Capítulo 5

1880 Palabras
Cabalgaba a toda prisa, lloraba, mi padre, un hacendado del siglo XIX, me había vendido a un hombre que ni siquiera conocía y, según los rumores de la comarca, Damián Lexington era un hombre desalmado y feroz. ¡Y me había vendido a él! Para evitar esa desgracia, decidí huir. Al atardecer, subí a mi caballo y eché a correr, debía escapar lo antes posible; al día siguiente, Damián Lexington iría a casa a ver "la mercancía", o sea, yo. De pronto, un disparo asustó a mi caballo. De ahí en adelante, las escenas de mi sueño no estaban cortadas. Vi caminar al Benjamín de mis sueños con sus botas altas, gruesas, con incrustaciones plateadas. Llevaba una capa larga, no un abrigo, como pensé al principio. Me agarró del brazo y me levantó, me alumbró con su antorcha, la puso tan cerca de mí que creí, por un momento, que pensaba quemar mi cara. ―¿Quién eres? ―gritó muy cerca de mi rostro. Yo no pude contestar, estaba aterrada, jamás había salido sola de casa y me encontraba con eso. ―¡Habla! ―Volvió a gritar, pero yo no logré responder, aunque lo intenté. Me tiró del brazo y me llevó a toda prisa, casi corriendo; yo tastabillé varias veces y, cuando me lanzó adentro del calabozo, terminé por caer. Él volvió a levantarme con brusquedad. Mi vestido se enredó en mis pies y se hizo jirones. ¡Eran tan incómodos esos vestidos! Yo no sé cómo lo hacían esas mujeres. Se salió la mitad de la falda con el jalón. ―¡¿Qué haces aquí?! ―Volvió a gritarme en la cara. ―Por favor, no me lastime ―logré articular. ―¡Dime qué haces aquí! ―Yo... yo... estaba huyendo... ―¡Mientes! ―Puso la antorcha en la pared y tomó la escopeta, me apuntó al corazón. ―¿Quién te envió? ―Nadie, por favor... por favor. ―¡Contesta! ―Por favor. ―Yo lloraba sin control. ―¡Dime lo que quiero saber! ―Por favor… ―Yo no sabía qué decir, si ya le había dicho la verdad y él no me había creído. Me miró con sus ojos llenos de rabia y desdén. Me apuntó con el arma justo en la frente. ―No ―rogué. ―¡Morirás! Desperté con mi grito. Como siempre, estaba empapada en llanto y sudor. Benjamín Roldán me apuntaba con un arma. Debo confesarlo: tenía miedo, más que eso, estaba aterrada. Miré la hora: seis de la mañana. Ya no volvería a dormir, me levanté y aproveché el tiempo para arreglar mi departamento y cocinar algo antes de irme a trabajar. Llegué cinco minutos antes de mi hora de entrada, Benjamín ya estaba en la oficina, según me dijo Marcela cuando llegué. Entré; cohibida y temerosa. La conversación del sábado y la imagen de la escopeta en mi cabeza me hacían sentir aterrada. Aunque, si lo pensaba bien, Benjamín no sería capaz de apuntarme con un arma, ¿o sí? ―Buenos días ―me saludó con frialdad, mirando su reloj de oro―, eres puntual. ―Así es ―contesté más seca de lo que pretendía. Estaba a la defensiva. Él hizo un gesto de desagrado, era obvio que no le gustaba verme allí. De todos modos, se acercó y, después de mirarme brevemente con ironía, se fue al escritorio que, bien había supuesto, era el mío. Lo encendió, ingresó la clave y me hizo sentar. ―Tienes que coordinar dos reuniones, una con los accionistas y otra con el equipo de Miguel Reyes y los gerentes de la cuenta "Mares", necesitamos ver cómo anda eso. También debes revisar mi agenda para que no se nos pase por alto ninguna reunión con nuestros clientes, necesitamos ver las presentaciones y nuevos logos o spots. Además, en esta bandeja… ―Me mostró la bandeja doble de mi escritorio―. Te dejé unas cartas que necesito para mediodía, con las copias que allí especifico. ―Está bien. Tomó el ratón, casi me rozaba y a mí se me erizaba la piel, entró a su correo y al intranet. ―Tendrás acceso a mi correo, serás tú, prácticamente, la que lo maneje, debes hacer uno para ti, te podrás comunicar con los demás departamentos, no chatees mucho con Verónica o Marcela, las necesito trabajando. ―No lo haré ―contesté molesta, más por la cercanía con él que por su ironía. ¿Tenía que oler tan bien? ―Ve, busca en todas las carpetas, en los archivos, para que te familiarices con ellos, ordénalos a tu gusto y facilidad, siempre que no se te pierdan y los puedas encontrar después. Haz tu trabajo bien, para eso pago bastante, ¿o no? ―No se preocupe, eso lo tengo muy claro. Solo era una empleada, casi una esclava de él, como en mis sueños. ―Alguna duda ―habló cortante. ―Por el momento, no ―contesté de la misma forma. ―Cualquier cosa le puedes preguntar a Verónica o a Marcela, ellas me han ayudado en estos meses y conocen su trabajo. Yo voy a salir, vuelvo a eso de las doce. ―Está bien. Tomó su abrigo, su maletín y cuando iba saliendo se volvió hacia mí y sacó un papel de su pantalón. ―Aquí están las claves, puedes cambiarlas, si quieres. Yo las tomé sin decir nada. Abrió la puerta y, justo antes de salir, me miró. ―Hoy sí te salude. ―Sus ojos brillaron con la burla―. Hasta pronto, Señorita Vargas. ―Hasta pronto, señor ―contesté. ¿Siempre se iba a burlar de mí por eso? Lo primero que hice fue transcribir las cartas que me había dejado. Tenía una letra preciosa, debió hacer mucha caligrafía de niño, ¿cómo era posible que un hombre con ese tipo de letra fuera tan retorcido? Suspiré. En realidad, ¿era retorcido o yo tenía una idea errónea de él? Si no fuera por mis sueños… Coordiné las reuniones y luego me puse a revisar su correo, reuniones, almuerzos, órdenes de compra, de pagos, proyectos, prospectos de venta, era un hombre que tenía mucha responsabilidad en sus hombros. Me creé mi propio correo y lo envié a los diferentes departamentos. La primera que me contactó fue Verónica, para preguntarme qué tal mi día, le expliqué a grandes rasgos que sin problemas, porque Benjamín Roldán no estaba en la oficina. Luego vi las carpetas de publicidad, no todas, porque eran demasiadas; las abrí en orden cronológico, todas eran de cuentas de clientes que dejaban a cargo de la Agencia Roldán el marketing y publicidad de sus propias empresas. Tenían, a su cargo, grandes empresas, muy reconocidas, cuentas que, obviamente, no podían darse el lujo de perder. Al abrir una de las carpetas, me di cuenta de que no solo se dedicaba a la publicidad y al marketing, sino, también, a la bolsa, consultoría, bienes raíces, renta cars y formación ocupacional. Además tenía muchos terrenos en el sur del país, como reserva nacional. El edificio completo pertenecía a Benjamín Roldán, también el mío, en el que yo vivía, y varios otros. En realidad, era un hombre multifacético dedicado, al parecer, solo a amasar más y más fortuna. ―¿Tienes listas las cartas que te pedí? ―preguntó Benjamín al entrar a la oficina, pasadas las doce y media. ―Sí, señor, aquí están. ―Se las extendí y él las recibió presuroso. ―¿Sin faltas de ortografía? ―Por supuesto, señor ―contesté molesta. Él me miró, al parecer no le gustaba que le hablaran de mal modo, aunque él sí se sentía con el derecho a hacerlo. ―Bien. ¿Y las reuniones? ―Fijadas para el viernes en la tarde: a las dos con los gerentes de "Mares" y a las cinco con los accionistas. ¿Está bien? ―Sí, me parece. ¿Revisaste mi agenda? ―Claro, señor, todo en orden. Ahora debe ir a almorzar ―contesté irónica, no lo pretendía, me salía sin pensar. ―No se me puede olvidar ―contestó con la misma ironía, aunque a él le salía mucho mejor. Me levanté, guardé unas carpetas en uno de los Kardex que había sacado para revisar. ―Tú también debes ir a almorzar. ―Me quedan quince minutos todavía ―repliqué sin mirarlo. ―Hay un casino en el primer piso, dile a Verónica que te entregue los vales. ―No, gracias, iré a mi casa, me queda cerca de acá. ―No hay veneno en el menú ―dijo cortante. ―¿Cómo puedo estar segura? ―Me volví y lo miré. Craso error. Me miraba con ojos de furia, como en mis pesadillas―. Tal vez usted dé la orden... Dio un paso amenazante hacia mí, con tacos yo le llegaba hasta el hombro. ―Tienes razón, no se me había ocurrido; en vez de pegarte un tiro…, así lo haría parecer un accidente y no me culparían de tu muerte. Creo que me puse blanca, ¿sería capaz de dispararme? Me sentí desfallecer, él me tomó de un brazo suave, pero con firmeza. ―Lo siento ―dijo sin rencor―, olvidé que no tienes sentido del humor conmigo. Me zafé y me senté en el escritorio, mirando la pantalla, aunque, en realidad, no veía nada. Solo el arma en mi pecho y en mi frente. ―Como quieras, de todos modos la oferta está hecha, si algún día no quieres cocinar… ―Tengo tres nanas a mi servicio, más de alguna puede cocinar, ¿no? ―contesté sin pensar. ―Que conste, Señorita Vargas, que hago el intento de llevarme bien con usted. ―Ya le dije, Señor Roldán, que no necesitamos llevarnos bien. Usted es mi jefe y yo su empleada, no necesitamos ser amigos. ―Tiene razón. De todas maneras, yo jamás sería tu amigo. ―Le creo. Respiró hondo. ―A las dos de vuelta aquí ―ordenó. ―Por eso quiere que vaya a su casino, así me tendrá controlada, ¿no? ―¿Sabes qué? Pondré un reloj marcador, así sabré, exactamente, a qué hora entras y a qué hora te vas de esta oficina. Yo lo miré, hablaba en serio, lo había hecho enojar. Allí nadie marcaba reloj, a la entrada del edificio estaba el Libro de Asistencia. ―No tengo problema ―repliqué furiosa. ―Bien, porque de ahora en adelante, solo seremos empleada y patrón. ―¿Patrón? ―pregunté poniendo todo el sarcasmo que pude, ¿actuaría como el ser infernal que aparecería en mis sueños? ―Sí ―contestó con su intensa mirada en la que la rabia le salía por los poros―, como un patrón de fundo seré para usted, Señorita Vargas, de ahora en adelante. ―Sin derecho de pernada ―repliqué. ―No me acuesto con cualquiera, no se preocupe por eso, Señorita Vargas. ―Salió apresurado de la oficina. Escondí mi cara entre mis manos. ¡Mediodía! Ni siquiera mediodía juntos. ¡No! Ahora entendía por qué nadie quería trabajar con él, aunque no estaba segura si era él, yo o el Benjamín de mis sueños el problema.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR