El comentario que para Anderson y Aimara pudo ser una broma, retumbó en mis oídos. De solo escuchar las palabras exactas de lo que pudiera ser la razón e ser a esa necesidad de estar siempre detrás de ella, procurar que en medio de su imprudencia no le suceda nada, me paralizó mentalmente e hizo que diera un vuelco en mi pecho. ¿Susto? No sabría decirlo, ¿emoción mal canalizada? Tal vez. De ello lo único cierto que no me desagradó la idea, tanto que sin precaver que pudiésemos ser sorprendidos, la bese con la intención de saciar un antojo repentino. Quise castigarla, fastidiarla y terminé arrastrado en es especie de magnetismo que no me da espacio a dudar. Esa noche, decidí hacerle caso, dejarla dormir sola. Ya bastante tiene con la tensión obsesiva de saberse sorprendida y, en su ment

