Capítulo 1

2830 Parole
Capítulo Uno Meto un dedo en el ano de silicona de Bill. —¿Qué demonios haces? —exclama Fabio, susurrando horrorizado—. ¡Se lo estás clavando! Tienes que ser más delicada. Cariñosa. Con un gruñido de frustración, aparto la mano de golpe. El ano de Bill emite un ávido sonido de succión. —¿Lo ves? —le digo—. Echa de menos mi dedo. No puede ser que la cosa haya sido tan mala. —Oye, Blue. —Fabio me mira, entornando sus ojos ambarinos—. ¿Quieres mi ayuda o no? —Vale. —Me lubrico el dedo y examino mi objetivo una vez más. Bill es un torso de silicona sin cabeza, con abdominales, un trasero y un pene (¿o sería mejor llamar a eso un consolador?) enhiesto, al menos normalmente. Ahora mismo, la pobre cosa está aplastada entre el estómago de Bill y mi sofá. —¿Qué tal si finges que es tu coño? —La nariz de Fabio se arruga con un gesto de asco—. Estoy seguro que eso no lo atacas como si fuera un botón de ascensor. —Cuando me masturbo, normalmente me acaricio el clítoris —murmuro mientras me pongo más lubricante en el dedo—. O uso un vibrador. Fabio simula una sonora arcada. —No me pagas lo suficiente como para tenerme que escuchar ese tipo de mierdas. Yo suspiro y describo unos cuantos círculos seductores con el dedo alrededor de la apertura de Bill, y luego introduzco lentamente solo la punta del índice. Fabio asiente, así que yo meto el dedo más adentro, hasta la primera falange. —Mucho mejor —dice—. Ahora intenta señalar apuntando entre su ombligo y su polla. Yo me encojo. Odio la palabra «polla» y cualquier cosa relacionada con las aves. Aun así, hago lo que me dice. Fabio menea la cabeza con gesto dramático. —No dobles el dedo. No le estás pidiendo a nadie que venga. Saco el dedo y vuelvo a empezar. Esta vez lo meto derecho. —¡Vaya! —exclamo, después de llegar a la segunda falange—. Por ahí hay algo. Al tacto me parece como una nuez. Fabio resopla. —Es una nuez, tontita. La he puesto yo ahí dentro por motivos educativos. La próstata, o el punto P, está más o menos por donde andas tú ahora, pero la de verdad tiene un tacto más blando y suave. Ahora que has llegado hasta ella, masajéala suavemente. Mientras yo le doy placer a la nuez de Bill, Fabio hace que el maniquí tiemble para simular cómo actuaría un hombre real. Luego empieza a ponerle también voz a Bill, utilizando todas sus habilidades interpretativas de estrella del porno. «Bill» gime y gruñe hasta que tiene, en palabras de Fabio «el P-orgasmo que los gobierne a todos». Yo vuelvo a sacar el dedo. Tengo sentimientos encontrados acerca de mi logro. Fabio me coge por la barbilla y me levanta la cabeza. —Enséñame la lengua. Sintiéndome como una niña de cinco años, saco la lengua del todo. Él niega con la cabeza con aire desaprobación. —No es lo bastante larga. Yo vuelvo a metérmela en la boca. —¿No es lo bastante larga para qué? —Para alcanzar la nuez, obviamente —Y suelta un suspiro exagerado—. Supongo que no me quedará otra que trabajar con lo que tengo. Aj. ¿Puedo abofetearle? —¿Qué tal si trabajamos en su palito? El suspira de nuevo y le da la vuelta a Bill. —¿Te has tomado esas pastillas para la garganta que te he dicho? No es la primera vez que me surgen dudas acerca de mi instructor. La meta de este entrenamiento es sencilla: Quiero ser una espía, lo que implica adquirir habilidades de seductora/mujer fatal. Visualizad el personaje de Keri Russell en la serie The Americans. Según la trama de fondo, ella fue a una espeluznante escuela de espías en la que se daban clases de seducción. De hecho, esas escuelas aparecen mucho en películas de espías rusos... la última salió en Anna. Por desgracia, esas escuelas son más difíciles de encontrar en la vida real. Así que pensé en sustituir eso por contratar a una profesional, pero la prostituta