Tú me salvaste

—Hoy tampoco vendrá la jefa por lo que veo —dice Martha, nuestra secretaria. —Estoy algo preocupada, Victoria ya no se ve bien, la conozco; puede ser alguien que aparenta estar perfectamente, pero sé que es una mascara de mujer dura que ella misma ha construido como mecanismo de defensa. Quise llamarla, pero entiendo que quiera estar sola, es difícil recibir una noticia tan dolorosa de tu salud. —¿Qué pasará con la empresa? Me preocupo por la jefa, no digo que no, ¡Ay! Pero vamos, también me preocupa quedarme sin trabajo. —Esperemos que ella se comunique con nosotros, no vamos a quedar a la intemperie, tranquila. Este lugar es todo para Victoria, ella es fuerte, solo hay que darle tiempo. Es triste todo lo que le pasa, quisiera poder hacer algo por ella, pero esta vez no hay mucho que pueda hacer. Entro a su oficina y me da melancolía, quisiera saber que prueba puede estar pasando. Sea lo que sea, ella puede con todo, es capaz. Camino hasta su escritorio y me siento en su silla, un nudo se hace en mi garganta y mis ojos se humedecen. —¿Qué está pasando en mi vida? —pregunto a la vida, pregunto a Dios. De un momento a otro se desestabiliza todo, ¿Por qué? Si ya empezaba a sentir que la vida me sonría, pensé que por fin tenía la oportunidad de empezar de cero. Yo creí que por fin había llegado el momento de traer a mí madre y traer a… —suspiro y apoyo mí cabeza en la superficie de la mesa— No he podido subir mis ánimos, desde que volví de mi viaje no he podido sentirme bien, primero pasa lo de Jhonatan, el hombre con el que proyecté una vida, alguien con quien hice tantos planes, alguien de quien esperaba tantas cosas y ahora está al lado de otra mujer. Para el colmo de males pasa esto. ¿Es enserio? ¿Ahora Victoria? ¿De tantas personas en el mundo tiene que ser la única que me ha dado su apoyo? ¡Ja! Es increíble, parece irónico. Es como si las personas importantes en mi vida tuvieran que alejarse de mí. Si tan solo fuera como la primera vez, saltar a una autopista y sacarla de ese auto, ahora solo queda esperar la voluntad divina. Un poder supremo que pueda salvarla de esto. —¿Quién es usted? Escucho una voz poco familiar, frunzo mi ceño y levanto mi cabeza. —Pregunté, ¿Quién es usted? Tengo ante mi a un hombre de un metro ochenta, de piel blanca, cabello castaño oscuro y ojos verdes. Tiene un traje elegante de color gris y una barba que lo hace ver intimidante. —¿No me escucha? Agito mi cabeza y me pongo de pie. —Soy Emily, Emily Díaz Fuez, soy la ing… —¿Por qué está en el lugar de mi madre? —pregunta el hombre con ese semblante serio. Levanto mis cejas, algo sorprendida, es el hijo de Victoria, no pensé verlo aquí. No parece el chico que me mostró en aquella fotografía. —Lo lamento, yo solo vine aquí porque… —No me importa, salga de la oficina de mi madre —dice interrumpiéndome. —¿Perdón? La actitud arrogante del sujeto es chocante, ¿Qué le pasa? —¿Qué no entiende? Quiere que busque plastilina o que la tome de la mano para sacarla de aquí. El hombre me mira de pies a cabeza, tiene esa mirada fría y penetrante. —Trabajo aquí, señor. Aquí, adentro de la oficina de su madre. El hombre hace un gesto de confusión. —Eso no puede ser, mi madre no trabaja con nadie, por eso mismo no tiene ni asistente. ¿Quién dijo que era? —vuele a cuestionar. —Soy Emily Díaz, la ingeniera de tecnología y mano derecha de la señora Victoria Soler. Gabriel vuelve a hacer ese extraño gesto y de repente asiente a mis palabras, camina hasta el frente de mi escritorio, pone su maletín en la mesa y sonríe. También copio su sonrisa, parece que ahora será amable conmigo, creo que hemos tenido aquí un malentendido; una mala primera impre… —Fuera —suelta aun con esa sonrisa. —Espere, ¿Qué? —Yo no trabajo con nadie, fuera. Mi sonrisa se convierte en una O, abro mi boca sorprendida, ¡esto debe ser una broma! El “caballero” sigue en su posición, me sigue mirando con esa expresión de superioridad. Levanto mi cara con dignidad, aclaro mi garganta y acomodo mi camisa. —Con permiso —es lo único que respondo. Salgo pensando en que debería no solo irme de la oficina, si no salir de la empresa, me contuve porque de mi mente no sale la señora Victoria. Es que debí darle una palmada en esa boca por maleducado, ¿Qué es actitud? —¡Emily! Joder tía, no camines tan rápido, casi que no te alcanzo. Martha corre como loca detrás de mí, me toma del brazo y me detiene. —¿Pero que te pasa? Ese es el hijo de Victoria ¿verdad? ¡Guao! Es más atractivo de lo que recordaba, ¿Qué te dijo? No van a cerrar ¿cierto? —ella habla sin pausar—. Vamos tía, dime algo, ¿Qué te dijo ese bombón? ¿Se hará cargo? ¿cubrirá a su madre ahora? —¡Emily! —grita alguien saliendo del ascensor—. Acompáñame a la oficina. Martha mira a Gabriel y luego me mira a mí, en sus ojos veo que muere de ganas por hacer más preguntas, ella es muy curiosa, sé que la mata las ganas de saber que sucede. —No te vayas así —dice Martha aferrada a mi brazo. —Dese prisa que no tengo todo el tiempo. La secretaria suelta mi mano e ingreso al ascensor llenando mis pulmones de aire, no miro al hombre para mantener la calma, hazlo por Victoria, hazlo por Victoria. De vuelta en la oficina, el señor Gabriel se sienta en el lugar de su madre, muerde sus labios como si no quisiera dejar salir sus palabras. —¿Para qué me necesita? —Bien, es que… Gabriel apoya los codos en la mesa y une sus manos, es como si intentara ocultarse detrás de ellas. —Es que necesito su ayuda. Esta vez soy yo la que hace un gesto de confusión, primero me trata mal y ahora me pide ayuda. —¿Ayuda? Pensé que había dicho que no trabajaba con nadie —respondo mirándolo fijamente a los ojos. El hombre aparta su cara y pronuncia algo inaudible, me he de imaginar que es alguna grosería. —Escuche, acabo de hablar con mi madre. Ella… ella me dijo sobre su trabajo, me dijo que usted —se detiene y aclara su garganta—. Me enseñaría lo que necesito saber —suelta rápidamente. —¿Qué dijo? —¡Mie***! Dijo que usted me enseñaría, que me explicaría lo que sea que necesite saber para llevar todo esto —menciona alterado. Sonrío ante lo que veo, ya no se ve tan grande como antes, parece que ya ahora soy quien tiene el sartén por el mango.