Capítulo 3 (+18)

2094 Palabras
París amaneció nublado al día siguiente. Adele se levantó temprano como de costumbre para preparar el desayuno pero él le pidió que se quedara un rato más, asegurando que las mujeres del servicio se ocuparían de eso. Se quedó dormida de nuevo entre sus brazos, al punto de no darse cuenta cuando él se levantó. Horas más tarde, se asomó por la puerta de la pequeña habitación. Él estaba allí, afuera, encendido por los escasos rayos de luz solar de la inmensa alcoba. Adele se sintió atraída físicamente hacia él por primera vez. Sus ojos se pasearon por todo el cuerpo de Ryan, él era guapísimo en exceso, deberían arrestarle por ello. Sin saber que él ya se había percatado de su presencia, se sobresaltó cuando este le indicó que se acercara. Ella lo hizo sin rechistar, parecía que se levantó de mal genio y lo mejor en ese caso era obedecerle sin reclamos. —¿Qué ocurre? —le preguntó ella con calma, lo menos que quería era pelear, menos después de la noche tan maravillosa que tuvieron. —Necesito tus claves. —habló directo, yendo al meollo del asunto. Ella quedó fría—. Escríbelas en ese papel ahora mismo, que no tengo tiempo para perderlo. Ella quedó fría, no sabía que hacer ni qué decir. —¿Mis…—intentó articular pero él, alterado y bipolar le gritó, ella se sobresaltó y se sentó para escribirlas, observó el papel en blanco tendido sobre la mesa de la cocina. Se sentó y movio las manos rápido, se sentía presionada y la presión le bloqueaba la memoria—. No recuerdo las claves de las dos últimas. —¡No me mientas! —gritó de nuevo. A Adele le entraron ganas de llorar, sin embargo, no lo hizo—. Mierda… —masculló, con la mandíbula y los dientes apretados por la ira. —Te lo juro, Ryan, no recuerdo… —susurró ella. Ahora con las manos temblando. De pronto las paredes resonaron. Él las golpeó de nuevo un par de veces más, drenando por completo lo que sentía. Lo necesitaba. Necesitaba tener un descanso de su propio ser, de sus propios recuerdos, de lo que había pasado la noche anterior. Golpeó la pared tres veces más, los ladrillos explotarían en cualquier momento. Explotarían como él, que no tenía control, cada vez que recordaba la clase de mierda que fue hace unos años. Y de lo que fue capaz. —Voy a recordarlas, te lo prometo. —susurró con las manos temblorosas. Ryan descansó de sus golpes y recibió el papel que ella le entregó con las manos temblando, le miró y notó que sus ojos estaban cargados de lágrimas. ¿Qué culpa tenía ella? ¿Acaso tuvo que ver con sus errores del pasado? La vio voltearse de espaldas y explotar en llanto ahora que ya no lo miraba. Él se cabreó aun más. Ella detuvo las lágrimas, aunque por dentro prefería morir. Sin mentiras, prefería al hombre de ayer. El que le confesaba lo importante que era ella para él. Por suerte, no le quedaba mucho tiempo allí o eso fue lo que ella entendió cuando le dijo que “mientras más rápido salieran de esto más rápido sería libre”. Pero, después de todo lo vivido con él, ¿Adele todavía deseaba la libertad? Su declaración de “a donde vayas, yo iré” dejaba mucho que pensar. Ella ya no recordaba tanto la vida pasada, aunque si le culpaba frecuentemente de haberle arruinado la carrera. Sus tacones son extremadamente altos. Él le ha comprado el traje que le prometió meses antes para Halloween, se metió tanto en el personaje que se maquilló como si de verdad lo fuera. Buscó los implementos necesarios y se tomó una foto con él que ambos conservarían de recuerdo. La sonrisa de la chica se intensificó cuando él se levantó y la apretó contra su cuerpo semi desnudo. Adele inclinó la cabeza hacia atrás apenas sintió sus besos en el cuello. Ella con sus largas uñas, acarició la espalda de Ryan y este se movió más a su cuerpo. —Cúrame, Adele —susurró él sobre los labios de ella. Adele ya sentía la humedad en sus bragas—, tú tienes la cura