a la que pedí ayuda se negó. Lo mismo que todas las estrellas porno femeninas con las que contacté por las r************* . Como último recurso, se lo pedí a Fabio, un amigo de la infancia que ahora trabaja como estrella del porno para hombres. Como está en el porno gay, asegura que es capaz de dar placer a un hombre mejor que cualquier mujer. —Sí, las he estado chupando —le confirmo—. Tengo la garganta adormecida y casi no siento la lengua. —Genial. Ahora métete toda esa v***a hasta la garganta. —Fabio señala a Bill. Yo calculo con los ojos la longitud de lo de Bill con aprensión. —¿Estás seguro de esto? ¿No harían las pastillas que el pene también se quedase entumecido? Si Bill fuese real, claro está. Él arquea una ceja. —¿Bill? Me encojo de hombros. —Pensé que si iba a tener relaciones con él, no debería ser alguien sin nombre. Fabio me da unas palmaditas en el hombro. —Las pastillas son solo para que tengas más confianza. Una vez veas que esto te cabe, estarás más relajada cuando te veas en la situación real, y no necesitarás nada que te adormezca la zona. No te preocupes. Te enseñaré a respirar bien y todo eso. En un abrir y cerrar de ojos, serás toda una profesional. —Vale —me quito mi peluca sexy y la dejo en el sofá. Antes de que Fabio me diga nada, le aseguro que me la dejaré puesta durante un encuentro real. Así, más cómoda, me inclino y me meto a Bill en la boca todo lo adentro que puedo. Mis labios tocan la base de silicona. ¡Guau! Esto es más profundo de lo que había sido capaz de tragar con ninguno de mis ex... y ellos no la tenían tan grande. Tengo el reflejo nauseoso muy sensible. En condiciones normales, hasta limpiarme la lengua con un cepillo de dientes me causa problemas. Pero gracias al entumecimiento, el consolador de silicona ha entrado hasta el fondo. Esto es interesante. ¿Me ayudarán también estas pastillitas a soportar las torturas con agua? Si voy a convertirme en espía, tengo que aprender a soportar las torturas por si acaso me capturan. Por supuesto, las torturas con agua no son mi mayor preocupación. Si el enemigo tiene acceso a un pato... o en realidad, a cualquier pájaro, soltaré todos los secretos de estado del mundo para que mantenga a esa emplumada monstruosidad alejada de mí. Sí, vale. Tal vez la CIA tuviese una buena razón para rechazar mi candidatura. Por otra parte, en Homeland, otra de mis series favoritas, dejaron que Claire Danes se quedase en la CIA con todos sus problemas. Lo que me recuerda que tengo que practicar para hacer que me tiemble la barbilla cuando yo quiera. Fabio me da unos golpecitos en el hombro. —Suficiente. Yo me aparto y me trago el exceso de saliva. —No ha estado tan mal. ¿Lo vuelvo a hacer? Él niega con la cabeza. —Creo que necesitas un estímulo para mejorar tu motivación. Sé de lo que habla, así que saco el teléfono. —Eso es. —Se frota las manos como los villanos de las películas antiguas de James Bond—. Vuelve a enseñarme la foto. Abro la imagen con el nombre en clave Calentorro McEspía. Un agente encubierto del FBI sacó esta foto porque andaba tras uno de los hombres que aparecen en ella, pero no de mi objetivo. No. Todo el mundo piensa que Calentorro McEspía es solo un tío cualquiera... pero yo creo que es un agente ruso. Fabio suelta un silbido. —Cuanta carne de hombre de primera. Es verdad. En la foto, un grupo de hombres de aspecto extremadamente delicioso se sientan en torno a una mesa dentro de un banya de estilo ruso: un híbrido entre una sala de vapor y una sauna; solo llevan puestas unas toallas, y en el caso de Calentorro McEspía, un par de gafas de sol no reflectantes estilo aviador que deben de tener algún recubrimiento antiniebla. Con el sudor que perla sus músculos relucientes, todos parecen como salidos de un sueño húmedo que