Sábanas, Sudor y Gemidos

Hace siete años Isaiah —Seis cervezas antes del mediodía. Ahora, eso es un estilo que puedo apoyar —dijo Marlon, mi hermano del medio, mientras estaba de pie en la puerta de mi habitación. Llevaba un traje n***o y una corbata azul clara. Su cabello castaño dorado estaba peinado y engominado, tan impecable que casi tuve que proteger mis ojos. Entró y apartó la silla de mi escritorio. En lugar de girarla para mirarme, se sentó a horcajadas en el asiento de madera, de espaldas. Podía oler su colonia y su pulcritud desde mi cama, al otro lado de la habitación. —Supongo que puedo dejar de ser tan idiota y ofrecerte una. —Tomé una cerveza del paquete de doce en la mesita de noche—. Toma. —Estoy bien. Me dirijo al trabajo en un rato. El tío Walter perdería la cabeza si oliera cerveza en mi aliento. El tío Walter, hermano de mi padre, era el fundador de Hoffmann Hotels, una marca de hoteles de lujo de alta gama y súper exclusiva con ubicaciones en todo el mundo. Hasta que mi padre se jubiló, había sido socio de Walter. Mi tío finalmente le compró su parte, pero eso no impidió que la siguiente generación trabajara en el negocio familiar. Mi hermano mayor, Darian, tenía un puesto ejecutivo. Ahora que Marlon se había graduado de la Universidad del Sur de California, también trabajaba allí, y se mudaría a su propio lugar en unas semanas. Yo era el menor de la familia. Una vez que terminara el verano, comenzaría mi tercer año en la Universidad de Colorado, y como mis hermanos mayores, seguiría sus pasos tras graduarme y me uniría a la marca en los próximos dos años. —Tú mismo —respondí—. Eso solo deja más para mí. En lugar de devolver la cerveza al paquete, desenrosqué la tapa y di un sorbo a la bebida número siete. Marlon apoyó los brazos sobre el respaldo de la silla. —¿Quieres hablar de ello? —¿Hablar de qué? —Lancé la tapa metálica al otro lado de la habitación, apuntando al pequeño bote de basura junto al escritorio, escuchando el tintineo cuando acerté el tiro. —La razón por la que estás bebiendo, en la cama, y ni siquiera son… —miró su reloj— las once de la mañana. —No, no quiero hablar de ello. —Vamos, Isaiah. ¿Qué demonios te pasa? Estás más gruñón de lo normal. Ayer desapareciste todo el día, no contestaste el teléfono y no llegaste a casa hasta, ¿qué, las dos de la madrugada? Y ahora, te encuentro así. Miré el bote de basura que contenía las siete tapas de cerveza. Pero dentro, también había algo más. Una foto. Una que había llevado conmigo a la universidad los últimos dos años. Una que traje a casa para el verano y planeaba empacar para llevar a Boulder cuando regresara para el semestre de otoño. Habría… pero ya no. La empleada doméstica de mis padres vendría en algún momento de esta semana, y vaciaría mi bote de basura, arrojando la foto al contenedor que se llevarían a la calle. No podía esperar a que llegara ese día. Nunca quería volver a ver esa maldita foto. Di un trago largo, limpiando el líquido sobrante de mis labios. —¿Qué quieres decir con “así”? ¿Borracho? —Suspiré—. Estoy lejos de eso. —Estás haciendo esto difícil cuando no tiene por qué serlo. Levanté mi teléfono, navegando por i********:, cansado de esta conversación. Hasta que escuché: —¿Es por Marley? Mis manos temblaron al escuchar su nombre. Mi estómago dolía. Mi corazón latía a un ritmo demasiado rápido. Miré a mi hermano. No me gustaba la expresión en su rostro. Mierda, quería borrarla y no volver a verla nunca. —Entonces, de eso se trata —dijo—. Sí, ahora todo tiene sentido. —Levantó su silla y la acercó hasta estar a unos treinta centímetros de mi cama, apoyando los pies en el borde de mi colchón—. ¿Rompieron? Ahí estaba. La afirmación que había estado golpeando mi pecho desde que dejé la casa de Marley hace dos noches. No había razón para ocultar la verdad. No era un secreto. Solo dolía… pensar en ello, decirlo en voz alta. Aceptarlo. Di otro trago. —Dos malditos años de mi vida… perdidos. Me apretó el hombro, sacudiéndolo. —¿Qué pasó? —Nada pasó. Eso es lo jodido de esto. Ella simplemente no pudo lidiar con todo: la distancia, lo desconocido al final de la noche cada vez que salía con mis amigos, aunque le aseguré