Capítulo 12

2186 Palabras
Isaiah —Déjame hacer con tu cuerpo lo que he estado soñando. Solo tienes que decir que sí. No esperé su respuesta antes de girarla para que me mirara, y la expresión de sorpresa que cubría su belleza solo me hizo atraerla más cerca. Probablemente estaba preocupada porque estábamos equilibrándonos en un escenario tan alto y yo había sido imprudente al girarla tan rápido. Pero necesitaba su rostro. Necesitaba ver su boca cuando se abriera y respondiera. Además, no iba a dejarla caer. Nunca permitiría que eso pasara. —Isaiah —interrumpí. No podía dejar pasar un segundo sin que supiera cómo llamarme—. Sea lo que sea que vayas a decir, comienza esa frase con mi nombre. —Mis manos fueron a sus mejillas, inclinándolas hacia mí. —Isaiah —observé cómo la palabra rodaba por su lengua—. Encaja. Sonreí. —¿Por qué? —Eres clásico, en un sentido antiguo, como tu reloj. No es un Rolex brillante, es una pieza mucho más atemporal. Algo que parece haber sido heredado por muchas generaciones y probablemente vale más que tres Rolex juntos. Y luego está el apodo que me diste. ¿Cuántos treintañeros escuchan a Elton John para siquiera hacer la conexión con Tiny Dancer ? No muchos, diría yo. Pero con ese aire clásico, hay algo muy raro en ti. En tus ojos, en tus deseos. —Me dio una media sonrisa—. No pareces un John, un David o un Andrew. Por eso Isaiah funciona. Es poco común, como tantas cosas en ti. Esa fue una respuesta que podía apreciar. Ella se había dado cuenta. Prestaba atención a los detalles. Y tenía razón sobre el reloj, salvo que no había sido heredado en mi familia. Solo había cinco de estas piezas en el mundo. Había volado a Dubái para conseguir este. —Hay tanto que comentar… pero no tengo casi treinta. Tengo veintisiete. Aun así, estuviste cerca, y tú eres… —exploré su rostro, donde no pude encontrar ni una sola arruga, ojos que habían presenciado muchas experiencias, pero no necesariamente años— ¿veintitrés? No más de veinticinco, estoy seguro. —Eres tan curioso sobre mí. —Es porque no puedo tener suficiente de ti. Un sentimiento que había surgido de la nada poco después de que ella me dejara en el autobús, y que solo había crecido con los días. Todavía me sorprendía muchísimo. Me despertaba pensando en ella. Me iba a dormir con su rostro detrás de mis párpados. Me masturbaba en la ducha, visualizando su cuerpo, aunque no podía deshacerme de la erección cada vez que pensaba en ella. Incluso la última noche que los chicos estuvieron aquí, insistí en pasar por el club por si ella aparecía. No sabía por qué estaba así. De dónde había venido este cambio repentino. Por qué, después de todos estos años de estar soltero, de nunca acostarme con una mujer más de una vez, de vivir la vida de playboy, esta mujer —cuyo nombre aún no sabía— estaba amenazando con cambiarme. Pero no podía luchar contra eso. Lo intenté. Ella era justo lo que quería. Lo que necesitaba. —Tengo veintidós. Un poco más joven de lo que pensé, pero eso no me molestaba. —¿Y tu nombre? Ella rió. —No soy un John, un David o un Andrew tampoco. —Jesús —sacudí la cabeza—, eres jodidamente implacable, eso es lo que eres. —Te gusta eso de mí. Gruñí. —Me gustan muchas cosas de ti. Me sorprendía que apenas me diera un centímetro a pesar de lo que había pasado entre nosotros la otra noche. O que le hubiera dicho que había estado viniendo aquí a buscarla, demostrando lo interesado que estaba y que no me rendía. Las mujeres con las que había estado en el pasado habrían matado por esto. Habrían hecho cualquier cosa para que apareciera en algún lugar buscándolas, para que estuviera consumido por ellas de la misma manera que esta desconocida despampanante me estaba dominando. Sin embargo, a ella no podía importarle menos. No sabía si eso me enfurecía o me mantenía en una erección constante. —Tu nombre… —repetí, dejándole claro que no iba a dejar que evitara la