EPISODIO 7

1291 Palabras
Él, después de regresar y ver a su nueva esposa, se sintió culpable, se le acercó y él la abrazó con fuerza, susurrándole palabras tranquilizadoras. «De ahora en adelante seré un buen esposo». Camille se sintió aliviada, aunque una pequeña duda se instaló en su mente. Decidió no darle más vueltas y disfrutar del momento. Ella asintió, aceptando su explicación por el momento, pero la preocupación aún nublaba su alivio. Por un momento, se permitió simplemente estar en sus brazos, dejando que la familiaridad de su presencia disipara las sombras de la duda. Pero mientras se aferraba a él, las preguntas sin respuesta comenzaron a formarse en su mente, cada una más inquietante que la anterior. ¿Qué emergencia podría haber sido tan importante como para dejarla sola en su noche de bodas? ¿Y por qué ese aroma en su ropa parecía tan significativo, aunque no pudiera recordar por qué? Decidió que necesitaba respuestas, pero no en ese momento. Por ahora, se aferraría a la calma que le brindaba su regreso, y esperaría el momento adecuado para desentrañar el misterio de esa noche. —Es momento de que disfrutemos de nuestra vida matrimonial. —ella se imaginó los juegos sexuales, no obstante, para su sorpresa no fue eso. —Es necesario partir, por lo que cambia tus prendas y ponerse en óptimas condiciones para mí. —Está bien. —dijo de mala gana. Él ni siquiera la miró con el babydoll. Era invisible para sus ojos. La pareja decidió aprovechar el día y salir a explorar la ciudad. Pasearon por calles pintorescas, visitaron cafés encantadores y disfrutaron de la compañía del otro. Camille trató de olvidar el incidente de la noche anterior y concentrarse en el presente. Se dirigió al baño para tomar una ducha. El agua caliente la ayudó a relajarse, y mientras se vestía, se esforzaba por apartar los pensamientos de la noche anterior. Sin embargo, un recuerdo repentino la hizo salir del baño con rapidez. La luz del atardecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de la suite, bañando la habitación en tonos dorados y naranjas, mientras Camille dejaba que el agua caliente de la ducha lavara sus preocupaciones. Louis, por su parte, se había comprometido a una nueva página en su relación, sus disculpas parecían sinceras, y su promesa, un voto solemne. Camille, envuelta en una toalla, se paró frente al espejo empañado. Sus pensamientos aún revoloteaban alrededor de la noche anterior, pero decidió vestirse para la ocasión, eligiendo un babydoll que sabía que a Louis le encantará. Mientras tanto, Louis, con el ceño fruncido, hablaba por teléfono en el balcón. Su voz, aunque contenida, tenía un borde de urgencia que no podía ocultar. Camille, al terminar de vestirse, se acercó silenciosamente, su curiosidad despertada por el tono de la conversación. A pesar de la distancia, podía percibir la tensión en su postura, la forma en que sus dedos se aferraban al teléfono. Ella recordó la discusión de la noche anterior, un eco de dudas que resonaba en su mente, pero se recordó a sí misma la promesa de Louis y la decisión de confiar en él. Resuelta a no permitir que sus inseguridades estropearan su día, Camille se dirigió al balcón. Su mente rebosaba de preguntas, experimentaba una novedad interna, y en ese instante se sentía objeto de mofa. —¿Todo bien, amor? —preguntó con una sonrisa, intentando ocultar cualquier rastro de duda. Louis terminó la llamada apresuradamente, volviéndose hacia ella con una expresión algo tensada. La miraba como a una extraña, o al menos eso sentía Camille. Él, desde que se casó con ella, cambió drásticamente, no había diálogo y cuando estaban solos, él pasaba tenso, siempre la defensiva. —Sí, todo bien. Solo algunos problemas de última hora en la empresa, pero ya están solucionados —dijo, forzando una sonrisa. Camille asintió, queriendo creerle. Tomó su