Santiago quería esperar un mes, yo dos, y al final se hace lo que yo quiero porque estoy notablemente de mal humor, con irritabilidad, y no soy difícil de hacer llorar. Pero hay días en que las hormonas me hacen esconderme en cualquier baño y llorar. Hoy es uno de esos días. Lloré tanto que sentí que iba a deshidratarme, y tuve que llamar a la única persona que sabe por lo que estoy pasando. Santiago casi rompe dos puertas y me preguntó si alguien me había dicho o hecho algo.
—¿Qué sientes?
—Estoy en este baño. Solo quiero llorar.
—Vamos con tu ginecólogo.
—Sí, por favor —respondo mientras lloro. Mi marido busca unos lentes mientras coordina la visita al médico.
Salgo con unas gafas enormes y George me mira antes de acercarse para abrir el elevador.
—¿Regina está bien?
—Estoy teniendo un mal día, George, no me molestes.
—¿Ocupas ayuda con algo?
—No.
Él insiste en bajar con nosotros y se va todo el camino hablando, de cómo ha sido un mal padre y un pésimo esposo.
—Mediocre. Me has llamado un par de veces, pero... mi hijo se casó hace unos meses y ahora serán papás. Y sé que las dos veces he sido un suegro de mierda contigo, Regina, pero no quiero seguir viviendo de mis errores. Quiero ser un abuelo decente y confiable. Puedo llevarle al cole.
—No eres mi papá, no puedo decidir esas cosas —responde Santiago.
—Yo tengo un papá y un abuelo presentes. Y los niños no van a la escuela en el primer mes de vida. ¿Por qué se los contaste? —pregunta Santiago.
—Él me dijo que estaba embarazada.
—¿No sabía? —pregunta George, emocionado—. Tengo excelente ojo para los embarazos. A veces la de Recursos Humanos me llama cuando tiene dudas.
—Me siento mejor —digo mientras veo a George.
—La sangre llama. Ven, démonos un abrazo.
—No. Voy a llevar a mi bebé al doctor.
Gente psicótica… y George. Por lo menos él tiene sentimientos, aunque no alegren en absoluto a mi esposo. Me pregunto cuán incómodo sería si mi mamá estuviese viva.
El médico me manda a hacer exámenes, me examina de pies a cabeza. Luego hace un ultrasonido y nos enseña al bebé. Ahora es más visible, más normal que la vez anterior. Parece un humano. Se ve tan pequeño. El médico nos cuenta sus dedos, nos muestra sus medidas y estoy llorando infinitamente de nuevo. Santiago se está riendo.
—Creo que no has llorado desde que te conozco —dice entre risas, y yo sigo viendo al mini humano. El médico congela la pantalla y nos deja vivir el momento antes de irse a llenar boletas por aquí y por allá. Da una segunda mirada como buscando algo, y nos pide hacer un recuento de hormonas mañana, otro pasado mañana y el último el viernes.
—¿Es serio?
—No, es para descartar cualquier desajuste significativo de hormonas.
—¿Cree que mi bebé es un tumor? —le digo mientras me limpio.
—No. Tienes un solo bebé y niveles hormonales altos. Lo mejor es descartar que no haya nada.
—¿Nada como?
—Nada como un tumor o una mola creciendo junto al bebé —responde, asintiendo.
Santiago parece no haber estado en la misma sala que yo. Está en la luna, queriéndoselo contar al mundo, casi publicarlo en el periódico. Después se enoja con George. A ver… no sé si yo estoy mal, pero podría terminar sin bebé y triste. Santiago y yo vamos a casa. Me cambio a mi pijama y me refugio en mí misma. Santiago sube un par de horas después con pollo frito casero y papas congeladas: la receta de mi abuela.
—Gretta es mandona con las cantidades, muy rígida. Quise ser libre con el ajo y me gritó. ¿Entiendes a esa mujer? Es una atrevida.
—¿Por qué hiciste esto?
—Mi amor, porque estás triste, y te amo. Y no tienes que estar triste sola. He estado leyendo en internet y puede significar un montón de cosas malísimas, pero yo tengo todo lo que quiero aquí, conmigo. Y eres tú.
—Yo quiero un bebé.
—Tenemos un bebé, mi amor. Puede ser una sobreproducción o que el doctor es un idiota. Así que hackeé la agenda electrónica del hospital, Josh me regañó, y le pedí al presidente que nos hiciera una cita. Y tenemos una el viernes con el mejor gineco-obstetra del país... y su esposa.
—Qué cool tú y tus amigos.
—Sí, somos impresionantes.
—Y cocinas riquísimo. ¡Ohh, esto sabe buenísimo! ¡Cuánto ajo, mi amor!
—Te amo. Bésame, porque tu hermana hirió mis sentimientos —bromea y lo lleno de besos.
Los días se nos van volando, pero hice lo que me pidieron. Fui por los exámenes de hormonas y le pedía a Dios. Entonces estábamos saliendo con tiempo, una hora antes de nuestra cita, cuando vemos a George y Hanks acercarse.
—Santiago y Regina, necesitamos que atiendan una cita por nosotros.
—No, abuelo. Soborné a alguien por un espacio y no podemos faltar.
—¿Necesitan ir los dos o cómo funciona? Está pegado a esta mujer. ¿Para quién es la cita? ¿Tienes cáncer? ¿Tienes un bebé? ¿Tienes cáncer y un bebé?
—Santiago ve a su abuelo exasperado.
—No voy a dejar a mi mujer porque tengas un berrinche. Cuando vuelva, si me necesitas, con mucho gusto.
—Está este mogul de criptomonedas y tú sabes más que nosotros.
—Abuelo, empújalo para la tarde y voy yo —le asegura Santiago.
—No estará en la ciudad.
—Entonces iré yo a verlo donde vaya.
—Santiago, ve tú. Yo voy a ocuparme de mis asuntos. Si algo pasa, yo te llamo.
—¿Qué te parece si Santiago va con su abuelo y yo voy contigo a esos negocios? Soy un excelente chofer.
—¿Desde cuándo ustedes tres tienen secretos con George?
Las puertas del elevador se abren, e ingresa Ethon, el cliente que esperaban. Yo me presento y me salvo de tener que ir con George a cualquier lugar. Sin embargo, no estoy lista para malas noticias sola, así que le escribo a la única y espectacular Gretta Murdock Mondragón. Me espera en la entrada del hospital y me ve asustada.
—¿Qué pasa?
—Estoy embarazada. Y Santiago no podía venir. Linnie va a montar jaleo y no va a poder ocultarlo, y Claudia… no sé siquiera cómo darle la noticia.
—Vas a tener un bebé —dice con dulzura. Me da un beso en la mejilla, y otro en la frente antes de abrazarme—. Y Santiago quería arruinar la receta del pollo frito.
—Se fue a la libre, pero le quedó muy bueno. Quiero que sepas que esta historia de mi embarazo, o de mi cáncer uterino disfrazado de bebé, no es publicable, reproducible ni noticia para compartir hasta que yo quiera compartirla.
—Ya entendí. No voy a publicar nada hasta que pasen diez años y todo esto sea re chistoso —bromea y me lleva por el hospital, intentando convencerme de que Santiago y yo solo podremos ser papás de un bebé precioso y nada cancerígeno.
—Para mí, esas cosas pasan cuando estás con el equivocado o traes karma de relaciones pasadas, como tú y George —dice, y asiento. Vamos a anunciarnos con la secretaria y luego tomamos asiento. Mi hermana pide un café, y la veo incrédula antes de que pida un chocolate para mí.
—Es para que el bebé se mueva. Te tienes que tomar los dos.
—A mí me es indiferente el sexo.
—¿Dónde está ese bebé, eh? Porque te acaricié la cintura y está del mismo tamaño. No tienes panza… o sea, qué mal me caen tú y Linnie.
—Son los pantalones. Tengo una panza ahí, en la que vive... y planea morirse.
—Mi hijo bufaba como Simonetta y ve feo como tú cuando no hago lo que quiere. ¿Sabes por qué? Porque pasé muy enojada con ustedes dos, así que aprende a amar a todos los seres que te rodean antes de que tu hijo o hija decida copiarte los gestos.
—Regina Bradford —ruedo los ojos lentamente porque mi esposo no está colaborando en que le ame y le respete, pero bueno, les sigo y los dos doctores me hacen mil y un preguntas de mi anterior embarazo, mi salud general, la historia de cáncer de mi mamá y, por un momento, se me olvida por qué estaría consultando. Mi hermana parece una porrista adolescente cuando le dicen que ya es momento de ver al bebé.
—¿Es su primer sobrino, Gretta?
—Ya tengo otros, pero es el primero de Rinnie. Me emociona muchísimo ser tía en general —responde, y voy a cambiarme y me acuesto en la camilla. La doctora toma asiento y busca y rebusca, incluso hace un par de maniobras.
—El doctor Guillén estaba preocupado porque hay presencia atípica de HCG, que es una hormona que es normal en el embarazo, pero con tu antecedente de mola había que descartar que no fuese un tumor o algo anómalo con el bebé o contigo —Ella me muestra finalmente la pantalla—. Este es tu bebé, y esta es la placenta. Y si uno busca, y sabe buscar, encuentra a sus hermanos más abajo, todos enganchados de la misma placenta pero en distinta posición.
—¿Son trillizos?
—Sí.
—Wow. ¿Se imaginan ustedes dos bien concentrados, intentándolo con ganas, y llegan a tener media docena de hijos a la primera?
—Comenta Gretta, divertida—. Entonces el ginseng rojo carísimo de China que se pide mi cuñado por sss sí funciona.
—Puede ser… o el antecedente familiar de gemelos en tu familia materna.
—Ah… interesante. Es como si los dos hubiesen aportado para tener múltiples bebés.
—Gretta, no vas a enojarme porque no voy a tener bebés que se burlen de todo lo que hago y lo que dejo de hacer.
—Sí, tres hijos son suficientes. Tres hijos con buen sentido del humor debe ser una pesadilla.