Prefacio

1712 Palabras
Dorelly era una enorme nación, escondida entre los países de Estados Unidos y México, había enormes murallas asegurando el país, al igual que los mejores hechizos de protección para que ningún crieter asomara las narices donde no debía. Tenía dos playas, un enorme río que pasaba por la mitad de la nación, desembocando en el océano pacífico y un enorme desierto con millones de kilómetros de largo, al igual que un pequeño bosque que crecía junto al Colegio Starborn. Era un lugar paradisiaco, un lugar que los crieters envidiarían de solo imaginarlo. Estaba dividido en estados, y estos en pequeños pueblitos. Y los estados estaban divididos en distritos. Había cinco distritos en total, cada uno con una vegetación totalmente distinta, al igual que un clima y condiciones diferentes. Los magos vivían en armonía, tan seguros como siempre habían deseado, desde la caza de brujas en Salem, se había optado por permanecer en el anonimato, viviendo su vida sin ningún crieter que los juzgara por ignorancia y desconocimiento. Eran felices. Es triste pensar que eso sólo duró unos cuantos siglos hasta que alguien se levantó en armas por no querer seguir viviendo en la oscuridad, rechazó su paraíso por la ambición de arrodillar a todos a sus pies. Levidor fue alzándose, con más fuerza que un huracán y arrasó con cada uno que no lo obedeció. Era silencioso, discreto, nadie había visto su rostro jamás, bueno, los que lo habían visto, habían muerto segundos después. Y Dorelly, no volvió a ser armoniosa desde la llegada de este mago, del peor de todos los tiempos. Fue el epítome de un sinfín de años sumidos en la oscuridad, cundiendo el pánico y la oscuridad. —Te he dicho que no puedes seguir haciendo las cosas de este modo —masculló intentando mantener la compostura. Alisó su vestido rojo y se mordió los labios de nerviosismo—. Mi amor, yo sé que tus ideales son los correctos, pero no es correcto que mates a nuestros hermanos, a los magos y brujas con los que hemos crecido. Me senté junto a Marylla Sorror por tres años en Starborn. ¡Y la has asesinado sin parpadear! —No me retes, Claire —musitó con firmeza su marido, el mismísimo Levidor. Formó una tosca sonrisa y besó bruscamente a su esposa—. Aceptaste estar conmigo en las buenas y en las malas. Estas son malas. Marylla estuvo por escapar, y créeme que no le hubiera interesado que hace quince años tú y ella se sentaban juntas en clase. Me hubiera delatado. —Déjame fuera de esto, ¿de acuerdo? Me iré a casa de mis padres hasta que todo pase. No me gusta ser cómplice de cómo asesinas a nuestra gente. Es muy diferente a tu plan inicial, querías arrodillar a los malditos humanos. Pues adivina qué: no te he visto matar a un solo humano, y, sin embargo, has matado a cien magos. —Mi amor, no te pongas intransigente, no te puedes ir a casa de tus padres, sólo conmigo estás segura. Además, todo esto tiene una razón, ¿entiendes? No puedo perdonar la vida de los que me desafían. —¿Insinúas que si te desafío me matarás? Bentley soltó una enorme carcajada al tiempo que acariciaba la mejilla de su esposa, con dulzura, nadie creería la maldad que existía en su corazón. —Sabes que no me refiero a eso, dulzura. Nunca te haría daño. Quédate conmigo, hoy podemos cenar en donde tú quieras. Claire estaba muy confundida, frustrada y ansiosa. Cada día las cosas empeoraban más en la nación y ella tenía gran parte de la culpa, por haber cooperado en los sueños ilusos de su marido, que ahora eran una realidad. Bentley era un mago talentoso por naturaleza, de los mejores de la clase, pudo trabajar en un importante puesto del gobierno, pero decidió dedicarse a algo más tranquilo; jefe de la guardia nacional, sin embargo, su poder no era suficiente para lo que planeaba, por lo que Claire le cedió la mitad de su poder. Él era más fuerte y ella casi una humana con dones. Por una noche, ambos fueron una pareja casi normal. Salieron al restaurante más cercano que servía callaflé con camarones y ostiones, junto con unos buenos tragos de whiskey dorado. Fueron felices, como antes, en sus primeros años de matrimonio. Claire sonreía sin parar y sólo podía pensar en que aquel era el hombre que tanto amaba, no era cruel, ni malvado como lo llamaban en las noticias. Era un hombre lleno de tonalidades, de amor y visión. Eso es lo que era. Un visionario. Se sintió algo patética por no apoyarlo más, pero él la seguía amando, sin importar nada. De regreso en casa, Claire se metió en la cama y esperó pacientemente a su esposo. Éste llegó con unos libros muy pesados y los dejó en la cama, junto a Claire. —Mi vida, quiero hablarte sobre algo que estuve pensando… incluso busqué más libros. Fue muy difícil que me los autorizaran en la biblioteca del consejo. Pero ya sabes, con un par de cumplidos la gente suelta lo que sea. Ni siquiera registró los libros. —Ah, ¿sí? —La mujer