A punto estuve de darle un beso de alegría al descubrir una parte de la imagen que doy ante un desconocido tan apetecible. Me descubrí intentando dejar de mirarle por un segundo, pues creo que su sonrisa empezaba a embobarme. En verdad estaba claramente coqueteando, no podía estar equivocada. Esta situación no era del todo nueva para mí, aunque no pueda usarla como regla general. En alguna ocasión, los finales eran más desafortunados.
—Veo que al menos gozas de algún súper poder —esperé mientras él me miraba expectante buscando mi conclusión –. Sabes captar la esencia de personas desconocidas.
—No lo había pensado, pero nunca se me ha dado mal el alejarme de las personas que no me convienen —aceptó con expresión satisfecha.
—Entonces seguro que lo usas a menudo.
—Sí, esa será la manera de elegir quien saldrá vivo de aquí en caso de accidente repentino.
Eso sí que me hizo reír, aunque intenté disimularlo mirando al lado contrario. Él me miraba, podía notarlo. Su sonrisita picarona me hizo entender que nuestra atracción era mutua. Me sorprendió darme cuenta cómo en tan solo un par de horas ya parecíamos dos amantes embobados. Sin duda era el momento de tirarme a la piscina de cabeza, siempre asumiendo el reto de pegarme un porrazo contra el fondo, pero si no lo hacía, nunca lo sabría.
Antes de decir nada, volví a mirar el gesto de sus manos, esas que hacía tan solo un par de horas habían tenido contacto directo con las mías. ¡Bien!, sin rastro de alianzas.
No es que ese hecho me detuviera en la mayoría de las ocasiones, pero prefería no meterme en embrollos de ese calibre. A fin de cuentas, si tenía pareja era su responsabilidad, no la mía.
Pero ¿cómo decirlo sin sonar demasiado violento? Baje la mirada buscando ideas. Sí, esto podría servirme. Cogí una servilleta, que la azafata me había servido junto al vaso de agua y el bolígrafo que siempre llevaba en mi bolsito de viaje. Le miré solo para saber si mi actividad repentina había despertado su interés, pero seguía ensimismado en el folleto de seguridad del avión. Me apresuré en escribir una frase directa y concisa;
"Tú y yo solos en el aseo del fondo, quizás allí puedas mostrarme otro de tus súper poderes"
Hábilmente me levanté del asiento, le mostré la nota por encima del folleto. Vi cómo su expresión cambiaba al darse cuenta de que mi mensaje iba en serio. Pasé por encima de él acercándome un poquito más de la cuenta, de manera insinuante, me mordí el labio simulando un esfuerzo ante la señora que vivía ausente de nuestro juego al final de nuestra fila. Su expresión de incredulidad casi me hizo soltar una carcajada, pero la determinación me obligó a guardar una actitud de autocontrol.
Le esperaría primero frente a una puerta, viendo a lo lejos, si hacía algún movimiento. Si se levantaba en mi dirección, elegiría uno de los servicios libres, tarea fácil ya que en aquel momento la zona estaba despejada. Todo estaba saliendo a pedir de boca.
Pasan los minutos y desde mi posición puedo ver cómo se mueve incómodo en su asiento, se lo está pensando, ¿qué puede ser lo que le retiene? Normalmente, los hombres no suelen meditarlo demasiado, para ellos estas proposiciones suelen ser como un regalo caído del cielo. Pero este chico, quizá... “No”, me reafirmé, sé que lo hará, se levantará de un momento a otro.
No tarda en ceder y abandona el pensamiento que le mantenía en su asiento, conforme me apresuro a entrar a uno de los aseos y le sonrío invitándole a entrar. Su seriedad me excita, parece tan rudo, tan temeroso de mi atrevimiento que no puedo contenerme y demostrarle de lo que soy capaz. Me teme, lo noto, e intenta guardar silencio para que no seamos descubiertos.
—Eres tan... —le susurro provocadora mientras le desabrocho los botones metálicos de sus vaqueros. El espacio es reducido, pero ayuda a mantenernos bien pegados. Hace que su cuerpo no pierda el contacto del mío. Le beso con intensidad buscando una respuesta igual de apasionada que la mía.
Se va avivando pausadamente y mete sus manos por debajo de mi camiseta. Dejo que la suba por mi cabeza sacando a descubierto mi adecuada lencería francesa.
—Por cierto, ni siquiera sé tu nombre —susurró con su atrayente sonrisa de medio lado.
—Olympia —susurré de lo más excitada por lo sugerente de aquella presentación.
—Eres más caliente de lo que imaginaba Olympia —me alagó mientras acariciaba mis pechos con sus ardientes manos —. Yo me llamo Peter.
—Pues bueno Peter, en eso has acertado, ahora te demostraré lo poco que me parezco a una dama en apuros, porque ahora haré que sueñes con mi nombre —Y así lo hice. Rápidamente y con destreza me deslicé hacia su entrepierna — ¡Vaya, creo que acabo de descubrir una de tus grandes virtudes!
Pero él ya estaba demasiado excitado para seguir con las bromas. Me alzó con rapidez buscando introducirse en mí con ansiedad, ya había podido extender un condón así que no le paré. Hice a un lado mi pequeño tanga y abrí mis piernas ofreciéndome.
—Ahora, ¡hazlo Peter! —exigí notando el palpitar de mi sexo necesitándole con exigencia.
Nuevamente un inesperado juego que me hacía vibrar, una nueva experiencia que quedaría solo para mí, mi cuerpo y mi disfrute. Me dejo llevar por mis impulsos sin importarme nadie más.