mano y lo llevó de vuelta al interior de la suite, buscando cambiar el ambiente. Louis se acercó a Camille y la envolvió en un abrazo, un gesto de reconciliación y afecto. Camille se permitió relajarse en sus brazos, la inquietud disminuyendo lentamente. “Vamos a cenar”, sugirió Louis. —Pensaba que nos quedaríamos en la suite —dijo Camille, aun con la toalla puesta. —Vístete, saldré un rato. Espérame en el restaurante del hotel. —Está bien —respondió desilusionada. Aunque tenía esperanza, era una semana en la suite, para ellos dos. Mientras Louis salía de la suite, Camille echó un último vistazo al balcón, el lugar de la discusión telefónica, y se prometió a sí misma que estaría atenta. La confianza no significaba ignorancia. Pero por ahora, se permitiría disfrutar del momento, de la compañía de Louis, y de la posibilidad de un nuevo comienzo. Camille se vistió y se arregló con esmero para él, deseando sorprender a Louis. Bajó al restaurante, donde una mesa estaba elegantemente preparada y el menú ya dispuesto. Sin embargo, Louis no estaba allí. Confusa, Camille preguntó a la mesera por la persona que había hecho la reserva. Camille se encontraba sola en el restaurante, rodeada de murmullos y risas de otros comensales, y una orquesta de sonidos que contrastaba con el silencio de su mesa para dos. La mesa estaba meticulosamente preparada; cada detalle, desde la disposición de los cubiertos hasta la suave luz de las velas, parecía susurrar promesas de una noche encantadora. El papel en sus manos, entregado por la mesera, era frío y distante; las palabras escritas en él, una cortés disculpa, no podían transmitir el calor de la presencia de Louis. Camille sintió cómo la decepción se asentaba en su estómago, un peso que amenazaba con arrastrarla hacia abajo. Pero Camille no era de las que se hundían fácilmente. Con un suspiro, dobló el papel con precisión y lo guardó en su bolso. No permitiría que la ausencia de Louis definiera su noche. Se levantó, su postura erguida y decidida, y llamó a la mesera. «¿Podría cambiar la reserva para una persona?», preguntó con una sonrisa forzada pero valiente. La mesera asintió, impresionada por la compostura de Camille. Mientras esperaba que le trajeran el nuevo menú, Camille observó a las parejas y grupos alrededor, absorbiendo la energía vibrante del lugar. Decidió que disfrutaría de la cena, saboreando cada bocado como un acto de afirmación personal. La atmósfera del restaurante era un tapiz de emociones y conversaciones entrelazadas, donde cada mesa era un pequeño escenario de la comedia humana. Camille, sentada en su rincón solitario, se convirtió en una espectadora involuntaria de un drama familiar en la mesa contigua. Los dos hombres, con sus voces cargadas de historia y tensión no resuelta, tejían una narrativa que ella no podía ignorar. Era como si cada palabra pronunciada añadiera un hilo más al enigma que se desplegaba ante ella. —Bienvenido, primo —escuchó Camille a dos hombres hablando en la mesa contigua. —Deja el escándalo. —Primo, tu vida es un misterio, no entiendo por qué actúas de esa manera. —No es de tu incumbencia. Camille se preguntaba cuál era el origen de la discusión entre los dos hombres. Se entretuvo con la conversación sin sentido de ellos mientras esperaba la comida, permitiendo que la charla ajena la distrajera momentáneamente de la ausencia de su esposo. Cuando la comida llegó, Camille se permitió deleitarse con los sabores, permitiendo que cada especia y textura la transportaran lejos de la decepción. Con cada plato, se recordaba a sí misma que la vida estaba llena de imprevistos y que la resiliencia era su mejor aliado. Entre sorbos de vino y la música suave que ahora parecía tocar solo para ella, Camille redescubrió la compañía más importante: la suya propia.
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