Capítulo 8 Entretanto, Heyst y Lena se acercaban a buen paso a la cabaña de Wang. Después de pedir a la muchacha que esperara, el hombre subió por la pequeña escalera de bambú que daba acceso a la puerta. Era tal y como había supuesto. El humeante interior estaba vacío, excepción hecha de un arcón de sándalo demasiado pesado para sacarlo con premuras. Tenía la tapa levantada, pero lo que quiera que hubiese contenido ya no estaba en su interior. No quedaba ninguna de las pertenencias de Wang. Sin demorarse más en el chamizo, Heyst volvió junto a la muchacha, que no le hizo pregunta alguna, envuelta en un aire misterioso de conocer y comprenderlo todo. —Sigamos —dijo. Iba delante, seguido del frufrú de la falda blanca a través de las sombras del bosque, por el sendero del paseo habitual.

