La profesora Leila observó cómo los estudiantes se acomodaban gradualmente en sus asientos, con esa autoridad maternal que había perfeccionado durante años de manejar adolescentes de élite acostumbrados a conseguir lo que querían sin restricciones. Sus ojos se movieron estratégicamente por el salón, identificando rápidamente las dinámicas sociales que ya comenzaban a formarse en este primer día. —Samir, toma asiento allí —declaró con voz firme pero gentil, señalando un pupitre disponible cerca del centro del aula, en la tercera fila. El gordito asintió nerviosamente, ajustándose las gafas que aún se deslizaban ligeramente por su nariz sudorosa debido al nerviosismo que lo había invadido desde que reconoció a Jahir y Malik en el fondo del salón. Sus manos temblaron imperceptiblemente mien

