Sin dignarme a dirigirle siquiera una mirada, salgo de la habitación. Mis pasos son firmes, pero el portazo que dejo tras de mí habla más de cansancio que de enojo. La madera de la puerta golpea con un eco seco, casi simbólico, como si con ese gesto intentara también bloquear los pensamientos que Cecilia, o "la mocosa", ha sembrado en mi mente. El aire del pasillo es denso, cargado de un silencio inquietante, pero no dura mucho. Un sonido desgarrador me envuelve: el llanto desesperado de la chica ghoul. Su sollozo tiene un peso tan visceral que me detengo, aunque sea por un instante, incapaz de ignorarlo. Las palabras de Cecilia resuenan en mi cabeza, y la duda se disipa. Después de todo, parece que la niña no estaba mintiendo. Algo realmente está mal. El eco de su llanto llena el ambien

