Santiago y yo nos quedamos hasta el final de la fiesta y nos invitaron al after party el día siguiente en casa de Cecilia Waldorf, la hija de un famoso hotelero y su esposo, un guapísimo ingeniero. La mujer del cigarro, y una nueva enemiga personal de Cecilia, le parecía mal educada, odiosa y una irrespetuosa por echarme los platos rotos a mí y no a su marido.
Santiago y yo nos fuimos a mi casa juntos, él estaba silencioso, como meditabundo, y yo, la verdad, me sentía agotada. Me quité los zapatos nada más entrar, y Santiago me dio un abrazo, uno corto antes de ir a la habitación y quitarse la ropa. Se duchó rápidamente, yo hago lo mismo, me deshago de las joyas, del maquillaje y me ducho rápidamente. Voy a mi armario y busco un pijama ligero como quien no quiere, salgo de la habitación con cierto miedo a que me rechace. Santiago está sentado en el borde de la cama con la toalla aún envolviéndole y la realidad es que casi siempre, él inicia todo, esta vez me acerco yo, y dejo el papel de presa a la que el león va a devorarse para devorarle yo.
Santiago estaba pensativo sentado junto a la cama, creo que iba a decir algo cuando me vio acercarme en la bata corta de seda, tiene encajes y transparencias en los pechos y por un segundo o dos queda hipnotizado en ellos.
Le acaricio el pelo y le empujo la cabeza para obligarle a mirarme a los ojos, me acaricia desde los muslos hasta las nalgas y me obliga a tomar asiento sobre sus piernas. Nos besamos, más despacio que nunca, nos tomamos el tiempo de jugar con nuestras bocas, como si no hubiera prisa alguna, el mundo se nos reduce a lo que está dentro de la habitación, y se siente tan excitante como aterrador.
Santiago disfruta de la atención, se alegra de tenerme encima, acariciándole y besándole. Los dos disfrutamos, de una manera simple, cálida, dulce y a él parece gustarle todo de ese momento. No dice nada cuando terminamos, me toma de la cintura y me acomoda en la cama, a su lado, me acaricia el pelo y yo me quedo dormida poco después.
La mañana siguiente es una de esas mañanas en las que usualmente buscaría la forma de sacarle de mi casa y él, aparentemente, buscaría la manera de huir, pero en su lugar estamos los dos en silencio viéndonos desde polos opuestos de la cocina. Yo sostengo el frasco con el café caro, el que voy a robarme personalmente de la casa de Gretta y ella finge que no lo sabe y aquí estoy, en silencio mirando a Santiago.
—Buenos días... —me saluda—. Estaba pensando en reservar mi vuelo para mañana.
—Ahh... vas a irte.
—Sí, tengo que trabajar y tengo... tengo unos... compromisos.
—Está bien, no tienes que explicarlo, quieres salir corriendo y ya está.
—Sí.
—Vale, puedes... irte.
—No soy un cabrón, solo no estoy listo para nada tan intenso y tú... y tú... me haces sentir cosas confusas, tengo razón, ¿vale?
—¿Razón de qué?
—No sé, de no estar en una relación, de no despertar con alguien en casa ni los mensajes inapropiados, amigos en común y... lo de anoche... estuvo... intenso, gracias, pero estuvo fuerte.
—Vale... Entonces el sexo está fuera de la ecuación.
—No, me encanta el sexo, soy fan del sexo contigo, solo... el sexo sí, pero, podemos no hacer el amor por un tiempo.
—No te hice el amor.
—Me besaste y me acunaste.
—Santiago, eres demasiado infantil.
—Bueno, sé follar duro y agotadoramente, no así de bonito.
—Vale, ¿te vas o te quedas?
—Vamos por un café y me explicas qué crees que me hiciste, brujería, coñal.
—Qué pesado eres, solo... fue sexo, ya, la próxima saco el látigo del closet y te meto un plug anal para que te sientas cómodo.
—Me encantaría ser sometido por ti —me informa mientras se coloca bien la camisa. Yo pongo el café a prepararse y Santiago, quien necesita un minuto o dos, anuncia que va a ir a comprar pan. En cuanto cierra la puerta llamo a Linnie y trato de contarle un resumen de lo que está pasando pero no parece de humor de nada, así que intento con Claudia pero esta no contesta. Luego, llamo a Gretta, que ya me dijo que no quiere saber, pero Dios la eligió como mi hermana mayor.
—Estoy en el auto...
—Vale, escúchame rápido porque no sé si va a volver o no, pero... la cosa es que... estoy con Santiago y no es para tanto, no es como si me gustara gustara, pero el sexo es espectacular, fantástico, es como si no tuviese que inhibirme en absoluto, y regularmente le dejo llevar la batuta, pero anoche...
