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1474 Words
—Sara Williams, cásate conmigo. Fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Enzo una vez Sarah entró a su despacho a la espera de firmar el contrato. Se había quedado pálida y sin palabras, y le costó unos segundos recuperar el control de su cuerpo y su mente. —¿Perdona?... Quizás hoy mal… Enzo se puso en pie dejando atrás aquel sillón de cuero y rodeó la mesa apoyándose sobre ella frente a la joven. —Digo, que te cases conmigo. —¿Estás de broma? —preguntó Sarah esperando que en cualquier momento Enzo le dijera que solo era un tipo de prueba, pero su mirada era tan seria que comenzaba a pensar que hablaba en serio. —Imagino que antes de responder, querrás saber los motivos —comenzó a hablar metiendo sus manos en los bolsillos y clavando sus ojos en Sarah—. Tengo problemas, Sarah. Estoy a punto de perder la empresa, y no puedo dejar que eso pase… si él la consigue… todo se acabó. —¿Quién es "él"? No estoy entendiendo nada, pero ¿por qué me lo pides a mí? —Sarah empezaba a ponerse nerviosa al no entender la situación. —Pensé que me había explicado bien… —¡Ni un poco! —reprochó la joven. —Toma asiento en el sofá y te explico más detalladamente —señaló un sofá en la esquina del despacho, frente a una pequeña butaca que es la que tomó Enzo. —Bueno, Enzo ¿cuál es el problema? El hombre cruzó sus manos y lucía claramente preocupado. Se tomó unos largos segundos en comenzar a hablar: —Esta empresa, hasta hace cinco años, era gestionada por mi padre. Llegado el momento de elegir a un nuevo heredero tras jubilarse, la elección estaba entre mi hermano y yo. El consejo vio más factible que el próximo CEO fuera yo, porque mi hermano es egoísta, no tiene empatía por nadie, no ama a otra cosa que no sea el dinero… No es de fiar. Hace años que ni siquiera nos dirigimos la palabra, pero ahora estuvo presionando al consejo de esta empresa, y de alguna manera consiguió convencerles de que mi liderazgo aquí solo estaba trayendo menos ingresos y la competencia nos robaba terreno. Quizás sea verdad en cierto punto, pero la cuestión es que llegaron a la idea de que necesito casarme, porque un hombre de mi edad y mi posición aún soltero, no parece el más apto para liderar una gran empresa como esta. Si no consigo casarme en tres meses, se acabó… y si la empresa cae en manos de mi hermano, cambiará todo el consejo y será la ruina y el final para muchos trabajadores. Sarah lo escuchaba atentamente. Lo que Enzo decía parecía complicado, pero lo que más le hizo darse cuenta de la seriedad, era la expresión del hombre sentado frente a ella. Una mirada tan vacía como si su cuerpo hubiera perdido su alma, y sus manos temblaban asustadas. —Enzo, entiendo que necesitas casarte para mantener la empresa, pero no entiendo por qué me eliges a mi. No sé actuar, nadie se va a creer que realmente sea tu esposa. Mi vida ya es bastante complicada como para meterle más presión. —Te elijo a tí, Sarah, porque veo bondad en tus ojos, y me inspiras confianza. Aún sea por la empresa, si me caso, la otra parte podría dejarme en la más absoluta ruina. Debo casarme con una mujer que no vaya a jugar a dos bandas para quitarme de la empresa… Realmente no te conozco nada pero no tengo tiempo de seguir buscando, así que confío en ti, en que simplemente serás mi esposa al menos hasta que todo se calme. La joven estaba confundida, no sabía qué hacer. Lo más sencillo sería negarse, pero aquel hombre le había dado trabajo el día anterior solo confiando en su intuición. Pensaba que negarse sería dejarlo a su suerte. —Sinceramente aún me cuesta creer que lo dices en serio, pero lo veo una idea horrible y estoy segura de que no saldrá bien… Sin embargo, ya que me diste el empleo, de alguna manera estoy en deuda. Aceptaré, aunque no estoy para nada convencida de esto. Me casaré contigo, Enzo, pero a cambio de aceptar mis normas. —¿Qué normas? —preguntó su jefe recuperando la vida en sus ojos. —La primera, mi abuela sabrá la verdad, no quiero que