Imaginarla en peligro asienta en mí una preocupación poco común. Por momentos me dieron ganas de llamarla con la intención de escuchar su voz diciéndome que está bien. Sin embargo, de inmediato recuerdo que ella no quiere saber nada de mí; por lo que, mentalmente me reprendo al no comprender la razón de ser de esta necesidad de saberla bien. No soy de adular a ninguna persona y verme en este plan me hace enojar.
Giro la silla para quedar de frente al ventanal, tomo varias respiraciones profundas y me paso ambas manos por el rostro tratando de despejar la ansiedad. De espalda escucho cuando se abre la puerta de mi oficina y de seguida se escucha la voz grave de Anderson.
—¿Cuál es el siguiente paso que daremos? —me pregunta de manera acertada, al llegar a poner un tema de conversación que
