Los días transcurrieron lento para Adele. Lo que eran tres meses, para ella parecía un año. Su actitud para con él era cambiante. Unos días le buscaba para tener sexo, otros se hacía de rogar y le trataba con indiferencia. Ryan estaba al borde de la locura con esa mujer. Así pasaron los primeros cinco meses: juntos pero no revueltos. Una noche en la que todo parecía normal, ella le preparó la cena y lo llamó para comer, él no contestó entonces se la llevó a la habitación.
Ryan estaba con una mujer allí dentro, ella se quedó fría y perdió hasta el pulso. Tan desequilibrado fue aquello que el plato de comida se le cayó al suelo, llamando la atención de su secuestrador y la platinada que estaba con él, haciéndole sexo oral. Ryan quitó a la mujer y se cubrió con una toalla de la cintura para abajo para asistir a Adele. Cuando estuvieron cerca, a milímetros de distancia, él le tomó la mano y ella la quitó en un acto reflejo. Sus labios rozaron cuando se levantaron, ella no parecía recuperar el pulso ni el semblante y con Ryan tan cerca no lo haría pronto.
Ese hombre le ponía los nervios a flor de piel. Y ella no era la misma Adele de hacía unos meses.
Recogió todo y se retiró hasta la cocina, él le siguió y le hablaba pero ella lo ignoró por completo.
—Listen to me, please! (¡Escúchame, por favor!) —le pidió, tomándole las manos. Adele le dirigió una mirada fría, quería escucharle pero lo que vio era tan claro que para ella no había explicación que pudiera justificarlo o cambiar su perspectiva sobre lo que vio—. Adele, tienes que escucharme, por favor, te lo pide este hombre que nunca, en su puta vida, ha pedido un favor.
—¿Qué me vas a decir, Ryan? ¿Que lo que vi no es lo que parece? —Él la miraba en silencio—. Yo creo que fue muy claro: búscate una puta para matar las ganas que me tienes a mí. Lo que no entiendo es ¿por qué tenías que buscar fuera?
—Adele, no, las cosas...
—Las cosas son como son, no hay manera de cambiarlas, Ryan. —dicho eso se dispuso a lavarse la mano que emanaba sangre a más no poder. Él lo vio y quiso ayudarle pero ella se negó—. Do what you want! (Haz lo que te dé la gana). —le gritó y tumbó el jarrón de flores al suelo. Ella apretó los ojos al cerrarlos, se estremeció ante el estruendoso sonido del jarrón de vidrio al estrellarse en el suelo y partirse en pedazos
Ryan regresó a la habitación y pocos minutos después, la rubia platinada salió. La miró de arriba hacia abajo, examinándola. Adele le dio una mirada despectiva por encima del hombro. Ryan se asomó y apoyó su cuerpo en el marco de la puerta de la habitación. Adele lo miró por un segundo y se dio vuelta, ignorándole. Deseaba tragarse el orgullo y hacer como si nada fuese ocurrido, como que él no era un asesino ni un rufián, pero le era muy difícil. Cuando ella le preguntó el motivo por el que le pagó a una puta, él intentó cambiar la versión, eso fue lo que más le indignó. Todo estaba claro y él pretendía negarlo. Fue al baño del piso de arriba, a darse una ducha. Él entró poco después, tenía unas ganas inmensas de comérsela entera, de pies a cabeza y viceversa.
Una hora más tarde, los dos estaban en la misma habitación, Adele encima de él, con su cabello ondulado cayendo sobre sus senos, cubriéndolos. Ryan introdujo su m*****o dentro, lento al principio y más rápido después. Ella se movía al ritmo de sus embestidas, llevándolo al borde del éxtasis y la locura. Cuando los dos alcanzaron el clímax, ella gritó su nombre recibiendo el primer orgasmo de la noche. Ryan, como el ninfómano que era, probó todas las posiciones con ella.
Después de nueve orgasmos consecutivos, los dos cayeron sobre la cama, exhaustos. Al recuperar la respiración, ella le preguntó sobre la prostituta a la que Ryan le pagó por sexo. Él la miró con una sonrisa burlona.
—¿Qué me miras?
—Estás celosa. —murmuró con una risa divertida, acariciando el cabello de Adele que lo miraba con cara de pocos amigos—. Quítame la miradita, princesa, que me duele la cabeza.
—Ryan, hablo en serio.
