CAPÍTULO UNO (RACHEL KNIGTH)

2062 Words
Había sido criada para ser la heredera de un imperio. Mismo que había sido creado por la familia de mi padre, a la cual no conocí y mucho menos a él, así que a veces todo eso no lo sentía mío y en ocasiones no lo quería. Fui malcriada y consentida, dándoseme todo aquello que pidiera y lo que no también para llenar esos vacíos de la ausencia de mi padre y en ocasiones de mi madre, quien no todo el tiempo podía estar conmigo. Y no la culpo a ella, ya que hizo lo que pudo después de haberse quedado viuda estando embarazada y con un mundo de negocios a su cargo, así que si había una persona a la que admiraba era a Bree Knigth, la mujer a la que llamaba mamá, y aunque me la pasaba pelando con ella por todo y por nada, la amaba con todo mi corazón. Ella y la tía Sky eran todo para mí. Así que lo que más temía era decepcionarlas a las dos, porque aunque la tía Sky era lo que podías considerar una hippie moderna, y con ella podía hablar de todo, sabía que ella también quería la felicidad de mi madre y eso era que yo me hiciera cargo de Knigth industrias. Por lo tanto, estudié mucho, cumpliendo sus deseos y me gradué siendo la mejor de mi clase, tal como lo había hecho mi madre y tengo que admitir que ver esa mirada de orgullo de mi madre, mientras daba el discurso del mejor promedio, había valido por completo la pena. Ella me miraba con orgullo mientras lágrimas de felicidad salían de sus ojos y sabía que eran de felicidad porque sonreía al mismo tiempo como una jodida loca. Mis planes de tomarme un par de años para viajar y conocer el mundo como mochilera para sentirme una chica normal, para encontrar esa Rachel que se me había perdido, quedaron opacados por la sonrisa de orgulloso de mi madre. Por ese motivo hice lo que se me esperaba y con veintitrés años, tomé el puesto de gerente. Y aunque le insistí a mi madre para empezar no lo sé, como cualquier empleado más, desde abajo, ella no quiso, alegando que yo había trabajado los fines de semana con ella y que ese puesto estaba más que merecido. Ese primer día entré nerviosa al enorme edifico que tenía mi apellido, ese mismo apellido que me abría las puertas de universo por solo portarlo, por solo ser la hija del gran Hades Knigth. Extrañamente me sentí nerviosa y no sabía porque si desde que tenía uso de razón yo había entrado en el sin ni siquiera ser anunciada. Miraba a todos lados en busca de un rostro conocido, hasta que me topé con los ojos del tío Hans, que como decía la tía Sky, podían iluminar un edifico oscuro, entonces no me fue difícil encontrarlo. Respiré aliviada y él me sonrió estirándome los brazos para que fuera hacia él, como siempre lo había hecho desde que era pequeña, corrí hacia ellos sintiéndome segura. El tío Hans había sido la única figura paterna que yo tenía y aunque él no tenía hijos, y no tenía la menor idea como ser un padre, había sido maravilloso. —Feliz primer día, pequeña —dijo con una sonrisa. —Tu tía Sky te manda a decir que almorzaran juntas y que no hagas planes. Asentí agradeciéndole y el me acompañó en el ascensor hasta que llegamos a su piso, mismo donde se despidió de mi con un beso en la frente —Todo irá bien. Ve y comete el mundo pequeña Rachel —dijo apartándose de mí mientras salía del ascensor. Cuando las puertas del ascensor se cerraron y yo me quedé sola, mi nerviosismo aumentó. Mis manos sudaban frio y aunque sabía que nadie me esperaba y que absolutamente nadie me pediría una explicación de nada, yo me sentía nerviosa. Las puertas del ascensor se abrieron revelando un piso decorado para mi bienvenida con carteles de feliz primer día pequeña Knigth. Obra de mi madre, quien venía a mí lloriqueando con un ramo de rosas. Me mordí los labios para no llorar porque esto me había emocionado mucho. Ella había estado de viaje toda la semana y había vuelto para mi primer día. Así que recibí su abrazo emocionado. Dos chicas se acercaron a nosotras, una de ellas era su asistente y la otra no la pude reconocer, pero ambas me felicitaron. Cuando mi madre paró de lloriquear, me condujo a mi oficina. En la puerta había un “Rachel Knigth Ceo” y yo no sentí nada. Por lo que fingí la sonrisa más falsa que tenía. Y ella se la creyó. Así que eso era suficiente para mí. Me mostró mi oficina y aunque la decoración era bonita, yo no quería estar aquí, yo no debía estar aquí. Yo debía estar divirtiéndome, yo debía estar disfrutando mi vida, apenas tenía veintitrés años, y me sentía tan joven como para estar siendo la Ceo de una empresa. Contuve mis lágrimas mientras mi madre se despedía de mí y me presentaba a la otra chica como mi asistente. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no escuché su nombre. Cuando mi madre salió y nos quedamos las dos solas, ella abrió una agenda y me preguntó si quería que me la leyera, pero yo negué —Te llamaré si te necesito, puedes irte. Cuando mi asistente salió de mi oficina, me senté detrás del escritorio y cruzando mis brazos oculté mi cara entre ellos, mientras me lamentaba por haber sido tan cobarde y no haber podido decirle nada a mi madre. Ese deseo de sentir que no pertenecía a ningún lugar, de no sentir satisfacción por las simples cosas de la vida, como reír, había permanecido en mi desde aquel día en que todo había terminado con él, desde aquel día que había sido una cobarde y aunque no me arrepentía de ello, añoraba volver a ser esa Rachel de antes, lo añoraba con el alma porque echaba tanto de menos a esa que fue hasta hace un año. Ahora era esta persona vacía que no se atrevía a buscar su nombre en internet por temor a saber lo que encontraría. Después de lamer mis heridas como un tigre enjaulado, encendí la computadora encontrándome un fondo de pantalla de ellos dos, de mamá y papá en su primer beso en París. Al menos esta foto me reconfortaba un poco y le agradecía a mi madre por ponerla. Ella que siempre había querido que yo lo tuviera presente a él. Sonreí acariciando su foto siempre sorprendida de lo demasiado que yo me parecía a mi padre y dejando atrás todas mis penas, levanté el teléfono llamando a mi asistente para ponerme al día con mi trabajo. Ese día descubrí que una mente ocupada no extraña a nadie y aunque no sabía si esto había sido una bendición o un maldición, era todo lo que tenía para no pensar. Y así pasaron cuatro años, cuatro años donde crecí como persona, profesionalmente y me volví la mejor en todo lo que hacía, tanto que mi madre a veces se tomaba descansos y me dejaba a cargo de todo. La idea de viajar y ser una persona normal había desaparecido el segundo año. Había aceptado mi realidad, yo no era una persona normal, yo era una Knigth y mi destinado estaba escrito incluso antes de que yo naciera. Mi vida amorosa no existía porque para mí el amor estaba sobrevalorado, además a mi corazón lo llamaba agujero n***o. Pero mi vida s****l era el jodido sueño de todo hombre. La tía Anna me decía que me parecía a mi padre en esto y aunque al principio no quise preguntar, no pude evitarlo cuando descubrí en uno de sus cajones una tarjeta de un exclusivo club de intercambio de parejas, el cual tuve que googlear. Mi madre solo dijo que él tuvo una vida un poco loca antes de que estuvieran juntos. La miré intrigada y suspiró levantándose del sofá para volver un rato después con una botella de vino, dos copas y un viejo cuaderno. —Aunque no debería contarte esto, siento que debería hacerlo —dijo mientras servía las copas de vino. —Abre ese cuaderno. Lo hice confundida y en él había una perfecta letra de cursiva con cientos de nombres. El primero de la lista era el de Anne. —¿La tía Anne? —pregunté confundida. Ella dio un sorbo a su copa mientras asentía y me entregó la mía. —No entiendo. Mamá sonrió y se sentó a mi lado —Esa es una lista de mujeres con las que tu padre se acostó. Puse los ojos como platos y la escuché reír —Mamá, pero si son cientos. Asintió —Ya sabemos a quién te pareces. Me reí —Al menos sé que esto es porque soy como el, y no porque soy una libertina. Ella me miró con orgullo. ¿En serio me miraba con orgullo por esto?, mi madre estaba loca, definitivamente lo estaba. —¿No te daban celos?, son demasiadas mujeres. Suspiró —A veces me ponía un poco celosa. —¿Un poco? Rió —Bueno demasiado. Pero todas ellas eran parte de su pasado. El solo tuvo ojos para mí desde que nos casamos y eso es todo lo que importaba. Ojeé el montón de páginas —Carajo, con mi papá. Estaría orgulloso de mí. Ella volvió a reír, pero no dijo nada. —¿Es en serio lo de la tía Anne? —Ellos fueron novios de adolescentes, sus padres eran amigos y básicamente los arrinconaron para que tuvieran una relación. Pero ya sabes cómo terminó toda. —Vaya con el pasado de la tía Anne. Ahí estuvimos bromeando un largo rato, hasta que la botella de vino estuvo vacía. Ella me contó más cosas sobre él y yo la escuché atenta. Aunque físicamente no lo conocía, él vivía a través de las historias de mi madre y si cerraba los ojos podía imaginar hasta su voz. Una mañana de ajetreado trabajo, mi madre me llamó un poco preocupada —Cariño, olvidé que tenemos una importante reunión con los unos inversores. Y ahora no puedo atenderlos, ¿puedes ocuparte de ellos? Suspiré mientras me burlaba de ella —Bree Knigth, estas tan vieja que ahora olvidas las cosas. No puedo creerlo. Ella se excusó con que había sido porque tenía mucho trabajo, todo con tal de no aceptar que estaba vieja. Y yo me reía mientras la intentaba sacar de sus casillas. —¿Vas a asistir por mi si no? —¿A qué hora? —En exactamente diez minutos. —¿Qué das a cambio? —pregunté bromeando. —¿Hay algo que pueda ofrecerte que no tengas? —Hmm no. Pero iré. —Gracias bebé, te amo. —Y yo a ti. Adiós dulce ancianita —dije cortando la llamada. Tomé mis cosas y saliendo de mi oficina, me dirigí a la sala de juntas, donde todos me esperaban. Di los buenos días y sin mirar a nadie, me senté en el lugar de mi madre mientras tomaba la carpeta con toda la información. Escuché un carraspeo que me hizo levantarla vista y dirigir la mirada al de sonido, ese momento definitivamente había sido digno de una película porque mi mirada recorrió en cámara lenta el musculoso cuerpo de la persona que con aquel carraspeo, requería mi atención. Haciendo que mis pensamientos no fueran aptos para el horario en el que estábamos. Si con traje podías apreciar su cuerpo, no quería imaginarlo sin él. Carajo que me había vuelto una calenturienta. En el trabajo no se comía y esa era una regla de oro, por ello borré esos pensamientos y continué mi recorrido rápido a su rostro. Solo para llevarme la jodida sorpresa más grande de mi vida, topándome con él, con Ares Hastings, habían pasado cinco años desde la última vez que yo lo había visto. Cinco años desde que nuestra relación se había terminado. Y estaba aquí frente a mí, ahora siendo un adulto y no aquel chico que yo había dejado atrás, al que yo había abandonado cinco años atrás. Maldición con Bree Knigth. ¿A qué demonios jugaba?
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