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1736 Palabras
Corazón De Hierro El agua de la tina humeaba suavemente, envolviendo la estancia en un velo de calor perfumado a sales de lavanda y aceites de cedro. La luz de las velas danzaba sobre las paredes, dibujando sombras que se alargaban y estrechaban con cada movimiento. Isabella - aunque todos ya la conocían como Elira Vodrak - se apoyaba contra el pecho de Viktor, sus piernas entrelazadas bajo el agua caliente. Su respiración era tranquila, aunque en el ambiente flotaba una tensión contenida, como si las palabras no dichas pesaran más que las que se atrevían a pronunciar. - Adelheid no es como Markel. - comentó ella en voz baja, dibujando círculos en su propio muslo bajo el agua - Es impulsiva, pero creo que puede aprender. Viktor asintió, apoyando el mentón sobre su coronilla. Sus brazos la rodeaban, firmes, cálidos pese al agua, como si aún dentro de ella pudiera protegerla del mundo. - ¿Todo bien con Adelheid? - preguntó, sin levantar la vista. - Sí - respondió con suavidad - Se contiene… pero está intentando ser mejor. - Lo hará. - murmuró - Porque tú se lo enseñarás. No con imposiciones… sino con ejemplo. Lo sentirá en la sangre, como yo. El duque sonrió, apenas. Su boca no se curvaba por completo cuando estaba cansado. Había aprendido a leerlo así. Viktor no mostraba las grietas si no era con ella. Aun así, no se apartó cuando Isabella rozó su espalda con la yema de los dedos, ni cuando lo rodeó con los brazos por la cintura. Sintió cómo se tensaba. Su cuerpo se volvió piedra por un instante… hasta que exhaló lentamente, dejándose estar. - Elira… - murmuró. Isabella apoyó la frente en su espalda. - Viktor, dime la verdad. - Siempre lo hago. - susurró él, girándose. Sus ojos eran un abismo contenido. Oscuros, cálidos. Hambrientos, aunque no lo dijera. Isabella cerró los ojos un momento. La intimidad de la escena no era nueva, pero había algo distinto esta vez: no había prisa, ni heridas que curar, ni decisiones urgentes por tomar. Solo ellos. Solo piel, silencio y presencia. - Viktor. - susurró, volviendo el rostro para mirarlo - ¿Esto es parte del trato también? El joven la miró con esa gravedad silenciosa que lo caracterizaba. Sus ojos de hierro fundido brillaban con algo más que deseo. - Esto, - respondió - no es parte de ningún trato. Esto es lo que quiero, si tú también lo quieres. Isabella lo observó un instante. Luego se puso de puntas, alzando la mano hasta su cuello. El lugar donde las marcas apenas visibles de sus colmillos quedaban bajo la línea de la clavícula. Bajó la boca allí y lo lamió despacio, con la lengua caliente sobre su piel fría. El estremecimiento de Viktor fue inmediato. Sus dedos se cerraron a los costados de su cuerpo, pero no la apartaron. - Quiero que me tomes. - le susurró, con la voz grave, en la zona de su garganta - Quiero estar contigo. Viktor cerró los ojos con fuerza, como si luchara consigo mismo. - Isabella… no es necesario. Sé lo que estás sintiendo. La sangre del vínculo… cuando alguien es transformado, genera un tipo de… exaltación. Sensibilidad. Te hace desear más, incluso si no... - No - lo interrumpió. Lo miró a los ojos y él supo que no tenía escapatoria - No es eso. No quiero tu poder, ni tu salvación. No quiero al duque que me rescató, ni al protector que cuida de mí con nobleza y miedo. Llevó su mano al pecho de él, sintiendo los latidos aún lentos. - Quiero a Viktor. Al hombre. Quiero tocarlo y sentir que está vivo conmigo. Quiero aprender su cuerpo como he aprendido su voz. Y si tiemblo, que sea por él. El duque tragó saliva. Bajó la mirada a su boca y su pulso tembló bajo la piel. La pasión que contenía se quebró un poco más. - ¿Estás segura? Isabella no respondió con palabras. Se giró lentamente, colocándose a horcajadas sobre él. El agua se agitó suavemente entre sus cuerpos y su mirada se mantuvo fija en la de él, sin vergüenza ni evasivas. Viktor besó, despacio. Un roce primero, luego una presión más firme y él la sostuvo como si no hubiese más mundo que sus manos, su boca, su piel. - Aún es tiempo de negarte...- le dijo tratando de controlar su excitación y deseo. - No me pidas permiso para desearme. Ya lo tienes. Cuando se separaron, Viktor apoyó la frente en la de ella. Su voz fue un murmullo apenas audible. - Vamos a la habitación. Isabella asintió. Viktor la besó entonces. No con la urgencia que ella esperaba, sino con una dulzura que la dejó sin aire. La alzó en brazos, como si no pudiera permitir que sus pies tocaran el suelo y la llevó hasta la cama sin romper el contacto. Caminó con ella con los pasos decididos de quien no tiene intención de volver atrás. El fuego chisporroteaba en la chimenea, lanzando destellos dorados sobre las sábanas abiertas. La dejó sobre la cama con cuidado, como se coloca algo sagrado. Isabella apoyó la mejilla en su brazo, mirando de reojo el perfil de Viktor. Sus cicatrices, el surco de su mandíbula, el leve ceño que siempre parecía entre tensión y cuidado. El hombre que había guardado tanto dentro por tanto tiempo. El guerrero que pocos habían tocado en verdad. El joven giró lentamente hacia ella, como si la decisión hubiera madurado en su interior durante semanas. Viktor se quedó allí un momento, observándola. No como una posesión, sino como una verdad revelada. Una que lo marcaba. Lo ataba. Lo condenaba. - Si te tomo, si me pierdo en ti - murmuró con voz baja, casi quebrada - … ya no volveré a salir. Isabella alzó una mano y le rozó el rostro con los dedos, húmedos aún por el vapor. El joven se inclinó, tocando su frente con la de ella y el lazo se tensó entre ambos, latiendo con cada respiración compartida. Cuando la joven lo besó, no hubo temblor ni duda. Su cuerpo le respondió como si lo hubiera esperado toda la vida. Isabella exploró su pecho con lentitud, trazando cada cicatriz, cada músculo, sintiendo el latido que se aceleraba bajo su piel. No era un hombre que supiera fingir y, en ese momento, no tenía voluntad para hacerlo. Cada roce era correspondido. Cada caricia tenía eco. Ella descubría en él una vulnerabilidad que Rowan jamás habría permitido mostrar. Viktor no se contenía. Se abría. Se ofrecía. Respondía a sus toques con jadeos sinceros, con movimientos que no buscaban dominar, sino encontrarse. - Isabella... - escuchó susurrar a Viktor cerca de su cuello dejando un camino de besos cuando la cubrió con su cuerpo - Tan hermosa mi pequeña edelweiss... La joven jadeó cuando Viktor bajó a su entrada y lamió los pliegues para darle placer. Isabella gimió por la sorpresa aferrándose a las sábanas bajo ella mientras su esposo le abría las piernas para darle total acceso disfrutando de sus reacciones. - Viktor... - Pronto... quiero darte placer primero...- le dijo, aunque en el fondo estaba creando nuevas memorias en su cuerpo a fin de olvidara las caricias de un hombre que no la valoró. Era Viktor Vodrak quien le hacía el amor ahora y quería dejar una impronta que Ashcombe u otro hombre nunca pudiese igual ni antes ni después de él. Cuando Isabella llegó al orgasmo gritando su nombre, Viktor se incorporó satisfecho pasando la lengua por sus propios labios con una mirada azul casi blanca. Sus instintos y el vínculo resonaban en él y, cuando Isabella volvió a sus sentidos, sus ojos brillaban como los de su amante. - Te quiero conmigo, dentro... - le pidió y Viktor sonrió con dulzura. - Quiero hundirme en ti, pequeña edelweiss, mi sangre de viento... Isabella abrió las piernas para darle acceso en una invitación silenciosa y el joven se posicionó para entrar en ella. Lo hizo con cuidado, con una lentitud casi dolorosa para ambos, pero quería sentir cada centímetro de su canal que ahora lo abrazaba como si no quisiera dejarlo ir. Viktor siseó de placer hundiéndose hasta que no quedó separación entre sus cuerpos. - Dioses, amor mío, eres perfecta... - Muévete, quiero sentirte...- le pidió y el joven obedeció saliendo y entrando de ella atento a los puntos de placer y movimientos que la mujer en sus brazos tenía. El vínculo palpitaba, como una cuerda invisible que vibraba al ritmo de sus cuerpos. Las embestidas no eran apresuradas, sino profundamente entregadas. Como si cada una dijera “te reconozco”, “te acepto”, “no hay nada fuera de esto que me importe”. Isabella lo sentía arder bajo sus manos. Sentía cómo se aferraba a ella con desesperación callada, cómo su boca buscaba la suya una y otra vez, como un hombre que sabe que, si se suelta, no volverá a respirar. La pasión creció como una marea, envolviéndolos en olas de placer y emoción, hasta que el mundo se redujo a piel, a susurros rotos, a un nombre repetido como plegaria. En el clímax, Viktor se aferró a ella como si el abismo lo llamara desde dentro. Y supo, en ese instante, que ya no existía sin ella. Que no podría. Que, si alguien se la quitaba, si ella se apartaba, su alma se partiría con violencia. Eso era lo que hacía tan peligrosas a las consortes de sangre de invierno. Las mujeres capaces de resonar con la oscuridad dormida en los Vodrak. Las únicas que podían arrastrarlos a un tipo de amor que quemaba tan fuerte… que dejaba solo cenizas si se perdía. Cuando el temblor final los abandonó, Viktor se quedó abrazado a ella, con el rostro escondido entre su cuello y el cabello aún húmedo. - Ahora lo sabes. - murmuró, con voz ronca y rendida - Ya no puedo vivir sin ti. Isabella no respondió de inmediato. Lo rodeó con los brazos y lo atrajo aún más cerca. En su interior, el eco de ese vínculo vibraba con fuerza, como si algo antiguo hubiera despertado. Como si ella también comenzara a entender que, en él… tampoco había vuelta atrás. Y esa noche, continuaron amándose, no hubo títulos, ni deberes, ni pactos. Solo ellos. Por fin, sin barreras.
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