Capítulo Dos
La mujer de tez pálida que se parece a Morticia Addams es mi hermana Gia, una de las dos hermanas que tengo que no forman parte de mi camada de sextillizas idénticas.
Así es: tengo cinco hermanas que comparten el cien por cien de mi ADN. Hay otra hermana con la que Gia también comparte el cien por cien de su ADN: su gemela, Holly.
Yo estoy algo celosa de las gemelas. Para empezar, tienen menos clones idénticos de ellas mismas. Además, les pusieron los nombres de nuestras abuelas, mientras que a mi camada le cayeron los nombres rollo hippy que se les debieron de ocurrir a nuestros padres durante un viaje de LSD particularmente largo.
Tomemos mi nombre, por ejemplo: Blue Hyman. En inglés es casi igual que decir «himen azul». Suena como lo que habría que romper para desflorar a uno de esos alienígenas de Avatar. Por otra parte, ¿no tenían ellos sexo telepático a través de esas inquietantes colas de caballo suyas? Eran las mismas que usaban con los animales, por cierto. Oh, y también mi nombre es un asco en particular en mi línea de trabajo. Después de que yo les hiciera una cosita a unos cuantos ordenadores, los detalles de la cual están clasificados, mis colegas empezaron a llamarme PAM o Pantallazo Azul de la Muerte, que viene del inglés BSoD, el pantallazo azul de error que aparece cuando un sistema operativo no es capaz de recuperarse tras un fallo catastrófico de sistema.
Gia carraspea y sus ojos bailan entre Fabio y el pene herido de Bill. Su rostro se retuerce formando una de sus típicas sonrisas maléficas.
—¡Qué pervertido!
Fabio pone los ojos en blanco.
—Tú tan bruta como siempre.
Clarice se recoloca su sombrero pirata.
—¿Es ese tu amorcito?
«¡No!» exclamamos Fabio y yo al unísono, a la vez que Gia dice «¡Sí!».
Bueno, da igual. No es ningún insulto que alguien asuma que yo esté con Fabio. Es un tío guaperas, igual que el modelo italiano que ponía tanto a su madre como para bautizar a su propio hijo con su nombre. El torso desnudo de este Fabio no parecería desentonar en una novela romántica de principios de los noventa, tampoco.
—Vale —dice Gia—. Tal vez no sea ningún novio, pero Blue le hizo una mamada hace tiempo.
—Yo no le hice ninguna mamada —la contradigo—. Jugamos a enséñame lo tuyo y yo te enseño lo mío. Una vez.
—Sí. Y con eso tuve bastante. —Fabio hace una mueca y me tengo que resistir a lanzarle a Machete a la cara.
—Oh, sí —dice Gia—. ¿No fue entonces cuando Fabio se dio cuenta de que era una suerte ser gay?
La miro con los ojos entornados.
—¿No decías tú que te acostaste con él cuando ibas al instituto?
Una expresión poco habitual aparece en el rostro de Gia: la culpa.
—Era broma —mira a Fabio con intención—. Una broma privada.
No se trató de ninguna broma, y todos lo sabemos. Por algún motivo, Gia se esforzó mucho porque todos pensaran que era la más putona de las ocho.
—Chicas —interviene Clarice—. Ese hombre no era el amorcito al que yo me estaba refiriendo —Señala a Machete—. Sino ese otro.
—¡Ah! —Yo rasco a Machete por debajo de la barbilla y él cierra los ojos de gusto—. Este sí que es mi amorcito.
—¿Cómo se llama? —Clarice coge a un monísimo gato persa y lo sostiene delante de la cámara—. Este es Hannibal, por cierto. Mi amorcito.
¿Clarice tiene un gato llamado Hannibal?
Como no.
Cuando Machete abre los ojos y ve a Hannibal, le bufa con furia.
A Machete no le gustan las estúpidas y mimadas bolas de pelo que se hacen pasar por gatos. Y además, ¿no es esa exactamente la cara que aparece en las latas de comida de gatos pija? Hace que Machete se pregunte si toda su r**a es una panda de caníbales.
Hay que decir a favor de Hannibal que parece no inmutarse. O sabe que el gato que tiene delante no es capaz de atravesar la pantalla para alcanzarle, o es tan valiente como Machete.
—Bueno, Clarice —dice Fabio—. ¿A qué viene el modelito pirata? ¿Es una cosa de ilusionistas, como lo de la pinta de vampira de Gia?
En realidad, así es. Mi hermana y Clarice son magas, y se visten de esa manera para mantener su personaje escénico. Aunque no tengo ni idea de cómo se relaciona lo que lleva Clarice con su especialidad: los naipes. ¿Tal vez sea por el póquer? Los piratas jugaban al póquer, y Clarice sabe un montón sobre ese juego, que es la razón de que sea mi profesora.
