-Parece que se encuentra bien de salud.
-Así es. respondió ella.
-Entonces, no hay razón en el mundo para lo que usted estaba haciendo.
Sandra había tirado un anillo muy caro al rió, pero, ¿como lo sabia el?. Ademas, le hablaba con un cierto tono de desprecio.¿Porque seria?. Entonces lo entendió todo. Por la postura que ella tenia sobre el muro, probablemente el habría pensado que era ella la que se iba a tirar al rió. Pero había sido culpa de aquel desconocido que ella cayera y que casi se hubiera ahogado. Si embargo no le preocupaba lo que él pensara. No estaba dispuesta a decirle lo que estaba haciendo en aquel lugar.
-¿Me saco él? pregunto Sandra, mirando al húmedo pelaje del perro.
-¿Y a usted que le parece? replico el hombre en tono algo cansado. ¿Que le grite para que fuera por usted? El mismo estaba empapado hasta los huesos, con la camisa pegándosele al cuerpo como una segunda piel.
Los dientes de Sandra no dejaban de castañetear. En parte, se debía al frío, que le hacía temblar incontrolablemente. Pero, en realidad, se debía al trauma de haberse visto tan cerca de la muerte y de encontrarse junto a un hombre y a un perro que parecían sacados de una historia de terror.
-El cuarto de baño es la segunda puerta -dijo él-. No use toda el agua caliente y deje la puerta abierta. No quiero que vuelva a intentarlo.
-Gracias -murmuró ella, a pesar de que no tenía nada por qué darle las gracias.
Entonces, se levantó del sofá. Si las piernas le hubieran fallado, se habría arrastrado hasta el cuarto de baño. Hubiera sido capaz de matar por un baño caliente.
El cuarto era muy sencillo, decorado con azulejos y accesorios blancos. No era nada comparable al precioso cuarto de baño que había tenido en habitación cuando había estado en aquel hotel antes. Cerró la puerta y echó el cerró. No estaba dispuesta a desnudarse con la puerta abierta habiendo un hombre desconocido al otro lado del pasillo.
La calefacción estaba apagada pero el agua salía bien caliente. Sandra abrió el grifo al máximo y se arrodilló al lado de la bañera para que el vapor le calentara la cara y las manos. Sin cambiar de postura, empezó a desnudarse. El agua estaba demasiado caliente como para meterse en ella, así que abrió el grifo de agua fría hasta que la temperatura fue la adecuada. Entonces, se introdujo en ella muy lentamente, desencadenando una serie de pequeños calambres a medida que el helado cuerpo iba calentándose con el agua.
El baño del piso de arriba había tenido una pared completamente cubierta de espejos. Con la condensación del vapor, ella había dibujado un corazón y había escrito >, Hugh había sonreído. Aquello era un detalle sin importancia, pero igualmente lo eran la mayoría de los recuerdos que la turbaban. Deseó no tener que regresar, poder seguir huyendo, pero no tenía fuerzas para ello.
Se sentía tan débil que cuando el desconocido llamó a la puerta, ella solo pudo gimotear. Por eso, a continuación, él empezó a golpear la puerta y a gritar.
-¿Se encuentra bien?
-¡Estoy bien! -exclamó ella ella, gritando con todas sus fuerzas-. ¿Qué es lo que quiere?
-Deme sus ropas. Las pondré a secar.
Sandra salió del baño y, tras envolverse en una toalla minúscula, abrió la puerta. Él le dio una toalla más grande y empezó a recoger todas las ropas que ella había dejado tiradas por el suelo.
El hombre no se dignó a mirarla. Cuando él se hubo marchado, Sandra limpió la condensación que se había formado en el espejo y se encontró con un rostro que casi no reconocía. La chispa que siempre había habido en sus ojos había desaparecido. Su pelo, de un rojo oscuro y habitualmente muy ondulado, estaba lacia y presentaba un aspecto mustio.
Había empezado de nuevo a llover. Si se marchaba en su furgoneta aquella noche, se arriesgaba a tener un accidente. Aquel lugar era un hotel, a pesar del cartel de > que colgaba de la señal de la carretera. Por ello, aquel hombre debía de ser el guardia. O tal vez estaba viviendo ilegalmente en aquel lugar. Pero, fuera lo que fuera, en aquel lugar había habitaciones y Sandra necesitaba alojamiento para aquella noche. Comido no. No podía imaginarse comiendo tal y como se sentía. Pero una cama le resultaba absolutamente indispensable en aquellos momentos.
Las frías baldosas del pasillo estaban frías bajo sus pies desnudos. Sin embargo, sentía los primeros síntomas de la fiebre por lo que él cálido aire de la cocina le pareció sofocante. El hombre se había puesto un jersey blanco de lana gruesa y unos vaqueros secos. Parecía como si el pelo no hubiese visto un peine en varios días y la barba incipiente, muy cerrada, le oscurecía el mentón. Tenía un aspecto duro, como el de un delincuente. Además, al verla, el perro levantó la cabeza y gruño.
>, pensó Sandra, a borde de la histeria, mientras se sentaba de nuevo en el sofá, bien envuelta en la toalla.
-Supongo que querrá saber... -empezó ella.
Había estado a punto de decir algo sobre su presencia en el puente, explicar que él la había asustado, que la había hecho caer al río, que necesitaba una cama por una noche y que, como prácticamente había sido culpa de él que ella se encontrara en aquel estado, lo menos que podía hacer era encontrarle una. Sin embargo, él la interrumpió secamente.
-No quiero saber nada. Puede quedarse aquí hasta que se sequen sus ropas y luego quiero que se vaya.
-Necesito una habitación -dijo Sandra, cuando se hubo recuperado de la brutalidad de aquellas palabras-. No pienso moverme de aquí hoy -añadió, contemplándolo con frialdad.
-¿Cuándo ha comido por última vez? -preguntó él, después de un momento.
-¿Cómo dice? Oh, supongo que anoche -le respondió ella, recordando que se había saltada el desayuno con la intención de comer algo a mediodía.
Entonces, apoyó la cara en un cojín y cerró los ojos. La lluvia no dejaba de caer y se preguntó cómo podría ir a por su maleta con aquel tiempo de perros. Entonces, oyó que el hombre se acercaba a ella y le decía:
-Tenga.
Le puso una bandeja con un plato de sopa encima del sofá. Ella negó con la cabeza. Sin embargo, enseguida comprendió que, si rechazaba la comida, solo conseguiría debilitarse más. Al recoger la bandeja, se le abrió la toalla pero, afortunadamente él ya se había dado la vuelta. A toda prisa, volvió a colocarla en su sitio.
Al principio le costó tragar la sopa pero insistió, tomándola muy lentamente. Cuando hubo terminado, volvió a colocar el plato, casi vacío, en la bandeja. Aún sin mirarlo, supo que él la estaba observando.
-No está en condiciones de conducir -dijo él, como si ella tuviera la culpa-. Por muy mal que me venga, tendrá que quedarse aquí esta noche.
-¿Es por eso lo que me sacó del río? ¿Porque no quiere problemas por esta zona del bosque?
-Tal vez tenga razón.
-¿Por qué no quiere que nadie ande por aquí? ¿Es que se ha fugado? -preguntó el, dándose cuenta inmediatamente de que aquella había sido una pregunta algo arriesgada.
-No creo que me pudiera fugar por mucho tiempo con esta pierna.
Estaba sentado con una pierna extendida, en una posición muy rígida. Sandra se dio cuenta de que estaba impedido. No debía de ser muy grave, ya que si no, no hubiera podido sacarla del río ni llevarla al hotel por sí mismo. Sin embargo, aquel hecho no impedía que estuviera fugado. Pero ya se preocuparía de eso cuando se sintiera mejor. Sandra se sentía demasiado enferma como para preocupare por aquel detalle.
-Tiene que haber una cuenta en alguna habitación que yo pueda utilizar -dijo Sandra.
Él se dirigió a ella, cojeando. A pesar de todo, resultaba bastante amenazador por lo que, cuando él entendió una mano para ponérsela en la frente, ella se encogió de miedo. Sentía frío y calor a la vez, calor más que nada.
-Estupendo -dijo él-. Justo lo que necesitaba. Una intrusa con una fiebre altísima.
Al ver que su ropa seguía estando húmeda, Sandra le dijo:
-Por favor, ¿podría traerme mi maleta de la furgoneta? -no le gustaba tener que pedirle aquel favor, pero sabía perfectamente que ella nunca lo conseguiría. Había esperado que él se negara pero, para su sorpresa, él se dirigió a la puerta-. Gracias -añadió ella-. La deje...
-La he visto.
-Está abierta.
-No había razón alguna para cerrarla, ¿verdad? -comentó él, creyendo que Sandra no lo había hecho porque no tenía intención de volver del río.
Cuando abrió la puerta, la lluvia empapó las losetas del suelo. La noche estaba empezando a caer. Entonces, el perro volvió a gruñir. Como a su amo, no le gustaba los intrusos.
-Vosotros tampoco me volvéis loca -le dijo ella al animal.
Sin embargo, no se movió en caso e que a la bestia se le ocurriera abalanzarse sobre ella. Cuando el hombre regresó, Sandra casi se sintió encantada de verlo. Pero su alegría desapareció al ver que solo llevaba su bolso y una pequeña paleta.
-Las habitaciones no están caldeadas ni están hechas las camas, pero puedo conseguir algunas mantas -dijo él, poniendo las cosas de Sandra sobre la mesa y encendiendo la luz.
-Gracias. -
¿Qué hay en esta maleta? -preguntó él, secándose la ara con una toalla.
-No mucho. Maquillaje, mi chequera, tarjetas de crédito, una mini grabadora...
-¿Y ropa?
-Una muda limpia y dos pares de medias. Tengo una maleta mayor en el maletero del coche.
-¿Y por qué diablos no me lo ha dicho? Bueno, pues ahí se va a quedar. Póngase eso -añadió, entregándole una camisa suya que podría servirle de camisón.
Ella tomó la camisa, le dio las gracias y se la metió por la cabeza. Cuando volvió a mirarlo, vio que él tenía un montón de ropa de cama en los brazos. Como pudo, ella lo siguió por el pasillo hasta una puerta que había al lado de la del cuarto de baño. En la habitación, había una cama, con colchón y do almohadas sin funda. Él dejo la mantas y las sábanas encima de la cama.
-Gracias -dijo ella.
-Deje de darme las gracias -le espetó él-. No estoy haciendo esto por la bondad de mi corazón.
-¿Acaso tiene corazón? -replicó ella.
-Estoy seguro de que usted sí que lo tiene. Un corazón que se encarga de gobernarle la razón.
-Usted no tiene ni idea.
-Y así quiero que siga siendo.
-Por mí, de acuerdo -dijo ella, cuando él ya había cerrado la puerta del cuarto.
La habitación era tan austera como celda. El único punto de calor provenía de la lámpara que colgaba del techo. Pero al menos, era una cama en la que podía pasar la noche. Se puso las braguitas y las medias que llevaba en la maleta pequeña y se acurrucó debajo de mantas. Le dolía todo el cuerpo, pero tenía que dormir.
Las mantas le producían picores en la piel y la cabeza le estaba a punto de estallar. Pasó las primeras horas en un sopor inquieto del que se despertaba constantemente. Recordaba, pero se negaba a creerlo. Envuelta en sus recuerdos, se durmió llorando.
La pesadilla que tuvo a continuación resumía todos los horrores del día. La lluvia caía torrencialmente por los cristales de la ventana y el viento gemía como lo hacía el turbulento río. Cuando por fin se quedó dormida, soñó que se ahogaba, que se sumergía en las profundidades, luchando por salir a la superficie, consiguiéndolo solo lo suficiente como para ver el pequeño puente.
Allí estaba Hugh, en el puente, observándola mientras ella intentaba aferrarse al aire y las plantas del fondo tiraban de ella hacia el lecho del río. Cada vez que salía a la superficie veía que Hugh se estaba riendo mientras ella lo llamaba a gritos.