luego se desilusione cuando nos separemos. Segundo, nada de besos, tocarme salvo tomarme quizás de la mano, y mucho menos tener relaciones sexuales. —Entiendo, no tengo problema con eso. La boda se celebrará en dos meses, para no hacer tan obvia la jugada. Una vez nos casemos dejaras el trabajo, sería raro siendo la mujer del CEO, y una vez tomes tú propio camino, de quererlo, te lo regresaré. Y por supuesto, no te faltará de nada, incluso te seguiré pagando el sueldo para que puedas tener ahorros. —Esto es una locura… —¿Verdad? —respondió Enzo con una sonrisa infantil—. Es como jugar a los papás pero siendo adultos. Sarah se puso en pie suspirando: —De verdad, eres muy infantil… pero no me molesta. Me da seguridad de que no intentarás nada raro. Enzo río a carcajadas, y se puso extendiendo la mano hacia Sarah: —¿Entonces tenemos acuerdo? La duración será hasta que tú quieras divorciarte, aunque quizás resulta que te enamoras de mí realmente y no querrás dejarme ir. Sarah le devolvió el apretón de manos sellando el trato: —Si crees que por fingir ser una pareja de verdad, me voy a enamorar de tí, sigue soñando, jefe —respondió devolviéndole una sonrisa desafiante sin darse cuenta —. Quizás eres tú el que se enamora de mí. —No prometo nada… pero si me enamoro será claramente por tu culpa. —¿Mi culpa por qué? Enzo se cruzó de hombros y llevó su dedo a los labios, dando a entender que no dirá nada. Tras aquella conversación, pasaron al tema del empleo, y tras unos minutos firmó. —Bien, futura esposa, te llevaré a tu lugar de trabajo. —¿Te diviertes con esto? —cuestionó Sarah. —Yo me divierto con cualquier cosa. Qué sentido tendría la vida si no somos capaces de reír por todo. El pasado siempre está lleno de cosas negras para todos, pero una sonrisa lo cura todo. Sarah sintió que lo decía por ella misma, pero no quiso ahondar en el tema, por lo que simplemente le siguió por los pasillos hasta llegar a una sala con cuatro personas en ella, sentadas ante sus mesas de oficina y trabajando en el ordenador. —¿Aquí trabajaré yo? —Sí, ellos son tus trabajadores, eres la jefa de los cuatro. Debes gestionar el trabajo, repartirlo como veas más óptimo, y asegurarte que no hay errores en las cuentas. Al fondo hay otra puerta, es donde tú trabajarás. Es un despacho privado, desde ahí verás los archivos finalizados, los pendientes, y tendrás acceso a toda hoja de cuentas de la empresa. Mucha suerte, Sarah. Le dio una palmada en el hombro y se marchó sin siquiera presentarla ante sus compañeros, los cuales levantaron la cabeza de las pantallas para verla. —Hola, me llamo Sarah Williams, desde hoy soy la jefa de contabilidad. Espero que podamos trabajar juntos y sacar el trabajo adelante eficientemente. Tras presentarse vio que de las cuatro cabezas que la miraban, tres eran mujeres, y la otra un hombre que a simple vista su sexualidad no iba dirigida exactamente a ella. “Creo que Enzo no quiere que otro hombre pueda coquetearme" pensó mientras se acercaba a las mesas donde trabajaban. El primero en presentarse fue el hombre, se puso en pie y le tendió la mano. —Hola, me llamo Joss, llevo dos años trabajando aquí, así que si necesitas ayuda para adaptarte sólo pregúntame. Sarah vio que era un hombre muy atractivo, rubio, musculoso y su forma de vestir era muy elegante. Las chicas, en orden de presentación, eran Vicky, Helena y Jazmín. La primera, de cabello rojizo y piel morena. Por su acento, colombiana. Helena, rubia con tintes castaños en las puntas, y aparentemente muy seria y formal. Jazmín, pelo n***o como el carbón y rasgos propios de las mujeres de la India. Una gran diversidad, sin juzgar la sexualidad o nacionalidad, era lo que Sarah estaba viendo en esa empresa, y le gustó. Tenía dos meses antes de casarse, un equipo al cuál dirigir, y una vida falsa que vivir para que Enzo mantenga la empresa. No pintaba fácil, pero ya no podía negarse. Si lo veía como un juego, al igual que Enzo, quizás fuera más fácil… sólo quizás.
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