se hubiese hecho realidad. —Están jugando al póquer —digo—. Por eso yo he estado tomando lecciones de póquer. —Sí, ya me imaginaba algo así , ya que la foto se llama Hot Poker Club —Fabio pronuncia emocionado las últimas tres palabras—. ¿Te das cuenta de que eso suena como el título de una de mis películas? Me encojo de hombros. —Uno de los agentes del FBI le puso el nombre, no yo. Iban tras otro tío que estaba en esa habitación y yo les estaba ayudando como parte de la colaboración entre agencias. Fabio usa el dedo para agrandar con el zoom a Calentorro McEspía. —¿Y este es el que te interesa? Yo asiento y me empapo de la imagen una vez más. Calentorro McEspía es el que tiene los músculos más duros y la mandíbula más fuerte de todo ese grupo de tíos impresionantes. Sus rasgos masculinos bien cincelados son vagamente eslavos, un hecho que me hizo sospechar de él desde el principio. Tiene el pelo rubio oscuro, sano como el de un anuncio de champú. Ni siquiera mis pelucas tienen un aspecto tan bonito. Si al final me enterase de que este hombre era el resultado de unos genetistas rusos que intentaban crear el perfecto espécimen masculino/súper soldado/agente de campo, no me sorprendería en absoluto. Tampoco me chocaría averiguar que él fue la inspiración para el equivalente ruso del muñeco Ken (¿Iván A. Macizo?). Aunque yo no creyera que él sea un espía, me infiltraría igual en esa partida de póquer solo para poder arrancarle esas estúpidas gafas y verle los ojos. Aunque me los imagino... —Estás babeando —me interrumpe Fabio—. Aunque no es que pueda culparte. Casi me atraganto con mi traidora saliva. —No, no lo estoy. —Sí, claro. Para ser honestos, ¿vas tras él porque podría ser un espía o porque quieres casarte con él? —La primera opción. —Escondo el móvil—. Espía o no espía, el matrimonio es algo que queda fuera de toda discusión para mí. Mi actitud actual hacia las citas comparte su acrónimo con el nombre de la agencia para la que trabajo, la Agencia de Seguridad Nacional, en cuanto a lo de las parejas, ASN o Agente Sin Novios. De todos modos, no es eso de lo que va todo esto. Si yo consigo descubrir la tapadera de un espía por mi cuenta, a la CIA no le quedará más remedio que admitirlo y repensarse su rechazo a mi candidatura. Y aun en caso de que no me aceptasen, habría hecho de América un lugar más seguro. Los espías rusos siguen siendo una de las mayores amenazas para nuestra seguridad nacional. —Claro, claro —dice Fabio —. Y que esté así de bueno no tiene nada que ver con que tú, específicamente, te hayas centrado en él. Yo frunzo el ceño. —Que esté así de bueno hace que sea el agente perfecto. Piensa en James Bond. Piensa en Tom Cruise en Misión Imposible. Piensa en... Fabio levanta las manos en el aire como si yo hubiese amenazado con dispararle. —La dama protesta demasiado, ¿no mi lady? Yo señalo hacia el falo de silicona. —¿Lo vuelvo a hacer? Creo que se me está pasando el entumecimiento. Por alguna razón desconocida, me siento súper motivada a hacerle de garganta profunda a alguien. Fabio saca su móvil. —Claro. Tú sigue trabajando en ello, pero yo me tengo que marchar corriendo. Mi cita de Grindr me espera. Me enseña una foto de un pene. —Tío —le digo—. ¿Es que no tienes bastante acción en el trabajo? Fabio da un golpecito juguetón a la erección de Bill y esta se menea de lado a lado igual que un péndulo guarro. —Por eso doy gracias al cielo porque me atraigan los hombres. Su impulso s****l es mucho más potente. —Eso es sexista. Solo porque las mujeres no se tiren a todo lo que se menea, no quiere decir que nuestros impulsos sexuales sean más débiles... Él vuelve a darle un golpecito a la masculinidad (¿o será maniquinidad?) de Bill. —Si no andas siempre con la polla y el culo doloridos, es que hay