Nina se acomodó en la posición indicada, y estando ahí en su regazo, tan íntimamente cerca, podía sentir claramente en sus partes íntimas el gran miembr0 de Salomón comenzando a endurecerse contra ella a través de la tela de sus pantalones. La sensación era imposible de ignorar, enviando ondas de calor por todo su cuerpo. Salomón, teniéndola exactamente donde la quería, tomó la cuchara y le ofreció lo poco que le quedaba de la comida en el plato. Sus ojos se clavaron en los de ella con una intensidad magnética. —Ahora, alimenta a tu...Rey Salomón —le dijo, mirándola fijamente. El corazón de Nina martilleaba como un tambor de guerra en su pecho. Comenzó a darle la comida con manos ligeramente temblorosas, mientras él llevó sus manos hacia los glúteos de ella, levantándole la abaya. Para