pregunta. —¿Por qué importa? Su mirada se intensificó cuando pasé mi pulgar por sus labios. No llevaba brillo. Solo algo de rímel, y eso era todo. Su piel estaba un tono más bronceada que la última vez que la vi, sus pecas resaltando con el nuevo brillo. Me pregunté si encontraría líneas de bronceado bajo su vestido n***o, uno que parecía idéntico al atuendo anterior que había usado. —Porque lo quiero. —¿Sabes lo que quiero yo? —Tomó una profunda respiración, como si hubiera una guerra dentro de ella y estuviera intentando calmarla. —A mí. Pasó su lengua por sus dientes, lo que hizo que su labio sobresaliera. —Pero, ¿no te dije que te fueras? ¿Que no era alguien en quien debieras estar interesado o perseguir? Que soy… —Eres exactamente lo que quiero. —Acerqué mi rostro al suyo, nuestras bocas muy cerca—. No te estoy pidiendo que te cases conmigo. Solo te pido que pases la noche conmigo. Y mientras estés en mi cama y mi boca esté por todo tu cuerpo, quiero saber cómo llamarte. —Deslicé mi nariz por su mejilla, el único lugar que mi palma no cubría—. Lo que pasó en el autobús fue jodidamente caliente, pero si hubiera podido decir tu nombre mientras me corría, eso habría sido mucho más jodidamente caliente. Su pecho se elevó. Su cuerpo desprendía más calor. La tensión comenzó a abandonar gradualmente su postura, y se inclinó hacia mí, como si quisiera que sostuviera su peso. —Hannah. Por fin. —Mmm. Casi tan hermoso como tú. Presioné mis labios contra los suyos, esperando que se apartara, y cuando no lo hizo, profundicé el beso, abriendo su boca para mi lengua. Y mientras probaba, inhalé ese aire salado de playa mezclado con limón, aromas que, estaba aprendiendo, le pertenecían únicamente a ella. Mi lengua dio varias zambullidas más antes de separarnos. —¿Te llevo en brazos o te doy la mano mientras bajas la escalera… Hannah? Ella sonrió. —Vas a decir mi nombre en cada oportunidad que tengas, ¿verdad? Extendí mi mano. —Nadie se cansa de escuchar su nombre gemido. Tú tampoco lo harás. Confía en mí. Cuando entrelazó sus dedos con los míos, di un paso atrás hasta que mi pie tocó el primer peldaño, y comencé el descenso empinado. Al llegar al final, miré bajo su vestido, viendo la oscuridad de sus bragas, una cueva en la que quería enterrar mi rostro, y sostuve su cintura, guiándola hasta el suelo. —Mi coche está atrás. Con nuestros dedos entrelazados, me siguió en silencio a través del club y pasando por la salida, los sonidos tranquilos y ventosos de Kauai llegando a mis oídos en el momento en que salimos. Estábamos doblando la esquina del edificio cuando un pensamiento me golpeó. —¿Cómo llegaste aquí? —Conduje. Asumí que estaba bien dejar su vehículo aquí durante la noche. Debía haber muchas personas que hacían eso, demasiado borrachas para conducir a casa, y lo recogerían por la mañana. —Te traeré de vuelta a tu coche mañana. —Más te vale. Reí mientras la llevaba al todoterreno, abriendo la puerta del pasajero para ella. Mientras subía, gruñó: —Por supuesto que conduces un Range Rover. —Es prestado. No es mío. Se acomodó, abrochándose el cinturón. —¿Vas a decirme que normalmente conduces un Corolla 2006, como yo? Levanté las cejas. —No lo pensé. Cerré su puerta y corrí al otro lado, y en cuanto entré y encendí el motor, Lionel Richie comenzó a sonar por los altavoces. —Estoy empezando a pensar que naciste en la era equivocada. Su voz era diferente ahora que estábamos en el vehículo. No tenía a dónde ir más que a mis oídos. No era quejumbrosa ni aguda. Era suave, como la seda de su cabello. Un tono del que nunca me cansaría. —No apreciaría la música o incluso el reloj que llevo si hubiera nacido en una era diferente. —Salí del estacionamiento y tomé la carretera—. Eso no quiere decir que no me gusten los éxitos actuales o los Rolex, me gustan. Solo resueno con cosas que tienen un poco más de carácter. —La miré, parecía tan