Antes de adentrarse demasiado en el barrio, se detuvo en un pequeño estacionamiento público. De su bolso extrajo un hijab completo en tono marrón oscuro y lo colocó cuidadosamente, cubriendo por completo su cabello corto y enmarcando su rostro de manera que ocultaba parcialmente sus facciones. Se quitó la chaqueta Armani, quedándose con una blusa sencilla, y sacó una falda larga que se colocó sobre los pantalones. ―Así nadie me reconocerá―pensó, evaluando su transformación en el espejo. El cambio era radical: de ejecutiva corporativa libanesa a mujer musulmana tradicional de clase media en cuestión de minutos. El hijab no solo la ayudaba a mezclarse en este barrio conservador, sino que también funcionaba como un perfecto disfraz para alguien que regularmente aparecía en eventos corporativ