que me quitará este mal. Ella de pie, pegada a la fría pared de la alcoba, lo besó con la luna de testigo. Era un beso apasionado, nada tierno. Era fogoso y lleno de lujuria. ¿En qué momento se transformó en la Adele ninfómana? Ni ella lo sabía pero estaba segura de que nadie en su vida la tocaba ni la encendía como él. Ryan podía ser el peor de los mujeriegos pero era un experto al seducir y en la cama. Los labios de Ryan abrieron la boca de Adele, la inquieta lengua de él encontró la de ella. Adele no evitó soltar suaves gemidos en los labios de Ryan cuando las manos de su amante se insertaron bajo la tela de su disfraz de enfermera y tocaron su fría piel. Las manos de Adele encontraron los botones de la camisa de Ryan y comenzó a desabrocharlos con afán, simultáneamente él mordía mi cuello. Aquella mujer quedó boquiabierta al descubrir un incipiente y fino vello pegado a la húmeda piel de aquel hombre que acariciaba su abdomen generando un centenar de cosquillas en el cuerpo, bajo el vientre. Las manos de Ryan sujetaron el broche de la falda, en la parte trasera y la desprendió poco a poco de su delgada figura, depositó un sensual beso en sus labios y acarició el contorno de sus firmes, gruesas y definidas piernas, atrayéndola a su cadera con ardores de placer en cada fibra dejaba al aire libre. A Adele le excitaba la piel de Ryan. Desde la primera noche que estuvieron juntos, sintió una excitación enorme por la piel del hombre que le quitó la libertad. Su excitación rozaba los labios de Adele y provocaba un leve dolor, por la carga sensible que humedecía la tela. Adele sentía la excitación también brotando de sus poros; era tan insoportable como erótica. La poca dignidad y determinación que ella conservaba fue destruida de manera inminente por los labios carnosos de Ryan, quien luego de tirarle con más fuerza hacia él, deslizó sus manos hacia abajo y sujetó su trasero. Para ella, los labios y lengua de Ryan eran tan gloriosos como la degustación de un exquisito brownie de chocolate con helado. Ella estaba tan sensible que en cualquier momento podía llegar al orgasmo a causa de los incesantes toques de Ryan. El fornido se separó de su boca de un momento a otro, dejándole sin aliento y con las rodillas como gelatina. Arrancó la blusa del traje con desespero, como animal hambriento. Ella quedó solo en ropa interior. Una que él mismo le compró para esa noche en especial. Pero las prendas no duraron mucho tiempo en su cuerpo, él llevó las manos al sujetador y al palpar la tela sonrió. Estaba sudada al mil por ciento, desprendió el broche y los lanzó al suelo, dejando sus jugosos y redondos senos a la luz de la luna. Con su pulgar comenzó a tocar los pezones, ella intentaba frenarse a la sensación pero no lo consiguió. Su pecho rogaba por más, él lo percibió sin que ella pronunciara palabra. La intensidad aumentó, ella desabrochó el pantalón de Ryan con sus afanosas manos y lo sacó, pateándole lo más lejos posible, él introdujo su mano por encima de la frágil, diminuta y bordada tela, la palma cálida de Ryan rozando con excesiva delicia la zona sensible de su cuerpo. En efecto, ella se volvió más ansiosa a su toque. Ryan esbozó una risa de burla suave por los sollozos de Adele, le divertía que ella sufriera por la lenta expedición qué él hacía en su cuerpo. La estructura osea de aquella mujer temblaba, la emoción y el temor la dominaban. Adele apretó su espalda ante un sensual toque de Ryan. Él se atrevió a preguntarle si realmente deseaba aquello seguido de un mordisco en su labio inferior. —Lo quiero —susurró ella con un hilo de voz. Acto seguido, acarició la pequeña zona con la punta de sus dedos, Adele sintió que la sangre fluía por su cuerpo entero en ese instante. Aquel hombre supo jugar con la necesidad que ella tenía, siendo ella incapaz de huir. Un espasmo de placer contrajo su vientre