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1833 Words
Firmando el Contrato El auto n***o se detuvo suavemente frente al elegante edificio de oficinas en el corazón de Londres. Alexander Blackwood bajó sin esperar a que James abriera la puerta, ajustando con un gesto casual el dobladillo de su abrigo oscuro. En una mano, sostenía un ramo de flores tan impecablemente arreglado como su presencia: rosas blancas y peonías, elegantes, discretas, pero lo suficientemente llamativas para captar todas las miradas. Los flashes de los paparazzi estallaron como relámpagos. Algunos gritaban preguntas cargadas de morbo, otros simplemente registraban cada uno de sus movimientos. Alexander no les dedicó ni una mirada. La seguridad del edificio los mantenía a raya, pero él sabía que esas imágenes estarían ya recorriendo el mundo digital. Con la elegancia natural de quien está acostumbrado a escenarios de alto perfil, cruzó el vestíbulo de mármol pulido. Los tacones de sus zapatos resonaban con un ritmo firme, atrayendo la atención de empleados y visitantes por igual. Murmullos se propagaban a su paso como ondas en el agua. La recepcionista, una joven de cabello rubio recogido en un moño tenso, alzó la vista, visiblemente sorprendida ante la aparición de Alexander Blackwood, el heredero y empresario en el lugar. El hombre le sonrió con esa mezcla de encanto despreocupado y autoridad que tan bien dominaba. - Buenos días - dijo con voz suave pero firme - ¿Podrías decirme en qué piso está la oficina de la señorita Helena Thorne? La recepcionista parpadeó, claramente consciente de quién era él y de las fotos que inundaban ya las r************* . -Eh... séptimo piso, señor Blackwood. Oficina 703. -Gracias. Con un leve asentimiento, Alexander se dirigió hacia los ascensores, dejando a la recepcionista con las mejillas enrojecidas y los susurros en el aire de los que estaban cerca. El ascensor se abrió con un suave ding, y él entró solo, sin prisa. Mientras ascendía, revisó brevemente su teléfono: las redes efectivamente estaban en llamas. Hashtags como #BlackwoodAffair y #HelenaThorne viralizaban fotos de la galería, seguidas de especulaciones que iban desde “romance explosivo” hasta “maniobra empresarial secreta.” Alexander sonrió para sí mismo. -Perfecto - murmuró mientras las puertas se abrían hacia el vestíbulo del séptimo piso. Nada como añadir un poco de combustible a las llamas. Y esta vez, él controlaba el incendio. Al mismo tiempo, en la oficina cercana, Helena Thorne exhaló lentamente mientras la impresora escupía la última página del contrato. Revisó cada hoja con precisión meticulosa, el ceño ligeramente fruncido. El acuerdo era impecable, cada cláusula calculada para proteger sus intereses, pero también lo suficientemente flexible como para dejar margen a la improvisación - una habilidad que ella dominaba tanto en la sala de audiencias como en su otra vida como agente, lejos del escrutinio público. Estaba organizando los documentos en una carpeta de cuero n***o cuando su asistente, una joven de cabello corto y sonrisa nerviosa, llamó suavemente a la puerta. -Disculpe, Helena... - la voz contenía una mezcla de incredulidad y diversión - El señor Blackwood está aquí. La muchacha se mordió el labio, intentando contener una risita ante el gesto nervioso de Helena que la joven interpretó como mariposas de anticipación por ver al chico que te gusta. Helena parpadeó, desconcertada por la actitud de su asistente. -¿Alexander? - preguntó con tono neutro, aunque su pulso se aceleró ligeramente. La chica asintió con entusiasmo. -Sí. Y trae flores. Muy hermosas, por cierto. - añadió como si ese detalle fuera el anuncio de una boda real. Helena rodó los ojos con una sonrisa apenas perceptible. -Hazlo pasar - indicó con calma, volviendo a su lugar detrás del elegante escritorio de madera oscura. Cuando la puerta se abrió de nuevo, Alexander Blackwood entró con la gracia depredadora de un hombre que sabía cómo controlar cualquier espacio en el que estuviera. Su mirada se posó de inmediato en ella y por primera vez en mucho tiempo, algo en sus facciones se tensó brevemente antes de suavizarse en una sonrisa pícara. Helena llevaba una falda lápiz negra que delineaba perfectamente sus caderas y unas medias transparentes que remataban en unos tacones altos de charol n***o. La blusa de seda blanca se ceñía a su figura con elegancia, dejando entrever el más sutil destello de piel en el escote en forma de V. El tejido fino reflejaba la luz del despacho, dándole un aura sofisticada y, al mismo tiempo, peligrosamente sensual. Alexander inspiró profundamente, manteniendo su compostura con esfuerzo. Sin embargo, su mente, siempre controlada y estratégica, lo traicionó esta vez. Imágenes traviesas surgieron sin permiso: una Helena dominante, dueña de cada movimiento, inclinándose sobre él con esa mirada feroz que lo había intrigado desde el primer encuentro. “Maldita sea”, pensó mientras su imaginación se desviaba hacia terrenos descarados. - ¿Flores? - preguntó Helena con una ceja arqueada, sacándolo bruscamente de sus pensamientos. Alexander avanzó con su sonrisa habitual, extendiendo el ramo sobre el escritorio con un gesto elegante para que lo recibiera. -Una pequeña muestra de gratitud por salvarme del aburrimiento absoluto - dijo, su tono suave pero cargado de una intención velada. Helena tomó el ramo con una mirada crítica, aunque el brillo divertido en sus ojos no pasó desapercibido para él. -No sé si aceptar flores de alguien como tú es sensato. Podrían tener micrófonos o GPS