pequeña en el gran asiento—. ¿Eres de Kauai? —No. No tenía un acento que hubiera notado, nada que me llevara a creer que era de un área específica del país. —¿Cuánto tiempo has vivido aquí? Movió su cabello de un hombro al otro. —Lo suficiente como para saber cuál es el mejor lugar para broncearme en mis días libres. Lo cual haré mañana durante una hora después de que me lleves de vuelta a mi coche. Mmm, no puedo esperar. No es que no quisiera escuchar más sobre ella en traje de baño, pero, mierda, le costaba responder preguntas. —¿Eso es todo lo que me vas a dar? —Me detuve en el semáforo, observando su rostro, sus facciones iluminadas por el camión frente a nosotros y el haz de luz roja que brillaba desde arriba. Maldita sea, mi pene ya estaba duro—. Joder, es imposible sacarte información. Giró la cabeza, su mejilla presionada contra el respaldo del asiento. —Eres una escapatoria, Isaiah. Eso es todo esto. Entonces, ¿son necesarias respuestas como de dónde soy? No sonaba dura. De hecho, estaba susurrando. Por eso respondí: —Me gusta cuando usas mi nombre. —Mordí mi labio inferior, tirando hasta que se liberó—. También lo haces tú… puedo notarlo. —Y tú me llamaste la implacable. —Vamos, Hannah. Estás intrigada. Lo sé. Solo no estás dispuesta a admitirlo. —Tracé un dedo por su rodilla y muslo, deteniéndome al llegar a su cadera—. Lo que no sabes es que puedo ver a través de ti. —¿Sí? ¿Qué estoy pensando? Sumergí mi mano en su mejilla vacía y la sostuve. —Si solo fuera una escapatoria, no habrías subido al autobús de la fiesta, ni habrías aceptado venir a casa conmigo. Ambos son movimientos audaces para alguien que no anda jugando. —¿Cómo sabes eso de mí? —Puedo notarlo. Puedo sentirlo. Lo veo por todo tu ser. —Hice una pausa, Hawkins, pero mi mirada no se apartó. Seguía fija en ella, profundizando—. Algo en mí te interesa. Admítelo. —No eres… típico. Pero antes de ella, lo había sido. Había sido todo lo que probablemente ella odiaría. Despreocupado. Inconsiderado. Egoísta. —Y puedo decir que no he conocido a muchos hombres como tú —continuó. —Estás diciendo que soy raro… —No te daría tanto crédito. —Guiñó un ojo. Y, maldita sea, eso fue sexy. El semáforo se puso en verde, y comencé a conducir. —Dame algo más. Algo fácil. Como… si Kauai no es tu hogar, ¿entonces dónde está? Le tomó varios momentos responder. —Soy originalmente de Chicago. Solo viví allí cerca de un año porque —señaló su pecho— soy hija de militar. Hemos vivido en muchos lugares. Pero hace unos seis años, mi papá fue asignado a la Isla Grande. Eso es lo que nos trajo a Hawái. Por eso, cuando miré sus ojos esa noche, vi a alguien con experiencias a cuestas, pero no años. Eso me gustaba. Mucho. —¿Tu papá sigue allí? Ella asintió. —Mis padres, sí. —Y tú estás aquí. —Creo que sí. —Se pellizcó el brazo—. Sí, estoy bastante segura de que estoy aquí. —Soltó una risita. Una risa que aún no había escuchado de ella, pero su lado más ligero era extremadamente sexy. —Lista. —Otra cosa que te gusta de mí. —¿Sabes qué me parece divertido? —Giré en el siguiente semáforo—. No es la primera vez que señalas un rasgo que crees que disfruto de ti. Pero eres tan rápida en señalar cómo no debería estar interesado en ti, cómo no debería haberte buscado, y cómo no eres alguien que debería gustarme. ¿Es tu manera de provocarme? ¿O te excita que hayas estado dominando mi mente? No respondió de inmediato. —Es halagador. No puedo mentir. —Entonces, cena conmigo esta semana. —¿Me estás invitando a una cita? Una cita. Un término que no había usado en muchos malditos años. Hace una semana, si me hubieras dicho que diría esa palabra a una mujer, me habría reído a carcajadas y apostado cada dólar a mi nombre a que no lo haría. Pero una mirada al otro lado del club lo cambió todo. No había forma de que ella supiera el tipo de poder que tenía.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR