Santiago y yo queremos un bebé, y Linnie, aparentemente después de tres citas, cree que quiere tener sexo con Lorenzo. No se equivoquen, yo estoy 100% a favor de esa relación, y mi esposo es un abdicarte enorme… o sea, está que le da los besitos que a Linnie le da pena darle al hombre. Es guapo, inteligente, trabajador—de verdad que lo es. Tiene una empresa de exportación e importación de productos para el ensamblaje de material naval y aéreo. Es un tipo brillante, la verdad. A mí me gusta; me encanta cuán feliz se ve Linnie con él.
Pero estoy a punto de decirle que no cuando mi sobrino empieza a jalarle el pelo a mis perras.
—Chiquitino, con amor, sí, con amor. Los perros son nuestros amigos, son amigos —le da un abrazo a Merte, y no estoy segura de si su madre estará feliz con esa relación estrecha, pero de todas formas me río y lo lleno de besos.
Linnie nos da bolsas con leche como si nos estuviera regalando al niño de por vida, junto con indicaciones. Santiago y yo tratamos de absorber todo lo que podemos sobre la paternidad: leche, comida etiquetada y preparada por su mamá, horarios escritos en la taza, y un manual para descongelar leche materna, además de un horario de heces y orina. ¿Quién es esta mujer?
—Bueno, Santiago te cuida mientras yo voy a ayudar a mi hermana —le digo, y él asiente antes de llevar al niño y a los perros al jardín. Escuchamos la risa desde el otro piso. Los dos son unos pollos y parecen felices juntos.
Le aseguro a Linnie que nos lo vamos a pasar genial y que puede irse tranquila a su salida romántica: dos noches y un día y medio sin que nadie se muera.
—¿Dónde está el papá de la criatura?
—Está en Estados Unidos entrenando, por unos días. Vuelve el miércoles. No está feliz con mi relación, pero está respetándome.
—¿Y tú? ¿Estás feliz? —pregunto mientras le peino el cabello con ondas.
—Claro, es un caballero, guapísimo, besa espectacular… y el otro día vino al parque y todo giraba alrededor de mi hijo. Es tan perfecto que me preocupa.
—Aquí entre nos, lo investigué. Sabes que Santiago tiene una empresa que se dedica a eso.
—Sí, ¿y qué? ¿Hace algo mal? ¿Usa drogas en secreto, es adicto a la pornografía, tiene mujeres e hijos escondidos? ¿Le pega a las mujeres?
—Dios mío, no… Su único defecto es que está saliendo con una loca. Pero todo es legítimo: su negocio, su historial… Es un buen hermano. Le donó médula ósea a su sobrino.
—Wow. Eso fue sin anestesia.
—Y desde entonces, si lo llama el banco, va y dona. Es espectacular. Pregunté a mis amigos del banco vecino y me dijeron que es un hombre con principios. Su mujer murió embarazada y él rehabilitó al borracho que lo chocó.
—Ah no, pobre…
Mi hermana y yo nos miramos en silencio un par de segundos antes de llegar a la conclusión de que el sexo debe ser su falencia. Le regalo lencería nueva a mi hermana, le aplico mi crema de sabor corporal, le doy mi kit de sexo y ella me pregunta en qué estamos metidos Santiago y yo.
—¿No se te reseca ahí abajo?
—Sí, pero cuando ya estoy en eso, ya se me humedece.
—A mí también, pero a veces me cuesta. Me gustaría no tener que esperar ni hacer mucho, solo ir a lo que quiero y usar otros orificios… cuando quiero.
—No se te vaya a olvidar el preservativo ni el lubricante. Este es fenomenal. Vienen unas pinzas de pezones adicionales.
—¿Y qué tal si soy pésima en el sexo?
—Dime tres posiciones sexuales que no sean el misionero.
—El misionero… vaquerita invertida, la escalera, y flor de loto.
—Vas a petarlo —respondo—. Y tu ex es bueno en la cama, te tuvo que haber enseñado cosas. Y te voy a decir algo: si eres mala, a los hombres les va más enseñarte o fingir que te llevaron a la luna por primera vez… y enseñarte con su polla.
—Gracias, eres siempre tan reconfortante.
Mi hermana y yo bajamos, y Enzo está jugando con unos carritos nuevos para mi sobrino. Él está feliz examinándolos mientras ruedan por el piso, hace enredos mientras conversa con él en su idioma de bebé. Yo propongo salir a dar una vuelta para que no sea tan severo el berrinche. No sé si mi hermana me dijo que no podía comer dulces ni papitas, pero yo le di unas, y jugamos hasta que el pobre se quedó dormido.
Le pregunté a mi suegra si se podía alimentar a un bebé dormido y me dijo que sí, así que le dimos un chupón e intentamos meterlo en una cunita que compramos para él. Pero estaba muy pegado a mi blusa. Santiago me trajo un pantalón de pijama y puso una película para los dos.
Cuando Linnie regresó de su paseo dos días después, ella había follado maravillosamente… pero nosotros sentíamos que nos estaba robando al hijo.
—¿Qué tal si nos lo dejas un poquito?
—No —responde muy segura.
—Podemos mandarte de spa…
—No, gracias.
—Dame a mi primogénito —dice Linnie.
—Mamá no, ella —le dice Raúl, y me señala. Le doy un beso, y él sonríe.
—¿Sabes quién soy? La tía Rinnie.
—Amo —me dice, y lo lleno de besos.
Mis suegros vienen a comer y traen comida especial para el bebé. Linnie se enoja antes de recordarnos que ella es la mamá de ese niño. Se lo llevan celosa, como siempre. Pero la vida me da otro niño robable, que es Ariel, y este está interesado en andar de brazo en brazo oliendo gente. Es espectacular.
—No me deja dormir —reconoce Gretta—. Es como si descansara todo el día y jodiera toda la noche. Te juro que ayer dijo “quiero parranda” con palabras.
Ramón niega con la cabeza, le da un beso a su mujer en la frente, le toma la mano y señala el sofá. Los dejo acostarse y les llevo una manta, mientras veo a mi papá y a Santiago crear un columpio improvisado para Alba.
Me siento en una nube de la que no quiero despertar. Creo que, aunque lo intentaran, no podrían separarme de este hombre. Es uno de esos amores que sé que no se podrían replicar con nadie más en la vida porque están llenos de primeras veces, de romance, de verdad, fidelidad, respeto, compañía.
Alba sonríe y se sienta en su hamaca, mientras su tío pone en un árbol cercano una llanta para guindarse. Su mamá le regaña por la magnitud de la locura, pero su papá y el mío creen en el proyecto. Domenic es el primero en probarlo. Contra todo pronóstico, sale superbién, y el pequeño va guindado por el aire…
…en una llanta, lo suficientemente divertido como para que Tom pierda la aborrecencia un rato y Galilea se pida un turno. Yo sigo viendo todo como en una película, como si fuese irreal, hasta que sus brazos me envuelven.
—¿Qué opinas de una casa del árbol?
—Será fabuloso. Y un tobogán gigante en el que quepan humanos de tamaño normal.
—Será un parque de diversiones.
—Sí, veo tu visión, guapo. Y acepto cualquier plan contigo.