Antes de que nadie pueda responder, llega el turno de Hannibal de ponerse a bufarle a Fabio. Y, aunque puede que sea cosa de mi imaginación, yo distingo varias palabras en ese bufido: Vuelve a llamar pirata a mi esbirra otra vez y me comeré tu hígado con unas habitas y un buen Chianti.
Machete confunde el destinatario del bufido y redobla su nivel de hostilidad. Yo me pregunto, no por primera vez, si podría entrenarle para ser mi compañero espía. Podría resultar intimidante en ciertas situaciones e infiltrarse en lugares de difícil acceso en otras.
—En realidad debería ir yéndome —dice Fabio, mirando por turnos a los dos gatos furiosos—. Llego tarde a mi cita.
—Te acompaño a la puerta —digo yo con una sonrisa maléfica. No se librará de Machete tan fácilmente.
—No hace falta —protesta él, pero Machete y yo le seguimos de todas formas. En cuanto se va, yo cierro con llave la puerta del apartamento y dejo a Machete en la cocina para que coma.
Cuando vuelvo al cuarto de estar, el gato de Clarice tampoco está ya a la vista de la cámara. Tal vez haya salido de caza, buscando a otro felino a quien canibalizar.
—Qué lástima que sea gay —dice Clarice—. Yo también le enseñaría lo mío si él me enseñase lo suyo.
Pues sí, es una lástima. Fabio está bueno y sería bastante follable si no fuera porque los dos nos sentimos atraídos por los de su mismo sexo. Bueno, más o menos. A diferencia de Fabio, que es totalmente del equipo Cromosoma Y, yo también me acostaría con Claire Danes, Keri Russell, y unas cuantas actrices más que han interpretado personajes de espías a los que admiro.
En cualquier caso, Fabio es un amigo que compartimos entre todas las sextillizas porque todas en bloque fuimos su novia de pega en el instituto. Hasta el día de hoy, creo que él nos ve como a una sola persona con trastorno de personalidad múltiple.
—Apuesto a que Fabio es popular en el género porno en el que un tío gay seduce a un «hetero» —comenta Gia.
Mis cejas se elevan.
—¿Tú ves porno gay?
Gia se encoge de hombros.
—Veo todo tipo de porno. ¿Tú tienes manías con respecto al tuyo?
Yo solo meneo la cabeza. Bromas estúpidas aparte, Gia es la hermana que me entiende mejor de todas, a pesar de no formar parte de mi camada. Las dos adoramos los trucos y engaños. El arte de la magia y el del espionaje tienen eso en común. Además, y esto es algo muy grande, hemos quedados unidas para siempre por el mismo acontecimiento dramático, nombre en clave: La Masacre de los Carboneros Zombi.
Veréis, nuestros padres viven en una granja donde rescatan a toda clase de animales... y yo estoy totalmente a favor de eso, excepto por aquella vez en la que adoptaron a un pájaro llamado Carbonero común, también conocido como Carbonero Zombi. El motivo de ese sobrenombre es tan estremecedor como todo lo que pertenece al mundo de las aves en general. Esos monstruos están sedientos de cerebros de murciélagos y ocasionalmente, de otros pájaros... incluidas las gallinas, que es de lo que yo fui testigo aquel aciago día.
El latido de mi corazón se acelera al revivirlo.
El picoteo.
El gore.
Los cerebros esparcidos por todas partes.
El maldito Carbonero zombi con el pico ensangrentado y los ojos sedientos de más cerebros, mirándome.
Los pájaros de Hitchcock no eran nada comparados con ese terrorífico espectáculo.
Desde aquel día, los pájaros me dan pánico y los evito meticulosamente en todas sus formas, incluyendo cocinados.
Bueno, al menos no me matará la peste aviar.
Lo que no entiendo es porque yo soy la única que hace esto. Los pájaros son como los dinosaurios. Todo el mundo ha visto Parque Jurásico. ¿Daban miedo los velociraptores que salían allí? Sí. ¿Habrían dado más miedo aún si los creadores de la película no hubiesen tenido el alma caritativa y los hubiesen mostrado como eran de verdad, con plumas y todo? Por supuesto que lo habrían dado.
Sí, eso es cierto. En la vida real, los velociraptores tenían plumas y eran del tamaño de un pavo grande.
Puro combustible para alimentar las pesadillas.
—Venga, hermanita, solo bromeaba —dice Gia, claramente sin entender del todo por qué mi cara se ha vuelto tan pálida como la suya—. ¿Qué tal si vamos a lo que íbamos?
