Viejo a nuevo

1011 Words
Mi abuela nos heredó una casa a cada una. A mi melliza le regaló su casa de infancia: una casa pequeña, humilde, preciosa, pero sin duda el lugar feliz de Linnie. Nunca la veo más cómoda que cuando está metida en esa casa. A Gretta le dejó su casa familiar, esa en la que, con todo esfuerzo y amor, mi abuelo y ella crecieron como familia, criaron a su hijo y nos cuidaron a nosotras. Ese es el verdadero lugar feliz de Gretta, y la creo capaz de asesinar a cualquiera que intente meterse con su casa. A mí, su nieta menos querida, me regaló su casa de descanso, a seis horas de la ciudad, cerquita del mar. Es bastante amplia, fresca y luminosa, un lugar tranquilo, pero alejado de todo. —¿Tú crees que tu abuela te castigó regalándote una casa en la que escuchas el mar, y si sales a menos de cien metros, tocas el agua? —pregunta Santiago mientras termino de preparar un cóctel. Se lo sirvo y él me toma de la cintura. —Esto es una pasada. Si te sientes tan castigada, véndemela. —Ja, ja. Soy tonta, pero no pendeja —respondo—. Es un regalo; algún día me hará feliz. Santiago me besa en los labios, un beso suave, acompañado de un agradecimiento que susurra en mi oído: —Necesitaba esto... descansar —reconoce. Me encojo de hombros. —La última vez que vacacioné fue con mis hermanas y mi papá. Yo estaba por entrar a la universidad, y querían un momento familiar. Fue precioso y divertidísimo porque mi papá pagó todo, mis hermanas lo hicieron increíble, Linnie planeó cada segundo, y Gretta simplemente nos llevó a la aventura. Comimos, gastamos, conocimos, conectamos… No creo que volvamos a vivir algo así. —Yo soy hijo único de una mamá soltera hiperproductiva y trabajadora. Sé bien lo que es estar solo. Santiago se ve lo más serio que ha estadod esde que le conozco, aprieta la mandíbula y le da un sobro a la bebida, yo en lugar de compartir que también ehe sido malcriada por un papá soltero y una hermana mayor, busco la manera de molestarle. —¿Por qué no te pagaste una puta para hacer esto? —Regina, sabes cómo arruinar un momento —me observa, se ríe y añade—. Te elegí porque me salías gratis y hasta tenías el lugar. —Ahora entiendo. Él se ríe y se acerca un poco más a mí. —Las mejores decisiones de mi vida las he tomado a punta de instinto, y creo que esta es una de ellas. —¿Tu instinto te dice que follar con una desconocida e irte después es una de tus mejores decisiones? —Podrías terminar siendo mi esposa o la mamá de mis hijos. La vida es caprichosa. —Llevo tres años con un hombre, no estoy casada y hemos usado pastillas y preservativo. No voy a ser ni tu esposa ni la mamá de tus hijos. —Tú resístete. Yo soy súper insistente —responde y me besa en la mejilla. Luego va a la cocina, encuentra un plátano tan viejo que ha cambiado de color y textura, unas frutas y galletas saladas. —Hay que hacer el súper —anuncia emocionado. Me emociono también. Hay unos pasillos del supermercado que me encantan. Desde que vivo sola, mi papá manda el mercado hecho. Linnie, que conoce mis gustos, hace la lista, así que casi nunca tengo que ir a elegir más que lo que voy a preparar. El supermercado no es tan grande ni variado como el de la ciudad, pero tiene un pasillo 8 lleno de golosinas. Entre ellas, mis favoritas: gomitas ácidas y chips. —¿Cuántos años tienes?—pregunta con desagrado mientras observa mis compras. —Veintisiete, ¿y tú? —Treinta y dos, pero mi cuerpo es un templo. —El mío también. Estoy muy guapa; solo quiero darme este gusto por las vacaciones. ¿Tú no tienes un placer culpable? Santiago niega con la cabeza mientras sigue buscando comida saludable. Lo sigo por el supermercado y le pregunto si no prefiere comprar comida hecha. Santiago sonríe, saluda al encargado del local como si fueran amigos de toda la vida, y le sonsaca dónde comprar buen marisco. En casa, Santiago se pone a cocinar. Aunque no se me da mal, no me encanta, pero me dejo llevar por su entusiasmo. Abre una botella de vino, pone música y baila por la cocina. Extiende su mano hacia mí; lo miro divertida antes de unirme a él en el baile, un poco a la fuerza. En unas horas sé más de Santiago que de lo que podría saber de George en meses: hijo único, soltero, guapo, amable, inteligente, trabajador y algo loco, justo en el límite para gustarme. Cenamos pasta con mariscos. Espectacular, riquísima y fresca. Conversamos un poco sobre su plan de negocios. —¿Quieres traer el dinero digital al mundo real? —Sí, quiero captar el old money al future money. Me río y Santiago me observa expectante. —Me parece fascinante en teoría. En la práctica… bueno, si ya lo soñaste, no es imposible, pero será difícil. Sonríe, reflexiona y finalmente parece convencido. Luego, cansada, anuncio que me voy a la cama. Santiago parece resignado, pero me sigue. —Dijiste que te acompañara, no que pasara algo, así que vete a tu cama. —Regina, puedo no tener sexo contigo. Soy lo suficientemente hombre para controlarme, pero me rehúso a dormir solo. —Prefiero tener sexo contigo que dormir juntos. ¿Te la chupo? —me ofrezco y Santiago se ríe antes de ingresar a mi habitación como si fuera nuestra. Se acerca a la cama, la destiende un poco y viene por mí. Me carga como a un recién nacido y me dice al oído: —No hay nada más rico que dormir pegadito a alguien. —No eres... normal. —No, y eso te gusta. Vale... que sí, un poquito.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD