Minutos después..
«Ah, el maldito vino tarde»
En el imponente edificio corporativo Al-Sharif developments, el ascensor privado se deslizó silenciosamente hasta el piso cuarenta y dos. Omar Al-Sharif emergió del ascensor con pasos apresurados, ajustándose la corbata de seda italiana mientras sus zapatos de cuero resonaban contra el mármol pulido del pasillo principal.
La recepción ejecutiva era un espacio que irradiaba poder y sofisticación: paredes de cristal templado, muebles de diseñador en tonos grises y dorados, y el aroma sutil de esencias árabes que se filtraba discretamente a través del sistema de ventilación. En el centro de este santuario corporativo, Zahra Mansouri ocupaba su posición estratégica detrás de un escritorio de nogal macizo que funcionaba como el centro de comando
