ORIANA
Con los hombros rectos y la cabeza en alto, camino por el pasillo buscando a Leandro.
No está donde lo dejé, y el estómago se me encoge. ¿Se habrá ido sin mí? ¿Habrá decidido que esto es una mala idea después de todo?
Pero entonces lo veo. Está en un sillón, entre dos macetas, mirando sus manos entrelazadas.
Me detengo en seco. Por su lenguaje corporal, es evidente que algo pasa.
—¿Leandro? —lo llamo suavemente, acercándome—. ¿Qué sucede?
Levanta la mirada hacia mí, con los ojos muy abiertos y llenos de incredulidad.
—Tengo un hijo —dice, apenas por encima de un susurro.
El corazón se me hunde al comprender el peso de sus palabras.
—No lo sabía —dice con voz temblorosa—. No sé quién… no sé nada.
Dios mío. Él no lo sabe. No tiene idea sobre Summer.
Ahora todo tiene sentido
