Amelie bajó la mirada, aceptando la reprimenda. —Tienes razón, papá, pero presiento que está bien.
Louis intentó hablar, su voz temblorosa con el peso de la culpa. —Señor, le juro que no fue mi intención dejarla sola. Yo…
—¡Cállate! —interrumpió el padre, su rostro rojo de furia—. Me sube la ira cuando te escucho decir eso. Mi pobre hija, ¿cómo debe sentirse?
La madre de Camille, con los ojos llenos de lágrimas, murmuraba en voz baja.
—Tiene que estar bien…
La tensión en la sala era palpable. Louis, con el corazón pesado, sabía que debía encontrar a Camille no solo para salvar su matrimonio, sino también para demostrar que aún era digno de la confianza de la familia.
Mientras tanto, Camille, ajena a la discusión en casa, observaba la ciudad desde la ventana de su santuario. Cada día se fortalecía más, encontrando en su soledad la claridad que necesitaba para decidir el próximo paso en su vida. Sabía que su desaparición causaba angustia, pero también sabía que este tiempo era crucial para su propio bienestar.
La tensión en la mansión crecía; las palabras se convertían en dardos envenenados que amenazaban con destruir la frágil relación entre Louis y su suegro. La madre de ella, con los ojos inundados en lágrimas, intentaba mediar entre ambos, pero el dolor era demasiado profundo, la traición, demasiado reciente. Louis, desesperado por encontrar alguna forma de redimirse, prometía una y otra vez que movería cielo y tierra para encontrar a Camille.
Mientras tanto, en la mente de todos, el mismo temor se agitaba: ¿y si ella no quería ser encontrada? ¿Y si había decidido escapar de una vida que quizás ya no deseaba? Los días sin noticias eran un calvario, cada amanecer sin ella, un recordatorio de su ausencia. La casa, antes llena de risas y planes de futuro, ahora era un eco vacío, un santuario de recuerdos y preguntas sin respuesta.
Louis sabía que debía actuar rápido. Organizó equipos de búsqueda, contactó a detectives privados, extendió la noticia en r************* , y cada noche, antes de rendirse al agotamiento, miraba el cielo, preguntándose si en alguna parte, bajo la misma bóveda estrellada, Camille también miraba hacia arriba, sintiendo el hilo invisible que aún los unía. La búsqueda de ella no era solo una carrera contra el tiempo. Era una carrera contra sí mismo, contra la culpa y el arrepentimiento.
Mientras tanto, Camille, en su fortaleza desconocida por todos, sonreía al ver las noticias sobre su búsqueda en las r************* . Era un lugar que había adquirido con su propio dinero, un refugio secreto que ni siquiera sus padres conocían. Aquí, se sentía libre y en control de su vida, lejos de las expectativas y presiones que la habían abrumado. Observando la desesperación de Louis desde la distancia, se daba cuenta de que había tomado la decisión correcta. Necesitaba este tiempo y espacio para redescubrirse, para planificar su futuro.
Cada amanecer le recordaba que tenía la fuerza para seguir adelante, que la vida le ofrecía nuevas posibilidades. Camille se permitió soñar de nuevo, y con cada día que pasaba, la visión de su futuro se volvía más clara y esperanzadora. Aunque la tormenta de emociones aún la asaltaba en ocasiones, encontraba paz en su soledad elegida, sabiendo que, con el tiempo, todas las heridas sanan.
La luna de miel de Camille llegaba a su fin con el amanecer, y con una renovada visión de la vida, decidió regresar a casa. Sentía que Louis había sufrido lo suficiente. Al revisar su refugio, suspiró al ver el desorden que dejaba: comida por todos lados, ropa en el suelo, un verdadero caos. Rápidamente, llamó a la persona de limpieza para que dejara el apartamento impecable nuevamente. Luego pidió un taxi para que la llevara de vuelta a su casa. Un taxi la esperaba ya, su conductor impasible ante el desorden de la vida de sus pasajeros. Ella se acomodó en el asiento trasero, y mientras el vehículo se deslizaba por las calles aún adormecidas de la ciudad, su mente divagaba entre la anticipación y la incertidumbre. ¿Cómo recibirían la noticia sus padres? ¿Entenderían su necesidad de espacio y tiempo, o la juzgarían por su abrupta partida?
