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Adiós, no te necesito

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suicidio
drama
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Descripción

Deseamos separar esa figura que nos hace daño. Su recuerdo supone una tortura para nuestro corazón. No tenerlo o tenerla con nosotros, nos aflige y lastima. ¿Por qué depender de la imagen de un ser amado que no está? Mejor hacer un avión de papel o hacer montones de aviocintos con una frase de despedida, y acto seguido, hacerlos volar por las calles del olvido durante un atardecer.

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Adiós, no te necesito
Había un hombre aislado en el Ártico. Nadaba en medio del fiordo de su corazón; viajaban las memorias de un difuso pasado en las venas. Por mucho que lo intentaba, no podía desprenderse de la imagen de su amada. Ella había claudicado a una relación destinada al fracaso y él quiso aferrarse a los recuerdos vaporizados en nostalgia. No es fácil superar una relación de años convertida en una víspera fugaz. Cuando se quiebra la razón y los sentimientos llueven en los ojos, bañando de lágrimas el rostro, nubes de esperanza se condensan como quimeras en el alma. Pues, el hombre lloraba y lloraba en su apartamento, sentía el filo del frío de la oscuridad penetrar en su epidermis. No veía un futuro halagüeño, pero debía superar aquel abismo, no podía seguir tentando al cruel s******o. Reunió suficiente valentía. Era la hora adecuada del ocaso para preparar la despedida. Tomó un papel, escribió una frase y repitió la misma frase en todas las hojas. En cuanto hubo aglomerado una cantidad considerable de papeles, inició la faena como un perito en las manualidades de hacer aviones de papel. Una vez finalizada la ardua tarea, fue en pos de una bolsa. Amontonó los avioncitos en una bolsa de material diáfano, corrió hacia la puerta y la abrió fuerte. Enfiló los pasos apresurados hacia la escalera; subió peldaño por peldaño y abrió la puerta de metal. El suave viento susurraba a los moradores citadinos aquella plácida tarde. Extendió los brazos y sus gotas derramadas que trazaban ríos límpidos en su cara, refractaron la tonalidad naranja del astro universal; la bolsa se mecía en el dedo. Llegó acercarse hasta el borde, tiró la bolsa a un lado y cuando agarró el primer avioncito, respiró hondo. —¡Adiós! —gritó al indolente mundo. Arrojó uno tras otro. Los avioncitos ofrecieron un vuelo acrobático espectacular. Luego, se perdieron en las calles enrevesadas del olvido. Apenas hubo terminado de lanzarlos, sonrió a la noche y se quedó a esperar el nuevo amanecer. La frase en los aviones era: Adiós, no te necesito para seguir viviendo.

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