—Estoy en el auto con gente.
—¿Vas con papá?
—No, estoy siendo chofer de Ramón.
—Ey, Ramoncito, puedes opinar.
—Vale, sigue, nos importa mucho tu vida s****l.
—Rinnie, solo no te pongas muy explícita.
—Ha sido intenso.
—¿Cómo de intenso? —pregunta mi cuñado—. ¿Lloraron o intenso de qué bueno estuvo pero no vamos a lograr volver a llegar aquí?
—No... sino intenso, como emocional, muy rico pero sentido y profundo, raro como si conectáramos física y emocionalmente.
—Eso es sexo de relación —comenta Ramón.
—¿Por qué yo nunca he llorado? —pregunta Gretta.
—Llorar está sobrevalorado, una vez estaba montada a alguien y comenzó a llorar y yo pensé que todo bien, espectacular, pero, tenía el pipi fracturado.
—¿Le rompiste el pene a un hombre?
—En mi defensa era un pene vulnerable —respondo y Ramón ríe más.
—Creo que está bien sentir, sabes... a veces pienso que tienes un bloqueo emocional, ¿quién te hizo tanto daño, fue mamá o fue... qué, qué te pasó?
—Bueno... tengo que dejarte.
Yo puedo contarle cualquier cosa a mi hermana, pero no voy a su curso de terapia y tranquilidad emocional. Es una forma de empeorarlo, como el haber reconocido con Santiago que esto es demasiado, mucho más de lo que ambos pensábamos en sentir, él estaba angustiado, pero, Santiago es de la opinión de que si lo hablas es más real, así que procedió a fingir que no se ha dado cuenta de nada.
Cuando regresa está algo distante y yo me aprovecho del muro que ha colocado imaginariamente para encerrarme en mi c*****o.
—¿Entonces vamos a ir hoy? —pregunto antes de ir a cambiarme.
—Claro, si tú quieres.
—Sí —respondo—. ¿Y te vas mañana?
—Sí.
—Vale...
—Sí...
Pasamos el resto del día con nuestro nuevo grupo de amigos, Santiago se muestra tan atento como siempre, Mike me mira con una sonrisa en cuanto nos quedamos a solas.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste enamorada? —me pregunta y yo me encojo de hombros, de verdad, no lo recuerdo, creo que nunca lo he estado y estoy casi segura de que no estoy enamorada de Santiago.
—No estoy enamorada, me gusta, nos llevamos bien, hacemos buena pareja.
—Si tú lo dices.
—Me gusta muchísimo, creo que es la relación en la que he estado más cómoda, segura... y es la primera vez en años que me permito esto, salir con amigos y estar los dos en el mismo espacio.
—Ajá... como empezaste a salir con George.
—No sé qué me pasó... solo... me dejé llevar —reconozco y Cecilia se sienta a mi lado—. Estaba muy activo lo de su divorcio, en la empresa, en la prensa y empezamos a pasar tiempo juntos, demasiado tiempo, y llegó un punto en el que estaba cómoda y feliz con él y no quería dejarlo ir.
—Creo que los dos tienen un poco de culpa, pero, a veces una infidelidad se resume en saber dejar ir a la otra persona, en saber empezar a ser una mejor pareja, y entender que mereces amor a cambio y Santiago parece uno de los que definitivamente hay que dejarse para siempre —comenta Cecilia.
—Sí, es muy guapo.
—¿Cómo se conocieron?
—Mi papá nos presentó.
—Ves lo que te digo, es de los que hay que quedarse —insiste y sonrío.
Santiago y yo regresamos esa noche a casa, básicamente recoge sus cosas y parece irse como si le hubiese dicho que estoy embarazada, y yo... bueno, me siento en el sofá y trato de relajarme, me sirvo una copa de vino, más de lo que necesito y recibo una llamada de Claudia.
—Ey...
—¿Qué ha pasado, Rinnie? Vi una llamada perdida y fotos del evento se ven muy guapos juntos. ¿Estás bien?
—No mucho, solo, fuimos, nos encontramos con George, su mujer, los dos cruzaron palabras conmigo y... Santiago y yo volvimos a casa, estuvo intenso.
—¿Entonces están juntos o qué está pasando entre ustedes? —pregunta.
—Estamos juntillos.
—Ahh, te gusta, hay cierta negación. —responde Divertida. —Entonces... deja a George ir, y disfruta del presente, Santiago está feliz de tener algo contigo, está soltero, es joven, guapo y se lleva super bien con mi marido, podríamos tener casas vecinas y programar un embarazo juntas —me río y Claudia aplaude del otro lado encantado con su idea. —Lástima que serán primos porque sino les planeo el matrimonio arreglado eh.
—¿Terminaste de inventar?
—Un poco, pero estás más tranquila.
—Un poco.