—Vale. —Me sacudo de encima los horribles recuerdos—. Vamos. La partida tendrá lugar esta noche.
—¡Por la glándula adrenal de Houdini! —exclama Gia—. ¿Estás lista?
Doblo un dedo.
—He repasado todo lo que Clarice me ha enseñado. —Doblo otro dedo—. He vuelto a ver Casino Royale. —Doblo otro dedo más—. He visto Rounders por primera vez, y como me dijo Clarice, John Malkovich estaba tremendo como Teddi KGB, y Ed Norton y Matt Damon de jóvenes, deliciosos.
—Asumo que eso es un sí, entonces —dice Gia.
Yo asiento.
—Ahora solo quiero tu opinión sobre qué tal hago los pases mágicos que me has enseñado, y escuchar algún consejo de última hora sobre póquer de Clarice.
Gia se acerca la cámara.
—Haz los pases.
Agarro la peluca que he diseñado para infiltrarme y me la pongo encima de mi cabeza rapada al uno. Luego, cojo una ficha de póquer con mi número de teléfono grabado y me la meto debajo de la peluca, cerca de mi oreja izquierda. Por fin, cojo el aparato de microcámara/GPS y lo escondo detrás de la oreja derecha.
—Allá voy —deslizo los dedos bajo la peluca y saco la ficha, sujetándola de la forma en que Gia me ha enseñado. Al parecer, este es un movimiento clásico que se enseña en cualquier libro de magia con monedas para principiantes. El objetivo final es que la moneda/ficha de póquer no sea visible en mi mano.
—Y ahora, lo de la cámara. —Saco el dispositivo y lo sujeto con un agarre más avanzado, de nuevo sacado de los libros de magia con monedas. Luego hago una foto de la habitación, igual que haré en la partida, y pego disimuladamente el aparato a la pared usando cera pegajosa para magos.
—Un trabajo estupendo —dice Gia—. Es obvio que has estado practicando.
—¿Cuál es exactamente el plan? —pregunta Clarice.
—Le paso la ficha al objetivo y espero que me llame —respondo—. También voy a sacar algunas fotos con esto. —Despego el chisme de la pared.
—Qué poco detectable —dice Clarice, examinando con admiración el dispositivo—. Pero ¿y si te escanean buscando aparatos electrónicos antes de la partida?
Yo me quito la peluca y les muestro la red del interior.
—Esto lleva cosido una jaula de Faraday —cuando Clarice me mira con aspecto de no entender, añado—: No deja que las señales electromagnéticas entren ni salgan.
Gia suelta una risita.
—Igual que esos gorros de papel de aluminio que evitan que los alienígenas escuchen lo que piensas.
Yo vuelvo a ponerme la peluca.
—El papel de aluminio no serviría para hacer una buena jaula de Faraday y tú lo sabes.
—Niñas... —interviene Clarice—. Es mi turno de dar consejos.
Las dos la miramos expectantes.
—No hables de estrategias de póquer en la mesa —dice ella—. Es posible que te hayas habituado a hacerlo conmigo, pero puede volverse contra ti y morderte en el culo durante una partida real.
—No lo haré —le digo—. ¿Qué más?
—Presta atención a las señales de renuncia.
—¿Qué es eso? —pregunta Gia.
—Es cuando alguien dice algo como: «Estoy harto de que me ganéis todo el rato. Voy con todo así terminamos».
Yo me sonrojo. Ese ejemplo es de una partida que jugamos hace unas semanas.
—¿Qué haces si alguien dice eso? —pregunta Gia.
Clarice parece muy ufana.
—Obviamente, asumes que es un farol y que el auténtico motivo de que vayan con todo es que tienen una buena mano.
—Me aseguraré de no hacer nada por el estilo —le digo—. Y estaré atenta a cuando los demás lo hagan.
Clarice me da algunos consejos más y yo la escucho agradecida. Al final, concluye:
—Vale, estás todo lo preparada que puedes estar.
—Gracias —le digo.
—¿Qué más da que ganes o pierdas? —pregunta Gia—. Pensaba que la idea era solo estar en la misma habitación que el objetivo.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Quieres decir aparte de no quedar como una idiota?
Ella asiente.
Yo suspiro.
—Para entrar en esta partida hay que poner medio millón de dólares. Me gustaría conservar ese dinero.
Los dos pares de ojos de la pantalla se agrandan hasta alcanzar proporciones cómicas. Supongo que se me había olvidado mencionar ese pequeño detalle. ¡Ay!
Gia se aclara la garganta.
—¿De dónde has sacado tanta pasta? No sabía que la ASN pagase tan bien.