escondidos - bromeó mientras acercaba el rostro a una de las rosas blancas. Alexander se inclinó ligeramente sobre el escritorio, reduciendo la distancia entre ambos. -Si quisiera rastrearte, Helena, no necesitaría flores - murmuró con voz baja y provocadora. – Eres demasiado tentadora. Ella mantuvo su expresión impasible, pero él notó cómo sus labios se curvaron en una sonrisa mínima y desafiante. -Entonces, espero que tengas algo más convincente que un ramo bonito - dijo, señalando la silla frente a ella - ¿O viniste solo para admirar mi oficina? Alexander se acomodó en la silla con un aire relajado, aunque su mirada seguía fija en ella, claramente entretenido por el desafío que representaba esa mujer. -Vine para firmar el contrato - respondió con seguridad - Pero, sinceramente, no me importaría quedarme a admirarte un poco más. Helena, quien estaba mirando los papeles apoyó la pluma contra el escritorio y lo miró con incredulidad, pero no habló. La mujer observó cómo Alexander tomaba asiento frente a su escritorio con una calma casi felina. Su expresión seguía relajada, pero había un brillo calculador en sus ojos mientras deslizaba el contrato hacia él. - Revisa cada cláusula - pidió ella, cruzando las piernas con elegancia - Quiero evitar sorpresas innecesarias. Alexander tomó la carpeta de cuero con interés y comenzó a leer. Su mirada se movía con rapidez sobre las líneas, su ceja arqueándose de vez en cuando en una mezcla de diversión y análisis crítico. Sin embargo, llegó a una página en particular y su expresión cambió. - ¿Seis meses? - preguntó con una nota de incredulidad en su tono - No, Helena. Necesito al menos un año. Helena entrelazó los dedos sobre su regazo, analizando su reacción. - ¿Un año? - repitió lentamente - ¿Alguna razón en particular? Alexander cerró la carpeta con un movimiento deliberado y apoyó la espalda contra la silla. - La estabilidad es clave para la imagen pública – le explicó - Si anunciamos un matrimonio y lo disolvemos en seis meses, nadie lo tomará en serio. Los medios sospecharán y la reputación que quiero reforzar quedará hecha trizas. Helena asintió, aunque no estaba del todo convencida. - Bien. Un año, entonces - aceptó, haciendo una nota mental para ajustar la cláusula. Él volvió a abrir el contrato, pero pronto sus ojos se detuvieron en otro punto. - Aquí dice que tenemos la opción de dormir en habitaciones separadas. - Así es - confirmó ella con naturalidad. Alexander dejó el documento sobre el escritorio y la miró con una media sonrisa. - Eso no va a funcionar. Helena se inclinó ligeramente hacia adelante. - Ah, ¿No? - Si queremos que esto sea creíble, dormir en la misma habitación es esencial - declaró Alexander con seguridad - Un matrimonio falso no sobrevive bajo el escrutinio de la prensa si damos la impresión de vivir como compañeros de cuarto. Helena lo estudió en silencio. - ¿Estás diciendo que también deberíamos acostarnos? - preguntó con franqueza. Alexander no respondió de inmediato. Meditó la pregunta con una expresión serena, como si evaluara la jugada en un tablero de ajedrez. Finalmente, dejó escapar un leve suspiro y apoyó los codos en el escritorio. - Podría pasar. - admitió con naturalidad - No es obligatorio, pero... - tomó el contrato y comenzó a hojearlo de nuevo - Habrá una cláusula de exclusividad. Helena entrecerró los ojos. - ¿Exclusividad? - Mientras estemos casados, ninguno se acostará con otras personas - dijo con firmeza - Los medios estarán al acecho y cualquier error pondrá en riesgo el éxito del acuerdo. Si alguno de los dos es visto con alguien más, las especulaciones serán un problema. Helena tamborileó los dedos sobre el escritorio, sopesando la idea. - Entonces, ¿Es por imagen? Alexander la miró directamente a los ojos sin mostrar duda. - Es por imagen – confirmó - Pero también porque te necesito como escudo. Ella ladeó la cabeza con curiosidad. - ¿Escudo contra quién? Alexander presionó los labios en una línea tensa y exhaló con resignación. - Mi tío, para empezar - dijo con seriedad - Quiere presionarme para manejar los negocios familiares a su manera. Con un matrimonio estable, le quito poder sobre mi vida. Helena cruzó los brazos, esperando más. - Y hay alguien más... - añadió Alexander con un deje de fastidio - Una mujer que no entiende la palabra ‘no’. Helena enarcó una ceja. - ¿Una ex? Alexander soltó una risa seca. - Ojalá fuera una ex. Petrova no acepta rechazos y tiene demasiada influencia en ciertos círculos en los que me muevo como para ignorarla. Si cree que estoy disponible, intentará imponerse otra vez. Helena tomó la pluma y subrayó la cláusula de exclusividad con una sonrisa cínica. -Sabré si te pasas de listo…- advirtió y el hombre sonrió al notar que había aceptado, aunque a regañadientes. - Entonces supongo que debería empezar a acostumbrarme a llamarte la señora Blackwood. – le dijo divertido. -No cambiaré mi apellido - dijo Helena con firmeza - Lo necesito en mi trabajo. Ya me he hecho un prestigio. Alexander alzó una ceja, como si hubiera esperado esa respuesta. -Eso no es problema - respondió con tranquilidad - No necesito que te llames Blackwood, solo que actúes como mi esposa. Helena asintió y deslizó el contrato hacia él. -Ya agregué los ajustes para trabajar en remoto y venir a la oficina solo para reuniones impostergables. Alexander tomó el documento y lo repasó con la vista, asintiendo con satisfacción. -Bien - dijo finalmente con naturalidad, cerrando la carpeta - Te mudarás a mi casa mañana. -¿Disculpa?
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