—Yo también.
Pasó un buen rato y él permanecía sin responder sus interrogantes, solo hablaba de que ella estaba celosa porque él le pagó a alguien más para tener sexo. Adele, en vista de la situación, decidió hablar para romper el silencio y la incomodidad que se produjo en ese momento.
—¿No me vas a responder? —su tono glacial y tajante lo dejó estático. Él solo la miraba en silencio—. Bien, si no tienes nada que decirme, entonces lárgate y déjame sola.
—No me iré a ningún lado, Adele, ¿crees que te voy a dejar sola aquí?
—Como si yo necesitara de tu compañía. Nací sola y sola me moriré.
Él desvió la mirada y Adele se enfocó en terminar de recoger la cama y sus pertenencias. Ella escuchó el golpe de la puerta al cerrarse, pensó que se había ido pero al levantar la mirada, se encontró con sus intimidantes ojos. Su rostro inescrutable se transformó en uno de satisfacción.
—¿Qué te sucede?¿Por qué estás tan feliz?
—Ve, aquí las cosas no son como tú digas, ¿de acuerdo? Yo soy el que manda, me tienes que hacer caso.
—Eso lo sé, Ryan.
—Cállate, no me digas así.
—¿Qué, ahora no te gusta tu nombre? Además te trato así por respeto, porque es el deber ser.
—No digas estupideces, Adele. Sabes bien que lo haces para sacarme de quicio.
—Como quieras y ya déjate de cosas —le tomó del brazo con fuerza. Ella lo miró de inmediato—. Suéltame, me estás lastimando.
—A ver, ¿no te das cuenta de que tú me estás lastimando a mí con tu indiferencia? Adele yo estoy…
—¿Qué me vas a decir? ¿Qué estás enamorado de mí? —cuestionó—. Si es eso, ahórratelo, porque aún no te perdono.
—¡Entiende que te amo! Que no puedo vivir sin ti, Adele, ¿es tan difícil? —respondió alterado.
—¿Y porque me amas tenías que secuestrarme? ¿Ese era un motivo justificable? —sentía como los latidos de su corazón se hacían más lentos—. Sabías perfectamente que yo tenía una vida allá fuera y no te importó.
—¿Y nuestra historia, qué? ¿A dónde irá todo lo que vivimos? —preguntó mirándome a los ojos—. Estuvimos juntos, Adele. Hicimos el amor...
—Para mí eso no fue más que un simple polvo, ¿sabes? Cuando yo me entregue verdaderamente a un hombre, será con Brandon, mi novio, porque con él yo me imagino todo. Mi futuro, mi familia, mi casa… Todo lo veo junto a él. Pero apareciste tú… Y se nos estropeó el amor.
—No digas eso. Cuando tú y yo nos conocimos, él ni siquiera estaba contigo, ¿recuerdas?
—Pero yo seguía queriéndolo, Ryan.
—¿Y por qué no me lo dijiste? ¿Sabes? Nos fuésemos ahorrado todo este mal rato.
—Porque los dos queríamos olvidarnos uno del otro. Pasar la página y empezar de cero. En ese preciso instante apareciste tú, y decidí que lo mejor era rehacer mi vida con otra persona.
—Me usaste.
—No, no lo veas así.
—Por favor, no quieras tapar el sol con un dedo. ¿Crees que no es obvio? Es más que evidente. Me usaste para olvidarte de él.
—A ver, tienes que escucharme. —Él tragó saliva y cuando Adele se dispuse a hablar, tocaron la puerta—. Espera un momento.
Él sacó el revólver y salió de la habitación, ella sabía lo que seguía ahora. De no evitarlo, Ryan derramaría sangre inocente. Salió detrás de él y le impidió que cometiera una locura. Le pidió que le escuchara, que no tenía sentido añadir más cargos a su condena.
—Aquí el único que usa a las mujeres eres tú. —Escupió Adele, él se quedó frío—. Si alguien debería sentirse usada soy yo. —concluyó.
—Adele...
—Yo tenía mi vida con Brandon, mi carrera como modelo. —le tenía agarrado del brazo, lo mejor que podía hacer era quitarle el arma pero muy probablemente ella saldría lastimada en el proceso. Decidió quedarse tranquila—. Contigo todo es distinto, contigo me vuelvo loca, tú me miras y siento que exploto por dentro, ¡eso no es normal! Aunque me usas para matar tus ganas de sexo, cumplir tus fantasías, yo...
