—¿Qué estará haciendo? —murmuró, visualizando su cuerpo delgado con aquel trasero que le gustaba, y los hoyuelos que aparecían en sus mejillas cuando sonreía genuinamente. Tomó su teléfono y comenzó a teclear un mensaje para su asistente personal. —Haré que... le lleven ropa, alguna... ajustada de casa —decidió, con una sonrisa apenas perceptible curvando sus labios—. Necesita verse bien para… su nuevo casero que seré yo por los momentos. Pronto, vendrá conmigo. Con… mi verdadero yo. Pero luego, con un gesto impaciente, borró el mensaje de texto. Esto era demasiado importante para delegarlo a un simple mensaje. Marcó directamente el número de su asistente personal, Zahra, quien respondió al primer timbre como siempre lo hacía. —Buenos días, señor Al-Sharif —la voz profesional de Zahra

