Verónica entró a la oficina y se sentó frente a mí. ―Ya, cuéntame, ¿qué pasó ahora? ―me pidió. ―¿Por qué? ―¡Vamos! Llegó de un humor que no habíamos visto hace mucho, habló contigo y ahora anda retando a todo el mundo afuera. ―No sé. ―¿Pelearon? ―Algo así. ―¿Por qué? ―Por el contrato. ―No me digas que no te gusta el sueldo, porque ganas el doble de lo que yo. ―No, por supuesto que no, pero eso del horario... ―dije bajando la voz―. Ayer puso un reloj control aquí solo para mí y ahora ¿no me va a controlar de nada? ―Fue mi culpa, lo asumo ―dijo con un gesto. ―¿Tu culpa?, ¿por qué? ―Porque llamé a Adolfo contándole lo del reloj, y hablamos con él, le dijimos que eso era humillante, que no porque tú necesitaras el empleo te podía tratar así, que eras honesta; le conté lo del d

