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1368 Palabras
La Adopción del Abeto Viena - 10 de diciembre - Tarde de la apertura del jardín La nieve caía suave, dibujando formas etéreas sobre los arbustos y los caminos de piedra del jardín interior. Todo estaba preparado. Cintas doradas colgaban entre los setos, faroles de vidrio matizado iluminaban los senderos con luz cálida, y el pequeño abeto decorado centelleaba con esferas, campanas y cintas rojas tejidas a mano. El área había sido delimitada por una elegante verja de hierro forjado con guirnaldas y en el centro, un espacio abierto había sido cubierto con alfombras gruesas para que los niños pudieran jugar sin hundirse en la nieve. Isabella se detuvo en el umbral de la terraza, admirando el resultado final. El frío le enrojecía apenas las mejillas, pero se mantenía firme, con la capa abotonada hasta el cuello, guantes blancos y un sombrero adornado con plumas de faisán. A su lado, Viktor la observaba en silencio. - ¿Estás satisfecha, meine Liebe? - preguntó con tono bajo. La joven asintió, entre la emoción y los nervios. - No sé si es demasiado… ¿Infantil? - No para ellos. Hoy, los Vodrak no vienen como nobles, sino como familias. Y tú les has ofrecido algo que rara vez tienen: calidez. El sonido de ruedas en la grava interrumpió el momento. Los primeros carruajes comenzaron a llegar. Sirvientes y lacayos se apresuraron a recibir a los invitados mientras la música de cuerdas, suave y acogedora, comenzaba a sonar desde un trío apostado en la galería lateral. Adelheid apareció con una sonrisa profesional, acomodando su capa mientras informaba: - Todo está dispuesto, duquesa. Los paquetes con los obsequios están listos para entregarse y los asistentes saben quién es quién. - Gracias. - respondió Isabella, inspirando hondo. El aire frío no calmó el nudo de su estómago - Que empiece, entonces. Los primeros en llegar y acercarse fueron los Von Kessler, con sus tres hijos de entre cuatro y nueve años, que corrieron apenas vieron los juegos dispuestos: un tren de madera, muñecos, renos y lobos de madera. - Duquesa. - dijo la señora Von Kessler, inclinando la cabeza al saludarla - Es un honor estar aquí y preparar tan en serio la alegría de los pequeños. - La infancia es un tesoro efímero. - respondió Isabella con sinceridad - Y si tengo el privilegio de ayudar a conservar su luz por un día, me daré por satisfecha. Viktor se mantuvo a su lado en todo momento, saludando a los varones con respeto y sin arrogancia. Su sola presencia imponía, pero su tono era afable. Se notaba que su título no era lo único que lo hacía temido: era su control absoluto, su porte, esa mezcla de contención y dominio. El cielo gris comenzaba a teñirse de azul profundo cuando la última familia Vodrak cruzó los portones de hierro. Los sirvientes encendían los faroles de aceite uno por uno, proyectando un resplandor dorado sobre la nieve que cubría el sendero como una alfombra blanca y crujiente. A una señal de Viktor, las puertas de la terraza se abrieron de par en par, revelando el corazón del jardín. Y entonces, sucedió. La luz de cientos de pequeñas lámparas ocultas entre los arbustos y las ramas del abeto estalló en un resplandor sereno. El árbol, coronado con una estrella hecha de cristal tallado, brillaba con reflejos cálidos. Las cintas ondeaban ligeramente con el viento y el aroma de clavos de olor y pino fresco envolvía el aire como una promesa. Las familias se detuvieron un momento, en completo silencio. La nieve seguía cayendo, lenta, como si el tiempo mismo se hubiera contenido. Isabella avanzó unos pasos, con una serenidad que no sabía que poseía. Iba vestida con una capa borgoña de terciopelo grueso, el cuello alto forrado en piel, el cabello trenzado con perlas pequeñas que brillaban como escarcha. A su lado, Viktor mantenía una expresión imperturbable, pero sus ojos seguían cada uno de sus movimientos con atención absoluta. Tharion, el líder del clan y uno de los más antiguos miembros del clan, observaba