—No trabajo para la Agencia Sin Nombre —digo en modo automático—. Y no, ellos no pagan tan bien. Solo he vendido parte de mis bitcoins.
Como estudié criptografía en la universidad, tenía sentido invertir en, y ser «minera» de criptomonedas, y mis inversiones han incrementado su valor estupendamente en los últimos años. Para solo haber cumplido los veinticinco, estoy muy bien económicamente. Aun así, me quedaría muy triste si perdiese esa cantidad.
—No había caído en eso —Clarice parece desanimada—. Supongo que es imposible que yo participe jamás en esa partida.
—Te propongo un trato —le digo—. Si doblo mi dinero esta noche, gracias a tus enseñanzas, te respaldaré. La trampa es que entonces tú tendrás que compartir tus ganancias conmigo.
—Hecho —asiente Clarice, con los ojos brillantes—. Voy a ser rica.
—Ajá —dice Gia, ignorándola—. Ahora entiendo por qué has sido tan meticulosa con toda la preparación. Medio puto millón. Ya sabía que tienes ese coche tan chulo, pero no tenía ni idea de que fueses tan rica. Esta es la primera vez que envidio tu aburrida especialización universitaria.
—Tampoco soy tan rica —le digo—. Al menos, normalmente no. La criptomoneda ha estado en racha últimamente, así que primero me compré el coche y ahora esto. Además, aunque nos olvidásemos de la cantidad que hay que adelantar, quedaría muy sospechoso si yo apareciera en esa partida y jugase como el culo. Es obvio que se trata de una panda de ases del póquer, o al menos de gente que cree serlo.
Gia menea sus cejas con gesto lascivo.
—Estoy segura de que no serían tan duros con una mujer. —Al notar mi mirada y la de Clarice, añade rápidamente—: No he querido decir eso en plan sexista. Es una partida llena de tíos buenos en pelotas que al parecer nadan en dinero. Podrían disculpar a una rica dama que quisiera ir allí solo para regalarse la vista... o tal vez para conocer a su futuro marido.
—Eso me recuerda otra cosa —dice Clarice—. ¿Por qué los tíos que juegan en ese club son tan guapos?
Me encojo de hombros.
—Estoy segura de que de vez en cuando se les unen algunos jugadores poco atractivos. Pero apuesto que después de ver a los otros, se les baja la autoestima y probablemente no les apetezca volver. A mí tampoco me gustaría hacer Bikram yoga rodeada de modelos de Victoria's Secret.
—Supongo que eso tiene sentido —dice Clarice—. También me he estado preguntado por qué estás tan segura de que tu objetivo estará allí. No sabes quién es ni a qué se dedica. Puede que solo fuese allí para esa partida.
—Cierto —le digo—. Pero si es un espía, sería lógico que siguiese yendo y alternando con esa gente. La mayoría son ricos y poderosos, lo que les convierte en grandes contactos.
Gia y Clarice asienten con aire sabio.
—Vosotras dos, ya está bien —les digo—. Debería irme.
—Una última pregunta —dice Gia—. ¿Por qué estás haciendo esto?
¿Al final llegaremos a que se pongan en plan Fabio y su «tú deseas a ese tío»?
—Esto es alto secreto —contesto—. Solo revelado a quien sea necesario que lo sepa, y tú no necesitas saberlo.
—Ahora hablando en serio —interviene Clarice—. Yo también quiero saberlo.
Me encojo de hombros.
—Supongo que quiero demostrarle a la CIA que se equivocaron al rechazarme.
—¿Por qué diantres querrías tú trabajar para ellos? —pregunta Clarice—. Tienen mala reputación. El FBI sería mejor elección.
—Los agentes del FBI no son espías —le respondo—. Hacen trabajos de infiltrados, pero eso no es lo mismo.
—La ASN espía —aporta Gia—. Y también tienen una reputación bastante mierdosa si eso es lo que te mola.
—Pasarse todo el día sentada delante de un ordenador no es mi idea de espiar —digo—. Quiero trabajo de campo, y esta noche, probaré un poquito de auténtico espionaje.
—Bueno, buena suerte —me desea Gia.
—¡Espera! —exclama Clarice—. No nos has explicado de qué va lo del maniquí bien dotado de tu sofá.
—¡Oh, no! —Hago un ruidito crepitante con un lado de la boca—. Creo que os estoy perdiendo.
Gia suelta una risita.
—Antes de que cuelgues, quería preguntarte: ¿vendrás a ver mi espectáculo de magia?
—Claro. Envíame el sitio y la hora. —Diciendo eso, cuelgo antes de que me puedan retrasar más.
Ha llegado el momento de que me arregle para infiltrarme en el Hot Poker Club.