El contraste no podía ser más agudo: el poderoso magnate, acostumbrado a mover millones con una firma, ahora enfrentaba la realidad de que ni siquiera él, con todo su poder y riqueza, podía controlar cada aspecto de su existencia. En ese pasillo destartalado de un edificio que en cualquier otra circunstancia habría considerado inhabitable, Salomón Al-Sharif experimentaba algo raramente presente en su vida privilegiada: la frustración de no poder tener exactamente lo que deseaba, exactamente cuando lo deseaba. No podía llevarse a Nina con él, porque aun... no eran nada. Salomón terminó la llamada y volvió al interior del apartamento, estaba oscuro pero iluminado por una bombilla afuera y, se detuvo abruptamente en la entrada, sorprendido por la escena que encontró. Nina se había vestido ap