La puerta la tocaron aun más fuerte, fuera quien fuera, él lo mataría si se atrevía a entrar a la fuerza.
—Ryan First, sabemos que está aquí. Salga ahora mismo si no quiere que entremos por la fuerza. —Los dos se quedaron mudos y fríos. Era la policía, los habían encontrado—. Tenemos orden de captura, First, salga por las buenas.
—Adele —Le llamó él, ella lo miró con la respiración agitada—, tienes dos opciones: ser libre ahora y seguir tu vida o escapar conmigo y arriesgarte a morir.
—Hemos llegado, cariño —susurró Ryan mientras Adele se estiraba, durmió todo el camino pues la huida estuvo carga de adrenalina. Cuando no obtuvieron respuesta, la policía tumbó la puerta pero ya era muy tarde, ellos habían escapado. Adele no quería dejarlo, por tanto, escogió irse con él—. Vamos, preciosa. —le animó, ella lo miró y miró alrededor, ya no estaban en Estados Unidos.
—¿Dónde estamos?
—París. —le respondió él, un recuerdo sucumbió la mente de Adele, de su infancia, la vez que vio morir a su abuelo, lo despejó de inmediato, no quería malos recuerdos por ahora. Miró a Ryan de nuevo—. Era necesario que saliéramos de América. —La morena sintió su estómago revolverse, cerró los ojos en busca de alivio, pero la presión y el miedo de que volvieran a encontrarles
—A donde tú vayas, voy. —respondió Adele, él sonrió, deseaba creerle pero también sabía que ella merecía ser libre—. No me mires así, es la verdad.
—La única verdad aquí es que si nos encuentran tendremos que huir de nuevo o moriremos. —Ella tragó saliva con fuerza—. ¿Lo sabes, no?
—Lo sé.
Ryan tenía propiedades enormes en todo el país y en Europa producto de los buenos negocios de narcotráfico que se le dieron. Las mantenía pulcras, igual que al personal de limpieza que allí laboraba. Ahora se quedarían en una suite, ella la admiró con la boca abierta. Él le mostró cada rincón de la casa y cuando estuvieron en la habitación, estando detrás de ella, movió su cabello para besarle el cuello. Ella se estremeció ante la sensación, él con su otra mano bajó hasta su pelvis, desabrochó el short de jean e introdujo la mano bajo la panty que comenzaba a humedecerse.
Adele levantó la cabeza para besarle mientras él seguía jugando con su clítoris. Tenía el cuerpo ligeramente cubierto por una fina capa de sudor. Sumándole todo el dolor que sentía en ella por haber dormido tan incómoda en el avión. Era de madrugada ya pero a ninguno le importaba la hora cuando de tener sexo se trataba.
—Adele…
—¿Sí?
—Quiero hacerte mi mujer ahora mismo. —susurró Ryan sobre sus labios, ella se dio vuelta y él le apretó el culo con fuerza, de manera que ella sintiera lo que le producía a él: una prominente erección—. Dime, mirándome a los ojos, que quieres ser mía.
—Ryan… —Lo miraba a los ojos—. Quiero ser tu mujer, quiero ser solo tuya. Aquellas palabras fueron melodía para sus oídos. Ryan deseaba comerla de pies a cabeza. Deseaba hacerla suya en diferentes posiciones
—¡Oh, sí! Sigue… Sigue… —gritó la mujer, excitada. La piel de Adele se erizó por completo, optando por un color diferente. De pronto alguien intentó abrir la puerta de la habitación pero falló, Ryan cerró con seguro para evitar el tema de las interrupciones.
—¡Más! Oh…Sí, más… —gritó
La vista se le nubló por completo cuando él le embistió lento y fuerte. Esa mujer no dejaba de gemir cada vez que él entraba en ella con fuerza. Ryan la embestía con ganas, bombeándola de placer, apretando las manos, gozando hasta el punto máximo ese inmenso deleite. Le preguntó si lo estaba disfrutando, su voz se quebró cuando le respondió que sí. La voz de Ryan le estremecía por completo.