cada maldita vez que no estaba coqueteando con nadie y que no había ninguna chica en mi cama. —Bajé la cabeza, inclinándola hacia mi pecho—. La idea de que algo pudiera pasar se volvió demasiado. No le sería infiel, Coop. Sabes que no lo haría. Amaba a esa chica… —Mi voz se desvaneció, mi mano apretando la botella con tanta fuerza que esperaba que se rompiera—. Pero sus celos tomaron el control y crearon escenarios que no existían. Toqué la pantalla de mi teléfono, el fondo era una foto nuestra cuando ella me visitó el último semestre y la llevé a esquiar. Lo lancé. No podía soportar verlo. Marley y yo comenzamos a salir en mi último año de secundaria. No fue el mejor momento, considerando que me iba a Colorado para la universidad y ella a Florida, pero lo hicimos funcionar. Nos visitábamos tan a menudo como podíamos. Hablábamos todo el tiempo. Nos escribíamos sin parar. Pasábamos todos los veranos juntos. Hasta ahora. Ella se iba a Londres mañana para comenzar su semestre en el extranjero, y durante la última semana, me había estado diciendo que necesitábamos hablar. Todo lo que hacíamos cuando estábamos separados era hablar. Finalmente estábamos juntos otra vez; una conversación era lo último que quería. Estaba harto de hablar. Pero Marley forzó una discusión, y sus emociones se descontrolaron mientras explicaba cómo se había sentido los últimos dos semestres y me decía que ya no podía seguir. Se rindió. Dos años… y abandonó. A nosotros. Marlon golpeó mi espinilla con su pie. —Sabes, si Darian estuviera aquí, diría: “Te lo dije”. Puse los ojos en blanco. —Ese idiota me dijo desde el primer día que no me atara antes de irme a la universidad. Debería haberle escuchado. —Ajusté la almohada detrás de mi espalda y me senté más derecho—. De hecho, ahora voy a hacer exactamente lo que él ha hecho todos estos años. —Tiré de mi camiseta, oliendo un fuerte aroma a cerveza y ropa de un día—. Al diablo con los sentimientos. Al diablo con estar atado. Al diablo con cualquier tipo de relación. No quiero compromisos. Ni emociones. Quiero… —Ser un mujeriego. —Sí —respondí—, eso. Porque no había manera de que volviera a pasar por esto. De ninguna manera permitiría sentirme así otra vez. Que doliera tanto. Querer algo, y a alguien, que no podía tener. Nunca le daría mi corazón a otra mujer. Nunca más. Marlon soltó una risa, como si realmente encontrara mi respuesta divertida. —No soy Darian. Eso no está ni cerca de lo que voy a decir. —Ajustó sus gemelos, sus brazos volviendo al respaldo de la silla—. En cambio, voy a darte el mejor consejo que alguien te dará jamás. —Claro que sí. Sus cejas se alzaron. —¿No me crees? —Solo eres dos años mayor que yo, Marlon. ¿Qué demonios sabes de la vida y las mujeres a estas alturas? —Más que tú. Terminé el resto de la cerveza número siete, añadí la botella vacía al paquete y saqué la número ocho, fallando al bote de basura cuando lancé la tapa en su dirección. Tal vez estaba empezando a sentirme mareado. —No puedo esperar a escuchar esto —gemí. —Habrá mujeres que entrarán en tu vida solo para divertirse. Como algunos de los tipos con los que vas a la universidad: son geniales para salir de fiesta, pero después de graduarte, no los volverás a ver ni a saber de ellos. —Hizo una pausa, como dejando que eso calara—. Luego, habrá mujeres que aparecerán en tu campo de visión, y en el momento en que las veas, te dejarán boquiabierto. Harás cualquier cosa por estar cerca de ellas. Hablar con ellas. Escuchar su voz. —Cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Oler su piel. —Cuando abrió los párpados de nuevo, añadió—: Esas son las mujeres que cambiarán tu vida por completo. ¿Como Marley? Al diablo con eso. Solté todo el aire que había estado conteniendo. —No lo creo. Esa mierda no existe, al menos no más. —Está bien, ya veremos. Pero cuando una mujer tenga el poder de hacerte sonreír, y hablo de sonreír de verdad, donde comienza en tu estómago y sube por tu pecho y lo sientes profundo en tus huesos, sabrás que ella es la indicada. Bebí la mitad de mi cerveza, sin molestarme en limpiar mis labios. —Tonterías. Sonrió de una manera que no había visto antes. —Solo espera y verás, hermano.