Pelirroja indiferente

1479 Palabras
—Las finanzas de hoy han sido estupendas, los corredores hacen un buen trabajo, señor Russell. —Eso es lo que espero todos los días —responde Bastián, mirando la gráfica —. Creo que es todo por el día de hoy, ya puedes retirarte. —Gracias, señor Russell. Nos vemos mañana. Su asistente se marcha, y él se queda en su oficina estudiando una vez más aquella gráfica que le daba buenos resultados ese día. De pronto, el teléfono comenzó a sonar, él apretó un botón y dejo que su secretaria hablara en voz alta. —Señor, Russell. Su madre está en la línea 3, ¿desea que se la pase? —No —responde fríamente, sin apartar la vista de la gráfica —Muy bien, señor. ¿Se le ofrece algo más? Ya es mi hora de salida. —Puedes irte —contesta tajante. Siguió analizando las pequeñas fallas de ese día y pensó en nuevas estrategias para que el día siguiente no volvieran a ocurrir, cuando su teléfono personal comenzó a sonar. El CEO frunce el ceño, y saca el aparato. Era su madre… Desvió la llamada, a cambio de eso, busco el contacto de su actual novia. —“Hola cariño” —¿Dónde estás? —“Lo siento, hoy no puedo verte. Estoy muy ocupada; pero mañana si podemos vernos. ¿Qué te parece?” —Que lastima, mañana no estaré disponible. ¡Adiós! —Pero… Cuelga la llamada antes de que su ahora ex novia comenzara a molestar. Reclina su sillón para atrás, y su madre vuelve a marcarle. Él sabía perfectamente para que lo estaba llamando, su madre y sus caprichos. Es que le costaba tanto comprender que no quería esposa, tener una mujer permanentemente solo le restaría tiempo a su trabajo. Una mujer solo le amargaría la existencia, lo único que iba a conseguir era estar frustrado y amarrado a una esposa con la que no quería pasar el resto de su vida. Era muy difícil para su madre comprender eso. No estaba hecho para el matrimonio, es que ni siquiera sabía cómo comportarse con una esposa. Si, tenía muchas novias, pero tener una novia era muy diferente a una esposa. Y con esas novias su relación no llegaba muy lejos, lo máximo que podía permanecer con una misma mujer eran dos semanas, quizás tres. Pasar del mes era excesivo. Es que ni intentaba imaginar cómo sería estar con una misma mujer todos los días en la cama, despertar con la misma, besar a la misma, hacerle el amor a la misma. Verla todos los días de su vida, ¿hasta envejecer? —Definitivamente, eso del matrimonio no es para mí. Se pone en pie, y justo en ese momento su móvil suena. Creyendo que es su madre, hace amago de apagarlo, pero ve que era el número una de sus conquistas. Una mujer muy hermosa que había conocido en un evento al que fue invitado unos días atrás. Sonríe con picardía, puesto que pensó que esa noche no tendría nada interesante que hacer, pero resulta que estaba equivocado. Con esa trigueña iba a tener de todo. […] Al día siguiente, Adriana iba de camino al trabajo con algo de entusiasmo. En su primer día de trabajo le había ido muy bien, y como había repartido todas las encomiendas, para esa mañana tendría más tiempo libre. Lo primero que haría sería ir a desayunar, y luego a buscar en que ocuparse… En cuanto llego al cafetín, la pelirroja miró la hora en su reloj. Se pregunta, al darse cuenta de que la cafetería estaba completamente vacía. Se aproxima a la barra y ve una cantidad de desayunos realmente apetitosos. —Buenos días, dime cuál es tu nombre —le pregunta la muchacha de la barra. —Adriana Harvey —responde con dudas, mientras observaba hacia todos lados. —¡Ah, sí!, la nueva repartidora, estas en la lista de empleados, ¿Qué te sirvo, Adriana? —¿Por qué aquí no hay nadie? ¿Acaso he llegado muy tarde? —la rubia le sonríe divertida. —Nadie viene a comer aquí, son contadas las personas que se asoman por aquí al menos a pedir un café. —Entiendo… Luego de que Adriana pidiera un buen desayuno, el cual la dejo bastante satisfecha. Se despidió de la rubia y se marchó a cambiarse de ropa. La sala estaba como siempre a reventar