La llegada a su hogar fue marcada por una pausa colectiva, un silencio que colgaba pesadamente en el aire. Figuras desconocidas se congregaban frente a su casa, sus rostros esculpidos por la sorpresa y la curiosidad. Descendió del taxi, su presencia, un imán que atraía todas las miradas. El umbral de la puerta se convirtió en el escenario de un reencuentro cargado de emociones: su padre, con los brazos abiertos y los ojos brillantes de lágrimas contenidas, fue el primero en recibirla. Su abrazo fue un refugio, un puerto seguro en la tormenta de preguntas y explicaciones que seguramente vendrían.
—¡Camille! —exclamó, su voz quebrada por la emoción—. No sabes cuánto nos preocupaste.
El aire se llenó de murmullos y susurros, cada par de ojos conteniendo una historia diferente sobre su ausencia. Pero en ese momento, solo importaba el calor familiar, la certeza de que, a pesar de todo, el hogar es donde reside el amor incondicional. Y así, paso a paso, comenzaría el delicado proceso de tejer nuevamente los hilos de su vida, enfrentando las consecuencias de sus decisiones con la dignidad y la fuerza que solo la verdadera introspección puede otorgar.
La madre de Camille, al ver a su hija, dejó escapar un sollozo de alivio y se unió al abrazo familiar.
—Hija, ¿dónde has estado? —preguntó con lágrimas en los ojos.
Amelie, visiblemente aliviada, se acercó también y puso una mano reconfortante en el hombro de Camille.
—Lo siento tanto, necesitaba tiempo para mí —dijo Camille, sintiendo una mezcla de culpa y alivio.
Louis, que había permanecido al fondo, se acercó lentamente, sus ojos llenos de arrepentimiento. —Camille, por favor, perdóname. Estaba desesperado por encontrarte —dijo con voz temblorosa.
Camille lo miró con serenidad y asintió lentamente. —Louis, necesitamos hablar, pero por ahora, estoy feliz de estar en casa.
La familia se mantuvo unida en un abrazo prolongado, dejando que las emociones fluyeran. La tensión de los últimos días empezaba a disiparse, y aunque quedaban muchas cosas por resolver, Camille sabía que había tomado la decisión correcta al regresar.
Después de ese emotivo reencuentro, Camille se retiró a su habitación, necesitando un momento de calma para procesar todo lo ocurrido. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, llenando la habitación de un cálido resplandor. Se sentó en su cama, respirando profundamente y dejando que la tranquilidad la envolviera.
Aunque sabía que enfrentar la realidad y las conversaciones pendientes no sería fácil, estaba dispuesta a hacerlo con la fortaleza que había encontrado en su tiempo de soledad. Este nuevo comienzo marcaba el inicio de una etapa en la que ella se comprometía a ser fiel a sí misma y a luchar por su felicidad.
Camille acomodó sus cosas y miró la tarjeta dorada antes de guardarla bajo llave en una de sus gavetas. Se dio un baño relajante, permitiendo que el agua tibia le calmara los nervios y se acostó nuevamente. No quería ver a Louis por el momento. Dos toques en la puerta la sacaron de sus pensamientos.
—Hermana, ¿puedo pasar? —preguntó Amelie con voz suave.
—Sí, pasa —respondió Camille, sentándose en la cama.
Amelie entró con una expresión mezcla de preocupación y alivio.
—Ay, hermana, ni te imaginas el revuelo que causaste con tu huida. El pobre Louis estaba por volverse loco —comentó Amelie, sentándose junto a ella.
—No me hables de él en este momento —dijo Camille, con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa? No te enojes con él, bien sabes cómo es, recuerda que siempre ha sido nuestro amigo.
Camille suspiró, tratando de contener la frustración. —Lo que me hizo no tiene nombre, Amelie.
Amelie la miró con una media sonrisa maliciosa. —¿La pasaste mal? —preguntó, sus ojos brillando con curiosidad.
—¿Por qué te ríes? Crees que no te vi.
—No lo tomes a mal, pero es chistoso eso que les pasó.
—Para mí no es chistoso —dijo Camille, cruzando los brazos.