V CON UNA RÁPIDA INCLINACIÓN DE CABEZA dirigida a los dos, y una mirada ferviente y cordial para Razumov, la señorita Haldin nos dejó cubriéndonos las cabezas y contemplando su figura erguida y ágil, que se alejaba presurosa. No era su andar ese deslizamiento híbrido e inseguro que adoptan algunas mujeres, sino un movimiento de avance franco, enérgico y saludable. No tardó en aumentar la distancia que nos separaba, hasta que desapareció con prontitud. Sólo entonces caí en la cuenta de que Razumov, que había vuelto a calarse el sombrero hasta las cejas, me miraba de hito en hito. Me figuro que era yo un tropiezo muy inesperado en el camino de aquel joven ruso. Capté en su semblante, en toda su actitud, una expresión que se componía de curiosidad y de desprecio, atemperados por la alarma, c