Cuando los dos acabaron, cayeron sobre la cama, ella encima de él. Apenas estaba recuperando el color de la piel, “Estás pálida” le dijo, al encender las luces de la mesa de noche. Estaba igeramente sudado y despeinado. Adele quiso mirarlo a los ojos por que sintió que se ruborizaría de nuevo. Una faceta de Ryan que ella no había conocido hasta ahora, salió a la luz.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Ya la estás haciendo. —contestó él en broma, ella le hizo una mueca y él rió divertido—. Claro, ¿qué deseas saber?
—¿Qué habría pasado si yo no me fuese venido contigo? Si escogía mi libertad, quiero decir.
—Yo habría escapado de igual manera, ¿sabes? Si tú escogías tu libertad yo no te lo iba a impedir, Adele. —Sus miradas se cruzaron, ella sintió que le era sincero—. Sería demasiado egoísta de mi parte obligarte a venir conmigo. Ya lo fui al secuestrarte para tenerte conmigo.
—Pero elegí venir contigo.
—Y todavía no me lo puedo creer, la verdad. —Esta vez fue ella quien le besó—. No quiero despertar mañana y que seas solo un sueño.
—Ryan…
—Hablo en serio, Adele. —susurró él, acariciando su cabello ondulado. Ella lo miraba en silencio—. Ahora mismo lo más importante eres tú.
—Entonces te voy a pedir que tengas un poco de respeto por mí. —Los dos se miraron, él supo de inmediato a qué se refería—. No quiero que traigas a nadie más a este apartamento ni a ningún lugar en el que esté yo presente.
De pronto se sintió estúpida. ¿Por qué le reclamaba al propio secuestrador?
—¿En serio te ha molestado eso? Te recuerdo que esto no es más que un jodido secuestro.
—Un secuestro para hacerme tu mujer, para sacar al ninfómano que llevas dentro. —Él apretó los labios evitando reir ante aquel comentario tan natural de ella—. Siendo así, no tiene sentido que le pagues a una prostituta.
—¿Tienes idea de por qué lo hice? —Le preguntó calmado, no tenía intención de arruinar el momento con una rabieta—. Tú estabas indiferente conmigo, te sentí tan ausente que no… pensé que nunca más te podía volver a tocar, Adele, y eso me mataba. Además, verte dormir en la misma cama yo en ropa interior y sin tocarte, no era algo fácil de controlar, la verdad.
Adele tragó saliva. Ahora sí sentía la sangre sobre en su rostro.
—Solo a ti se te ocurre hacer eso. —Ryan la miró a los ojos, comiéndosela con la mirada. Sus ojos fueron a parar entre sus senos, de nuevo pensó en lo dulce que sabrían en su boca. Al igual que su sexo. Delicioso—. Y no dudaría en pensar que esa noche deseaste ser tú aquella mujer y que te dormiste mojada de solo imaginarlo.
Adele tembló por dentro al escuchar esas palabras. ¿Cómo lo sabía? ¿Acaso lo sentía? Relamió sus labios involuntariamente.
—¿Me equivoco? –posicionó sus manos sobre las caderas de Adele. Se excitaba en menos tiempo con ella, que con la puta que contrató aquella noche para saciar sus deseos. Y es que su deseo siempre fue ella, por eso la secuestró. Se apegó al cuerpo de Adele, respirando su propio aliento, y rozando su erección en el vientre de ella, haciéndola sentir de alguna manera todo lo que provocaba en él. Se movió en círculos y soltó un leve gemido. Ahora sí estaba realmente mojada. Excitada en su punto máximo. Apretó las sábanas, gimiendo, casi gritando mientras él le movía el culo. Él la embistió de nuevo, el sonido de la piel al chocar le excitaba mucho más. Estaba en la cima del placer.
Sin duda, era la mujer más afortunada. Por fin encontró a alguien como Ryan derramaría por fin le diera tan buen sexo. Se había acostado con muchos hombres antes de él, contando a su novio, pero nadie lo igualaba. Con ella, Ryan era salvaje y romántico. Con esa mujer, soñaba, deliraba, estaba en sus pensamientos día y noche. No en sentido romántico, cabe destacar. No era secreto que Adele le despertaba las más bajas pasiones. Esa mujer se convirtió en su más grande debilidad. Adele no le tenía miedo a nada. Ni siquiera a morir. Eso era lo que más le gustaba a Ryan. Y la atracción... ¡Maldita atracción la que sentía hacia él! La dominaba el deseo s****l. Y su sexo, ¡oh, su sexo! Todo la ataba a ella. Cada vez que la embestía, la sentía más suya que el día anterior. Soñaba, deseaba que Adele fuera suya todo el tiempo.
