Ella puso su cabeza en su pecho y le dijo con ojos cerrados, absorbiendo el calor y la seguridad que emanaba de aquel cuerpo sólido. El latido del corazón de Salomón, sorprendentemente acelerado, resonaba contra su mejilla como un tambor lejano. El aroma de su loción, barata pero agradable, se mezclaba con algo más primario y masculino que hizo que sus sentidos se agudizaran.
—Muchas gracias por todo, le prometo que haré una cena deliciosa —susurró, con su aliento cálido traspasando la tela de la camisa tropical y provocando un escalofrío apenas perceptible en Salomón.
—La... esperaré —respondió él, saboreando cada sílaba como un manjar exquisito, mientras sus dedos se tensaban para no apretar aquel cuerpo frágil contra el suyo con la fuerza que realmente deseaba. Su mente ya elaboraba p