de empleados gritando, ofreciendo, ofertando y pare de decir. La pelirroja se encamina hasta la bodega, y al abrir la puerta una montaña de cartas y enormes sobres caen a sus pies. Ella se queda estupefacta por la cantidad de trabajo que tenía para esa mañana. —Y yo que pensaba que hoy no iba a tener tanto trabajo —musita desanimada. Sin embargo comienza a trabajar, llevando cartas a todos lados… y cada vez que la pila de sobres reducía, al regresar por más, esta parecía no disminuir. Alguien estaba dejando más trabajo para ella, ¿pero quién demonios lo hacía? No lo conocía, y ya lo estaba odiando. Para cuando llego la hora del medio día, su trabajo no terminaba y ya estaba tan cansada que le provocaba salir corriendo. Ahora comprendía porque no tenían un repartido y le dieron el empleo tan rápido, ¿Quién soportaba ese nivel de estrés? Al terminar de comer intenta regresar a la bodega. Pero antes de que lo hiciera, al salir de la cafetería; aquel hombre elegante volvió aparecer. Como el día anterior, muchos guardaron silencio ante su presencia. La joven se preguntó si sería el jefe, ¡tenía que ser!, para que todos guardaran silencio de esa manera. Ella lo detallo mejor aquella tarde, aunque no estuviese tan cerca. Era un tipo bastante fornido. —Ese hombre me derrite —Adriana escucha el susurro de una mujer, y ella regresa la vista al sujeto. Se encoje de hombros y se da la vuelta, no le interesaba mirar a quien sea que fuese ese tipo. Estaba allí para trabajar, no para admirar a hombres atractivos que ni se fijarían en una repartidora. Por el rabillo del ojo, Bastián observaba a sus corredores de bolsa mirarlo con cautela. Siempre que salía de su oficina sucedía lo mismo, todos se le quedaban mirando, todos menos una persona. Él había notado que una pelirroja con todo el cabello revuelto no estaba al pendiente de nada, al principio lo estaba mirando, pero luego como si nada se dio la vuelta y se marchó. Le causo mucha curiosidad, puesto que siempre llamaba la atención de cualquier mujer. Sin embargo, le restó importancia al asunto. Que más le daba si lo miraba o no lo miraba. Continuo avanzado hasta su oficina, tenía mucho trabajo que hacer. Mientras que Bastián se internó en su oficina, Adriana regreso al infierno de la bodega. La cual se había llenado más de trabajo que hace una hora. —¡Ay, por dios! ¿Cómo es esto posible? —en eso, un muchacho con el mismo uniforme que el de ella entra en la bodega con una enorme caja en las manos, sin medir sus actos vacío el contenido de la misma creando más desorden —. ¿Eres tú? —ella se cruza de brazos. —¿Qué pasa? ¿Eres la repartidora? Es extraño que contrataran a una mujer para esto —responde tajante, mientras mastica chicle de forma exasperante. —Eres quien ha estado trayendo cartas y más cartas. —Es mi trabajo, y será mejor que te vayas ocupando de esto, porque se pondrá peor la bodega si no comienzas a desocuparla. El chico se marcha con aquel caminar tan relajado, Adriana pensó que quizás le hubiera venido mejor ese trabajo que tenía ese joven y no el de repartidora. —Demonios, no voy a terminar nunca —musita al ver la cantidad de trabajo. […] Una hora más tarde, las puertas del ascensor se abren y por esta sale una mujer mayor bastante refinada. La anciana iba acompañada por otra señora de apariencia seria y fría. La anciana avanzo por el abarrotado lugar, ignorando a todos los presentes, quien no le quitaba los ojos de encima. Sin embargo, la dama los ignoro hasta que llego a la puerta de la oficina de Bastián. Nadie las detuvo, ni les impidió el paso a ningún lado, puesto que ya todos conocían muy bien quien era esa mujer de elegantes facciones. El mismo respeto que le tenían a Bastián Russell se lo tenían a su madre, Helena de Russell. —Entrare sola, Louren. No me hace falta escolta para poder hablar con mi hijo. —Por supuesto, señora Russell. La estaré esperando aquí afuera.
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