—Vamos, preciosa, dime que quieres sentirme dentro de ti. —susurró a una proximidad muy peligrosa—. Vamos… Dímelo…
El sentido común no había vuelto aún. Ella lo acercó y él mantuvo sus manos firmes en los de ella. Al menos tenía una cosa clara. Ryan deslizó sus manos con suavidad a través de sus brazos, haciéndola estremecer. Ryan era demasiado experto en lo que hacía, conocía cada movimiento, lo que ella deseaba de él sin que ella pronunciara una palabra.
“¿Qué tienes que me gusta tanto?”, pensó él mientras le abría las piernas para sucumbir ante ellas y devorar aquella zona que Adele tanto deseaba que él probara. Para Ryan era un deleite,
—¿Tantas ganas me tienes? —inquirió Adele mirándole a los ojos. Ryan se perdió en aquella mirada, recordó la primera vez que ella le preguntó lo mismo.
—No tienes una idea, preciosa. —Le apretó de la cintura, haciéndola cortar la respiración por un fragmento de segundo, sus cuerpos unidos generaba en ambos una sensación increíble como la primera vez que estuvieron juntos. Cuando sus dedos hicieron contacto con la zona íntima, ella se estremeció y casi gritó alocada entregándose por completo a Ryan y al placer que él le daba.
Esa Adele se parecía más a la que él conoció, la tímida y llena de miedo. Por eso, le animó a que dejara tocarse por él como si fuera la primera vez. Que lo dejara tocar su máximo esplendor. Se colocó de rodillas, la mejor posición que podía tener, tenía tanto por hacer en ese apetecible sexo. Se mojó los labios antes de empezar, la imagen era demasiado fuerte. Se estremecía de solo verla aferrada a la cama deseando el contacto de la boca de Ryan con su zona.
Tenía los labios húmedos. Y podía percibir que su feminidad también lo estaba. La abrió de piernas un poco más, ella ya no ponía resistencia. ¿Y como lo iba a hacer? Si le gustaba tanto lo que sentía. Tanto que pensó que moriría. Meneó las caderas, entregándole más a aquel rufián que le arrebató su libertad.
—Grita todo lo que quieras, muñeca. —la miró pícaro antes de morder uno de sus muslos, para luego pasar su lengua por uno de ellos, de arriba hacia abajo. Allí abajo se percibía un buen olor, le llamaba la atención probarlo. No había dejado de jugar con sus dedos en la zona, la estaba preparando para lo que venía.
Se acercó a su abertura, entre los dos labios genitales, le satisfacía tanto ver aquello, besó con delicadeza la feminidad de Adele. Ella, ahora poseída por sus demonios internos, lanzaba gemidos extasiada de placer, de sentirse deseada.
—No has visto nada. —Le aseguró él, alegando que todavía le faltaba más por experimentar—. Te gustará mucho más, ya verás. —añadió antes de introducir su lengua, en efecto, ella soltó un gemido y una ola de placer se apoderó de su cuerpo. Ryan volvió a bombearla con la lengua. Tan intenso como podía, deseando tanto que su masculinidad ocupara el lugar de su lengua.
—¿Te gusta guapa? Dímelo… —Ella gimió en respuesta pero él le pidió que lo dijera, que le quería escuchar y así lo hizo, con esfuerzo pues casi no podía hablar.
La cabeza de Ryan se movía al compás de su lengua y acoplándose con los intensos gemidos de ella. Mierda. Si se la comía una vez más, eyacularía sin siquiera haber terminado. ¡Cuánto poder tenía aquella mujer en él! Ni siquiera el mismo Ryan se lo llegó a imaginar antes de secuestrarla. Era más que un simple deseo. Era algo que su propio cuerpo le obligaba a hacer.
—Deseo… Necesito follarte, Adele. —susurró mientras hacía un camino de besos hasta su rostro. Los ojos caramelo de Ryan atraparon los grises de Adele, el deseo era más latente ahora pero ese momento fue interminable, generando algo más fuerte que le invadió no solo el cuerpo sino la mente.
¿Miedo?
¿Terror?
Ella sabía que estaba en manos de Ryan desde el primer día y que él podía hacer con ella lo que le viniera en gana.