de largos cabellos rubios esbozó una sonrisa comprensiva—. ¿De qué trata, cariño? —¿Qué opinas de tener un hijo? —Soltó la noticia con emoción. Claire borró la sonrisa de sus labios y se removió bastante tensa en la cama. —¿Un hijo? —Repitió incrédula de la barbaridad que decía—. ¿Estás loco? Por dios, Ben, cómo te pones a pensar en un hijo… con toda esta situación, le traeríamos solo sufrimiento a la criatura. No sabemos en que terminarán nuestros planes. ¿Y si morimos en el intento? ¿Quieres dejarlo en la intemperie? —No lo entiendes, Claire —la atajó sagazmente, ya no tenía el mismo tono de voz tierno que hace segundos—. Con el poder que me has obsequiado me he vuelto el doble de poderoso. Piénsalo, cariño. Si tenemos un hijo, podemos obtener su poder. Yo tendría muchísimo más poder, lo suficiente para nuestros planes y tú también podrías utilizarlo para recuperar tu poder y tu estatus. Los dos seríamos los amos del mundo. ¡De todo! —¿Para eso quieres un hijo? ¿Para robarle sus poderes y hacerte más fuerte? Santo Clether, eres un egoísta. ¡¿Cómo crees que aceptaré eso?! ¡Te di mis poderes! ¿Para qué quieres más? Deja de ser tan ambicioso por un maldito segundo. Aún me sigo recuperando de la herida que causó en mí darte tanto poder —se descubrió la clavícula y le mostró una enorme herida que se tornaba negruzca—. ¿Qué más quieres, Bentley? —Ya te lo dije, Claire —repitió con vehemencia—. Un hijo. Podemos deshacernos de él. No será la gran cosa. —¡Te he dicho que no, Bentley! En serio, justo cuando creo que todo volvió a la normalidad y te conozco, sales con ideas más desquiciadas. Me das asco. —¿Qué has dicho? Repítelo. Bentley atajó bruscamente a su esposa, levantándola de la cama y estirándola por el codo. Se miraron fijamente y por más que Claire mantenía la compostura, estaba empezando a sentir miedo del hombre con el que se había casado. ¿Sería capaz de dañarla? —Mi amor, tienes que hacerme caso, este es nuestro futuro, ¿sí? No debería importarte tener un niño… podemos regalarlo o protegerlo lejos de aquí. —¿Por qué no haces eso con otra persona? —Indagó con los ojos llorosos, tenía mucho miedo. Sentía que lo peor estaba por venir. —Ugh —resopló—. No lo entiendes. En los libros donde encontré el hechizo que dividía tu alma y me obsequiaba tu magia, decía que sólo las personas con un enorme vínculo emocional pueden hacerlo. O el producto de tu sangre. Con un niño es mucho más fácil, porque su aura aún no está fortalecida y, por ende, no lo dañaría tanto vivir sin su magia, no lo dañaría tanto como a ti, mi amor. Sería un bien común. —No, Bentley, la respuesta es no. —¿Es tu última palabra, cariño? —Sí. El amor, la pasión y la lealtad que alguna vez Claire sintió por su esposo, por el amor de su vida, se desvaneció en ese momento. En el momento en que el hombre la aventó cruelmente en la cama y rompió su camisón mientras ella pedía clemencia, que se detuviera, Claire entendió que jamás debió de haberse casado con él. Jamás creyó estar en esa situación, ser ultrajada por el hombre en el que confiaba. La rompió. Destruyó cada parte de su alma. De su cuerpo. De su mente. Después de realizar tal monstruosidad, Bentley se levantó de la cama y se dirigió al baño. Claire escuchó el agua correr, seguramente se estaba duchando. Sin embargo, la muchacha no tenía fuerzas para levantarse de la cama. Sus piernas se sentían débiles, tenía un dolor en el pecho que no la dejaba ni respirar. En el momento en que Bentley volvió a la habitación y buscó la mirada de su esposa, Claire se encogió en la cama, quería hacerse chiquita y desaparecer. Irse lejos. Se sentía tan patética por seguir con él. Por encubrir los asesinatos, las mentiras, por darle todo. Ni siquiera le había importado desvirtuarla de esa manera. Forzarla a tener relaciones con él. De todas las personas, jamás lo pensó de él. Estaba horrorizada, asustada… no podía ni siquiera articular una sola frase. Permaneció en un rincón de la cama, abrazando sus rodillas y mirándolo fijamente. —Sé que te lastimé, cariño, pero es tu culpa… te dije mi plan de buena manera. Y no me hiciste caso. No volverá a pasar si me haces caso. A partir de mañana comenzarás a visitar a Hepzibah, para que te proporcione unas pociones de fertilidad. Lo intentaremos las veces que sean necesarias. La venda había caído de sus ojos. Finalmente podía apreciar al monstruo con el que vivía. El hombre que había amado desde su primer año en Starborn, desde antes de entender lo que era el amor. Pero de algo estaba segura. No iba a darle un primogénito. Prefería sacarse el útero ella misma antes de darle eso. Las cosas no podían terminar bien. Y ese era un hecho predestinado. Estaba viviendo sus últimos años. Por desgracia para Claire, Bentley era el triple de listo que ella. Y jamás pudo contra él.                    
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