al sentir como la diminuta tela desaparecía deslizándose por sus piernas, él besaba sus muslos y ella perdió la fuerza en sus extremidades inferiores. Ahora indefensa, Ryan no dudó en cernir su lengua en aquel manantial paradisíaco que tanto le fascinaba. Aquella lengua que más de una vez le incitó a pecar, labios que ahora eran de ella y nadie más. —¿Estás segura? —preguntó Ryan de nuevo con su cálido aliento. —Sí —respondió ella sin demoras. Con una sonrisa de satisfacción, subió por su pecho y se apoderó de los carnosos y desgastados labios rojos de Adele. Las manos de ella le sujetaron el cabello y sus piernas estaban abiertas bajo él. Para Ryan era placentero ver como ella se estremecía ante sus caricias, paseó su mano por el abdomen de ella mientras su lengua se adentraba en lo más profundo de su ser. El deseo irreprimible de Adele lo excitaba más, su lengua controlaba ahora la escena. Era la protagonista de la noche. Adele apretó sus rodillas alrededor de las piernas de Ryan, sus gemidos eran melodías para él. Su garganta emergía sonidos cada vez más agudos conforme las embestidas aumentaban. La presión y tensión s****l era incontrolable ahora que ya habían empezado. Él se detuvo y la miró fijo. —¿Creíste que así terminaríamos? —Ella no dijo nada en absoluto—. Dime que quieres y te lo daré todo. —Te quiero a ti. —susurró ella sin titubeos, él sonrió y la tomó con fuerza. Era hora de la mejor parte. Aquella noche, el paciente terminó siendo el enfermero que curó la necesidad s****l de aquella mujer que anhelaba sentirse deseada todos los días por él. Aquel deseo se convirtió en una orden que él acató de inmediato. La llevó hasta el diván, tumbándola suavemente y sin mediar palabra, introdujo su grueso m*****o en el paraíso. Las embestidas fueron lentas al inicio, luego fueron más intensas haciéndole gritar de placer. No le daba miedo ni pena hacer público que aquel hombre era dueño de su piel ahora más que nunca. Al acabar, el cuerpo de Ryan cayó sobre el de ella, sin salir de su interior. Así se quedaron dormidos los dos, extasiados y satisfechos. Su extenso y oscuro cabello construyó una cortina que le impedía contemplar el rostro de su delicado y apacible rostro. Adele apoyó la mejilla en su brazo izquierdo, él no pudo hacer nada más. Ella era magnífica, especial, auténtica, fantástica. Pero también era impulsiva y emocional. Verla tan calmada y serena, impidió que sus impulsivos dedos rozaran la delicada y hermosa piel una vez más. Era increíble la sensación placentera de tranquilidad que ella le generaba. Él era de los que al día siguiente lanzaba a las mujeres a la calle sin importarle absolutamente nada y las anotaba en la lista negra de nunca acabar. Pero con Adele, ¡maldita sea, ella era diferente en todos los sentidos! Con ella, romper las reglas era válido, con ella no quería solo sexo y lo fue comprendiendo conforme pasaba el tiempo. Pero él no se sentía tan valiente como para dejarla ir, aun cuando le había confesado lo contrario. Los incandescentes rayos del sol se proyectaron en la espalda de ella, sus pecas se hicieron más visibles. Era un lienzo perfecto y él un artista que creaba obras magníficas allí. El aroma a coco de aquella mujer le atraía en demasía. Aunque evitó acercarse, sucumbió ante aquel aroma tan exquisito proveniente de su cabello y la piel. Le besó con la calidez necesaria para no despertarla, ella permaneció como un roble, inerte ante cualquier movimiento. Esa Adele dormida y tranquila que él tanto admiraba fue la que cambió su vida y sus perspectivas por completo. Ella fue la mujer que, con los años, le enseñó lo que realmente era amar, la que le causaría todas las ojeras de insomnio el resto de su vida, la que con una mirada le decía cuanto le quería y con un beso lo mucho que le deseaba. ……….
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