Sentada en frente al comedor, con todas las esperanzas puestas en esta taza de café que tengo entre mis manos y que observo fijamente como si mi vida dependiera de ella, parpadeo varias veces buscando claridad para mi mente y mis ojos que se empeñan en mantenerse cerrados, pese haber dormido toda la noche.
Como siempre me sucede las veces que la depresión me acompaña, el sueño pareciera arroparme, al punto de quitarme fuerzas.
Ayer después que llegué del ministerio, a eso de las once de la noche, fui directo a la ducha y de ahí a mi cama. Entre el agotamiento, la decepción por una llamada o un mensaje que nunca llegó y esa necesidad que a veces me invade de querer tener a alguien que se preocupe por mí, me aferre a lo único que me ayuda a recuperarme: el trabajo y el sueño. Mis dos medi