algo que falla con tu impulso s****l. Y punto. Yo vuelvo a encogerme. ¿Qué tendrán que ver las hembras de pollo, con sus picos y sus garras afiladas, con los p***s? ¿Por qué no llamar al órgano masculino pitón, bratwurst o micrófono? Cualquiera de esos nombres sería más apropiado. Fabio sonríe y vuelve a darle otro golpecito al apéndice en cuestión. —Perdón por haber dicho «polla». Soy tan... Antes de que pueda acabar la frase, un remolino de pelo pasa volando. Un gigantesco felino aterriza sobre la tableta de chocolate de Bill y ataca con sus uñas afiladas como cuchillas al falo en pleno movimiento pendular. Fabio suelta un chillido en falsete y se aparta del escenario del crimen de odio en proceso. El dueño de las garras es mi gato, Machete, y aparentemente, todavía no ha terminado, porque clava sus uñas hasta el fondo en lo que queda de la maniquinidad de Bill. —Eso es simplemente obsceno. —Fabio se ha puesto de pie, con las piernas cruzadas como si tuviese que ir urgentemente al baño—. Tendrías que llevar a tu gato a terapia. Igual que si entendiese lo que mi amigo acaba de decir, Machete le lanza una mirada felina cargada de odio. Como siempre, puedo imaginarme lo que Machete diría en un universo imaginario de pesadilla en el que los gatos supiesen hablar: El macho de silicona no ha podido huir de Machete. Al de carne, más blandito, ya le tocará después. —Ven aquí, bonito —canturreo mientras me agacho para coger al gato. Machete debe de sentirse extremadamente magnánimo hoy porque me deja que lo coja y me permite conservar mis dos ojos. Fabio suelta una risita y yo le miro, intrigada. —Tu gato estaba intentando matar a Bill, como en la peli, Kill Bill. Machete le suelta un bufido a Fabio. Machete no lo encuentra divertido. Uma Thurman tiene un gran registro, pero no sabría interpretar a Machete. Sonrío. —Debe de haberte oído llamar a eso una polla. —Hago un gesto hacia el desastre del órgano de Bill—. Mi cielito me protege de los pájaros —Acaricio la piel sedosa de Machete y él me recompensa con un ronroneo grave—. La primera vez que lo traje a casa, él asesinó para mí lo que resultó ser una almohada de plumas de ganso. Fabio mira hacia la puerta. —Yo solo sé que tiene pinta de haber participado en un montón de peleas callejeras antes de que lo adoptases. Y de haber perdido muchas veces. Es verdad. En realidad, Machete tenía incluso peor aspecto cuando lo vi en el refugio. Esa fue también la única vez en que yo recuerde haber apreciado algún tipo de vulnerabilidad en él. No hace falta decir que utilicé mis recursos del trabajo para encontrar a sus anteriores propietarios y poco después, ellos aparecieron misteriosamente en una lista de exclusión aérea... justo antes de unas importantes vacaciones. Dejo de acariciarle un momento y Fabio recibe otro bufido. —Será mejor que me vaya —dice Fabio, echándose hacia atrás. Yo le sigo. Una videollamada aparece en uno de los monitores de mi pared. Sí, tengo varias pantallas en la pared. En mi casa las tengo configuradas de una forma inspirada por todas las películas en las que los espías observan a alguien desde una sala de vigilancia. Fabio se olvida del peligro gatuno para detenerse y mirar la pantalla. Si mi amigo fuese de la especie de Machete, su curiosidad hace tiempo que le habría matado. —Es mi videoconferencia con Gia y Clarice —le explico— Puedes irte. Fabio hace un mohín. —¿Quién es Clarice? —Mi profesora de póquer —le respondo—. Vete. Él parece estar a punto de tener una pataleta. —Pero yo quiero decirle hola a mi Gia... —Vale. —Acepto la llamada y Gia y Clarice aparecen las dos en pantalla.
Lettura gratuita per i nuovi utenti
Scansiona per scaricare l'app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Scrittore
  • chap_listIndice
  • likeAGGIUNGI