BLAIR
El aire frío de la enfermería se pega a mi piel desnuda mientras avanzo hacia la puerta. La ropa interior oscura que elegí esta mañana —encaje n***o, sencillo, pero elegante— ahora parece un estigma, un recordatorio de que no hay vuelta atrás. Melissa y Anabelle creen que han ganado, que me doblaron con un reto estúpido; lo que no saben es que cada paso que doy está medido, cada movimiento responde a un cálculo que me pertenece solo a mí. Yo no soy su muñeca. Yo soy quien decide hasta dónde llegar.
Cruzo el umbral, la madera cruje suavemente al abrirse, y el pasillo me recibe con la luz cruda del día. Justo entonces, una mano dura, como una garra, se cierra alrededor de mi brazo. La presión me arranca un quejido ahogado.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —La voz de Rubin es