desde el costado de la terraza. Alto, imponente, con la mirada acostumbrada a la guerra más que a las fiestas, fruncía el ceño con una mezcla de escepticismo y alerta. Hasta que vio a la joven extender una mano hacia el árbol y decir, con voz clara: - Hoy abrimos este jardín como símbolo de pertenencia. No de jerarquía, sino de sangre compartida. El silencio se hizo más denso. Las palabras “sangre compartida” entre los Vodrak no eran casuales. Tenían peso. Rango. Vínculo. - Que nuestros niños crezcan con recuerdos. - continuó ella - Que nuestros mayores recuerden que no han sido olvidados. Y que cada año, el invierno nos reúna bajo esta luz. Nadie se movió al principio. Luego, una niña pequeña, de no más de cinco años, soltó la mano de su madre y se acercó al árbol, tocando una de las esferas doradas. El gesto pareció romper el hechizo. Los niños comenzaron a correr y los adultos avanzaron con sonrisas contenidas. Isabella saludaba uno por uno a los invitados, con el idioma ya más fluido, su acento austriaco aún sutil, pero comprensible. Muchos notaron el esfuerzo y lo agradecieron con sonrisas genuinas. - El árbol es pequeño aún, pero me pareció simbólico. - explicó ella a un grupo de madres - Crecerá con cada invierno, como lo harán nuestros niños. Una madre joven, de nombre Anneliese, la miró con dulzura. - ¿Piensa tener hijos pronto, duquesa? Isabella se quedó quieta un instante, sorprendida por la naturalidad de la pregunta. Al fondo, vio a Viktor girar apenas la cabeza, atento a su reacción. Luego, sonrió. - Dios decidirá el momento. - respondió - Pero si ocurre, espero que celebren con nosotros también. Los regalos fueron entregados al caer la tarde, cuando las luces del abeto fueron encendidas una a una con un murmullo de asombro colectivo. Las cajas, adornadas con lazos de terciopelo, contenían pequeños juguetes hechos a mano, dulces importados de Francia, y libros con ilustraciones antiguas. Cuando todos estuvieron reunidos frente al árbol, Viktor tomó la palabra. - Esta es la primera Navidad en este jardín desde hace siglos. - dijo con voz grave - Ha habido épocas de sombra, de guerras, y de pérdidas. Pero hoy abrimos este espacio no con protocolo, sino con afecto. Mi esposa ha deseado que este lugar sea también un hogar para los nuestros. Gracias por venir. Que el invierno sea leve y el nuevo año, generoso. Los aplausos fueron suaves, respetuosos y varios lo acompañaron con breves reverencias. Isabella no esperaba tomar la palabra, pero sintió la presión suave de Viktor sobre su espalda. Se adelantó. - Gracias por confiar en mí. - dijo con sinceridad, mirando los rostros atentos, algunos aún curiosos - Esta casa… este jardín… aún están despertando. Pero les prometo que su puerta estará abierta cada diciembre, para los pequeños y para aquellos que recuerdan haberlo sido. La ternura en su voz no pasó desapercibida. Alguien comentó que la duquesa hablaba con el corazón y otro que era la mejor elección que Viktor Vodrak pudo haber hecho. Al final de la tarde, cuando los carruajes se alejaban uno a uno y los últimos niños eran arropados por sus madres, Isabella caminó hacia el abeto una vez más. Acarició una de las ramas y se quedó en silencio. - Has sembrado algo aquí. - dijo Viktor, apareciendo a su lado - No solo adoptando este árbol. Isabella asintió, conteniendo la emoción. - ¿Crees que lo merezco? - Mereces mucho más de lo que tú misma crees. Isabella apoyó la cabeza en su hombro. Por un instante, todo fue paz. Tharion observaba la escena con seriedad. Todo lo que la joven preparó para su gente fue inesperado, pero extrañamente acogedor. Fue Aldren, su segundo al mando y escolta, quien se acercó por detrás y murmuró: - No lo esperábamos, ¿Eh? - No. - dijo Tharion, aún sin apartar la vista de Isabella - Ha hecho algo que ninguna consorte antes había intentado. - ¿Qué cosa? El veterano giró levemente la cabeza hacia él. - Convertirse en parte del viento, no solo soportarlo.
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